Esta puede ser una batalla como ninguna otra en el deporte. Las autoridades ya han mostrado preocupación, y durante más de diez años se han preparado para ello. Pero todavía no está claro si tienen las herramientas para comprobarlo -o si alguien ya lo ha hecho exitosamente. Estamos hablando del dopaje genético.
La idea es simple: alterar nuestra composición genética, los ladrillos de lo que estamos hechos, para hacernos más fuertes o más rápidos. Los aspectos prácticos son muy complejos.
Los terapeutas genéticos -como por ejemplo quienes tratan a niños muy enfermos en el hospital Great Ormond Street de Londres- agregan un gen sintético al genoma del paciente y lo reintroducen a la médula ósea a través de un virus desactivado. El nuevo gen es extraído por las células del paciente y actúa como medicina, incorporada permanentemente en la médula ósea.
Todavía se trata de un tratamiento raro y altamente especializado, pero el principio es utilizado para la investigación de cualquier variedad de enfermedades, incluyendo aquellas donde se deteriora el músculo. Punto en el cual es más fácil imaginar cómo los atletas se pueden beneficiar.
Detrás de sus lentes, los ojos del doctor Philippe Moullier expresan un humor irónico. Tiene el aire de alguien dispuesto a ser sorprendido por el trabajo que lidera en el Instituto Nacional de Salud e Investigación Médica de Francia (Inserm, por sus siglas en francés) en Nantes. Hace unos años le tomó por sorpresa la respuesta que tuvo un ensayo académico que había publicado como parte de su trabajo en tratamientos de terapia genética para enfermedades neuromusculares.
Moullier había demostrado que era posible producir de forma artificial un gen en particular -el gen eritropoyetina- e introducirlo en el cuerpo.
Cualquier persona que tenga una vaga idea del ciclismo profesional de los años 90 sabe que la hormona eritropoyetina, o EPO -que controla la producción de glóbulos rojos- fue el dopaje ilícito de preferencia. Fue la droga mágica que Lance Armstrong guardó en su nevera para aumentar su cuenta de oxígeno en las células de glóbulos rojos.
Si bien durante años se ha podido detectar EPO inyectada, introducir el gen de la EPO podría hacer que el cuerpo produjera su propia EPO. ¿Podría ser esta una forma indetectable de mejorar el transporte de oxígeno?
La diferencia
Poco después de que Philippe Moullier publicara su trabajo, unos visitantes aparecieron en su laboratorio en Nantes. Explicaron que habían sido ciclistas profesionales, que habían competido en el Tour de Francia, y que ahora formaban parte de una asociación para combatir el dopaje. Al principio Moullier cuenta que estaba entusiasmado por compartir la ciencia. Terminó sintiéndose algo alarmado.
«Estaban muy emocionados. Me dijeron que aun cuando la tecnología todavía estaba en una etapa de investigación, si estaba al alcance de los ciclistas, era muy probable que la usaran. Me quedé completamente sorprendido».
Moullier cuenta que les advirtió que no había forma de que existiera una terapia que, en ese momento, fuera segura. Esta revelación fue recibida con una encogida de hombros. Sus visitantes, sospecha, estaban ocultando sus verdaderas intenciones. «No pareció importarles, no pareció ser un problema para ellos. La competencia es tan alta que aquellos tipos estaban dispuestos a hacer lo que fuera para marcar la diferencia».
Realizar un cambio permanente en el genoma puede ser complejo -utilizando un virus desactivado para llevar medicina genética a las células-; no obstante, Philippe Moullier señala que existe un atajo que ofrece resultados temporales: inyectar el gen purificado directamente en el músculo.
Los años han pasado desde que fuera visitado por los exciclistas y ahora gracias a internet es posible tener acceso al gen EPO.
Moullier agrega que un punto apetecible para aquellos que aspiran a doparse es que ese mejoramiento temporal puede, tras unos días, ser difícil de detectar por las autoridades.
De ser así, ¿qué está haciendo al respecto la Agencia Mundial Antidopaje, AMA?
