Dos de las cuatro mujeres más poderosas del mundo, Ángela Merkel y Christine Lagarde –las otras dos son Dilma Rousseff y Hillary Clinton-, se reunieron en Berlín hace pocos días para discutir el estado y perspectivas de la alicaída economía global
La canciller germana y la directora-gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) pueden hacer mucho para dar sostenibilidad a la lánguida reactivación de la economía; siendo este el principal reto que enfrentan los líderes del planeta después de cuatro años de ensayo y error, durante los cuales, gracias al uso del gasto fiscal, la expansión monetaria y la fortaleza de las naciones de Asia –ahora también debilitándose-, el planeta pudo evitar caer en una depresión económica sólo comparable con la acontecida en los años 30 del siglo XX. Pero la palanca fiscal, la inyección monetaria y el vigor de Asia y en cierto modo América Latina y los BRIC, no pueden, por si solos, continuar soportando el peso del crecimiento económico del resto del mundo.
La contracción de Europa y la crisis del euro, el alto desempleo de Estados Unidos, la desaceleración de China e India, la inconclusa Ronda Doha de la Organización Mundial de Comercio, las acciones proteccionistas pasadas por alto por el Señor Pascal Lamy en la OMC, las inmovilizadas burocracias multilaterales (OMC, FMI y Banco Mundial), la crisis bancaria de España, la tragedia griega, el libertinaje de los mercados financieros, los déficit fiscales de Italia, Irlanda y Portugal, el desequilibrio de los tipos de cambio de las principales monedas, las contradicciones de África, Medio Oriente y América Latina, la resaca de la burbuja inmobiliaria y bursátil norteamericana y europea, la sombra de la debacle financiera de 2008, son retos que demandan soluciones prontas, integrales y sincronizadas. Y los mercados no esperan.
El FMI, severamente criticado por sus recetas inflexibles y sus “bombas sólo mata gente,” parece dar algunas tímidas señalas de cambio bajo la batuta de Madame Lagarde; en tanto que Frau Merkel enfrenta la oposición del pueblo alemán a que su país pague los desatinos fiscales de sus socios europeos. No hay soluciones mágicas y hay que dar tiempo al tiempo, aunque no indefinidamente. Ambas señoras pueden propiciar un diálogo fructífero entre los líderes del mundo y activar acciones individuales para salir del marasmo en que se encuentra la interdependiente e interconectada economía mundial.
No deja de ser simbólico el que las dos damas, la alemana y la francesa –cuyos países han sido los artífices del más acabado sistema de integración entre naciones soberanas en la Historia, la Unión Europea-, enfrenten tantos desafíos; pero también tantas oportunidades para salir airosas, en obsequio del crecimiento y del desarrollo socio-económico del planeta.
Luis Xavier Grisanti