Es evidente que la violencia nos hace más pobres como pueblo, y la extrema violencia, extrema esa pobreza
Fernando Luis Egaña
Todas, absolutamente todas las estimaciones sobre el número de muertes violentas o asesinatos, lesiones graves, secuestros y otros delitos mayores, demuestran que en Venezuela hay una verdadera explosión de violencia criminal, con la particularidad de que es una explosión continuada, como un volcán que a lo largo de más de una década no ha dejado de producir muerte, sufrimiento y aguda desconfianza. Y todo ello ha empobrecido radicalmente a la nación venezolana. Y lo sigue haciendo porque esa violencia lejos de amainar, arrecia. Hasta el propio Maduro se refiere a ella en términos de masacre y matanza.
Puede que los malabarismos estadísticos del INE indiquen que la pobreza extrema está casi extinta y que los niveles de pobreza relativa son parecidos a los de países de repotenciado desarrollo económico. La verdad es que las tendencias sobre la pobreza en el conjunto de América Latina han sido descendentes durante casi todo el presente siglo. Y en Venezuela luego del pico en la primera parte y mediados de los años noventa, también comenzó a descender. Y descendía cuando Chávez llegó al poder en 1999, a pesar de los escuálidos precios petroleros del mercado mundial y por ende de Venezuela.
Y si a ello se le agrega la perspectiva partisana de los responsables de las estadísticas de la «revolución», las denominadas «adaptaciones metodológicas», entonces las conclusiones son previsibles.
Pero no muy creíbles, si a ver vamos que el monto del salario mínimo es irrisorio si se compara con el valor real de la divisa marcadora. O si escasean un día sí y otro también los alimentos y medicinas básicas de la familia venezolana, además de cualquier otro producto de consumo masivo o necesidad general. O si los servicios públicos se deterioran visiblemente. O si en un sólo año, el 2013, se perpetraron más de 24 mil homicidios, es decir 20 mil homicidios más que el año en que el señor Chávez arribo a Miraflores para refundar la república. Y he aquí una realidad central.
Es evidente que la violencia nos hace más pobres como pueblo, y la extrema violencia, extrema esa pobreza. Negarlo sería necio y absurdo. Acaso no haya una manera más drástica de empobrecimiento que la violencia indiscriminada.
Sí, ahora el estado dispensa nuevos subsidios y beneficiencias, y se han aumentado algunos antiguos, como el de la gasolina. Y además se calculan muchas variables con base a la tasa oficial de cambio, para que los bolívares parezcan que tienen más capacidad de compra. Varios de estos elementos se «factorizan» en los modelos de estimación de los niveles de pobreza, y salen unas cifras prácticamente helvéticas, que luego quedan demolidas por el drama de la escasez, la carestía, la zozobra cotidiana y la violencia soberana.
El auge del hampa, la delincuencia organizada, las mafias carcelarias, la subcultura de los pranes, y la violencia criminal en sus más variados y envilecidos atentados, en su conjunto, tienen acorralada a la nación venezolana, a las comunidades populares, a la clase media, a las familias de todo el país, a los ciudadanos de trabajo, a los jóvenes que luchan en sus estudios, y hasta a los más pequeños que ya también son víctimas de la maldad criminal.
Todo lo cual hace de Venezuela un país donde la vida cada día vale menos. No creo que pueda haber un empobrecimiento mayor que ese.
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