Práctica letal
En 2003, la AMA prohibió el dopaje genético.
El director de ciencia de la agencia, Olivier Rabin, asegura que si se hace deliberadamente esta práctica no sólo sería injusta, sino letal. Introducir una copia extra de gen EPO en el cuerpo puede llevar a producir demasiados glóbulos rojos y el espesamiento de la sangre.
En cuanto a si existen pruebas para detectar el dopaje genético, Rabin es más vago. «Durante más de diez años hemos estado desarrollando esta tecnología, y creemos que tenemos las herramientas para detectar dopaje genético. En cuanto al momento de implementación, la AMA prefiere mantenerlo a su discreción. Necesitamos validarlo porque, como sabrás, la tecnología puede ser retada en la corte».
Pero existe una interrogante mayor. Incluso si ya existiera una prueba eficaz para detectar el dopaje genético, ¿qué pasaría si la terapia genética se convierte en una práctica extendida o incluso en rutina? ¿Qué pasaría si todos pudiéramos comprar medicina genética para disminuir el deterioro muscular? ¿Deberíamos -o podríamos- evitar que los atletas utilicen la medicina para prolongar sus carreras o acelerar una recuperación tras una lesión?
Dispuestos a arriesgar
Durante las últimas dos décadas, el profesor Lee Sweeney ha sido uno de los investigadores líderes en terapia genética. Con base en la Universidad de Pensilvania, EE.UU., es uno de los expertos de la AMA en dopaje genético.
Como a Philippe Moullier, él también recibió llamadas de personas involucradas en el deporte tras publicar un estudio. En los años 90, Sweeney determinó cómo insertar el gen IGF-1 en los músculos de los ratones para promover el crecimiento muscular y ralentizar el proceso de envejecimiento. (El gen IGF-1 produce la hormona conocida como factor de crecimiento insulínico tipo 1).
«Nos llamaron numerosos atletas, incluso entrenadores», recuerda Sweeney. «No entendían que todavía estábamos en una etapa muy temprana en términos de trasladar la terapia genética a humanos». Incluso ahora, señala, la investigación médica está avanzando muy lentamente en la utilización de esta técnica en personas seriamente enfermas.
«Entonces ni siquiera había considerado el hecho de que un individuo joven y ultra sano, que estaba compitiendo en la cumbre de su carrera, se quisiera arriesgar (con algo así). Pero, obviamente, muchos lo harían».
No obstante, aquí es donde Sweeney diverge de la actual ortodoxia de la AMA. Si la terapia genética para prevenir el deterioro muscular fuera segura, señala que se convertiría en un problema ético.
Concede que hay quienes creen que sería errado interferir, tal y como lo ven, en el proceso de envejecimiento como parte de la condición humana natural. Pero si en cambio significa, en las palabras de Sweeney, «mantener la calidad normal por más tiempo», entonces él se cuenta entre quienes están a favor. Y aquí es donde el asunto regresa al deporte.
«A partir de mi propio trabajo con ratones, sé que cuanto más temprano intervienes, mejor estarás cuando envejeces. Creo que no es ético dejar de darle a alguien algo que realmente permitiría que sus músculos fueran mucho más sanos ahora y en el futuro. En la medida que no sea un riesgo para la seguridad, no veo por qué los atletas deben ser castigados por el hecho de ser atletas. Así que en este respecto estoy al otro lado de la calle de la AMA, a pesar de que jugamos para el mismo equipo».
En respuesta a Sweeney, Olivier Rabin argumenta que estamos a décadas de tener la necesidad de andar por ese terreno, tomando en cuenta lo lento que parece avanzar la práctica de terapia genética. Y cuando llegue el momento, asegura que la agencia tendrá que trazar la línea que traza con todas las drogas: ¿mejoran el desempeño del deportista injustamente?
Sin embargo, pareciera que la naturaleza del dopaje genético hará que trazar esa línea sea técnicamente difícil y éticamente incómodo. Las autoridades, los atletas y la afición deben ponerse de acuerdo en toda una nueva definición de lo que quieren que signifique el deporte.