Es el sueño de muchos: encontrar la pareja ideal.
Pero, ¿qué pasa si, a pesar de mucho buscar, no la encuentran?
Desde muy joven sabía lo que quería: una mujer inteligente y educada, pero totalmente mundana y sumisa; físicamente atractiva, pero que despreciara la moda, la música y danza; además tenía que ser fuerte, para ocuparse del hogar, pues él planeaba adoptar una existencia austera en el campo en la «práctica incesante de la virtud más severa».
La perspectiva no terminaba de atraer a las jóvenes de su clase social.
No ayudaba tampoco que su ideal de vida no incluyera lavar su ropa o su pelo, ni que para él el amor fuera, según le explicó a un amigo, «el resultado del prejuicio y la imaginación; una mente racional es incapaz de sentirlo, al menos en un grado alto».
«Thomas Day leyó la carta de su prometida en Irlanda con incredulidad. Le había dicho adiós a Margaret Edgeworth en el otoño pasado con todas las expectativas de que se casarían en verano (…) Ahora Margaret le había escrito a decirle que quería romper el compromiso y Day se sentía mortificado».
Así escribe en su libro «Cómo crear la esposa perfecta» la autora Wendy Moore, quien trajo a la vida la historia de este peculiar caso, desenterrando todo lo posible para averiguar qué pasó exactamente con el experimento que poco después tuvo lugar.
La solución a su problema
Margaret Edgeworth no fue la única en rechazar a Day.
Pero no se dio por vencido y -le cuenta Moore a BBC Mundo- «cuando cumplió 21 años, recibió su fortuna y ganó su independencia, se fue en busca de una niña». Había urdido un plan bizarro: si no podía encontrar a su mujer ideal en el mundo real, formaría una propia.
El periplo lo llevó a un orfanato en la frontera entre Inglaterra y Gales donde, abrumado por la variedad, le pidió al amigo que lo acompañó, John Bricknell, que escogiera una chica. «Era una niña de 12 años con cabellos y ojos castaños. Le dijeron a los encargados del orfanato que se la llevaban para que trabajara como la sirvienta de otro amigo», señala Moore.
Pero Day no estaba muy convencido con la elección y, tras regresar a Londres, se fue a la sede principal del orfanato y eligió a otra niña, «rubia y de ojos azules, de 11 años de edad. Dos opuestas, de manera que si una no calificaba, estaba la otra».
Pronto empezó a educarlas.
Se nace libre pero…
Las ideas de Day estaban profundamente marcadas por la filosofía del francés Jean-Jacques Rousseau, quien creía que los humanos nacían libres y virtuosos pero que la sociedad erosionaba esas cualidades.
En su novela «Emile: o, de la educación», el personaje principal goza de lo que consideraba la crianza ideal: era un chico libre de explorar la naturaleza y haciéndose fuerte gracias a la exposición a los elementos. Y, como Day en la vida real, se dispuso a crear a su esposa perfecta, a quien llamó Sofía.
Aunque el mismo Rousseau siempre insistió que se trataba de una obra de ficción y no un manual, el libro desató una moda de experimentos similares a los que enfrentarían las dos chicas que ahora estaban bajo el dominio de Day.
Lo primero que hizo fue cambiarles el nombre: Sabrina y Lucrecia. «Les enseño a escribir, así como conceptos generales de ciencia y a adoptar sus opiniones y filosofía sobre la vida».
«No les dijo cuál era el propósito de toda esta empresa y se las llevó a Francia para que estuvieran inmunes a cualquier influencia externa pues, como no hablaban francés, no se podían comunicar y así él era el único punto de referencia».
Allá, durante un año turbulento, Day las sometió a numerosas pruebas de resistencia y estoicismo, así como a una educación rigurosa. En una ocasión, casi las ahoga en el río durante en un ensayo de su resistencia al frío.
Al final de ese período, Lucrecia fue descartada por ser «invenciblemente estúpida o imposiblemente terca». Para Wendy Moore, la autora del libro sobre Day, «más bien, ella no estaba de acuerdo con él, no obedecía todas sus exigencias».