La ceguera de los conductores diplomáticos de aquel entonces, no permitió que se pusieran a funcionar los tímidos mecanismos de solución pacifica de las controversias, consagrados por la prematuramente desaparecida Sociedad de Naciones con sede en Ginebra
Milos Alcalay
Vemos con preocupación la forma como a inicios del año 2014 se constata en nuestro hemisferio el incumplimiento de los grandes principios consagrados en la Declaración de Bogotá, que constituyó la respuesta de nuestra región para sumarnos al compromiso mundial por construir una sociedad de paz y solidaridad. Muchas de las instituciones que fueron el orgullo de nuestra especificidad regional como la aprobación de la Convención Interamericana de Derechos Humanos, de la clausula democrática, la Carta Interamericana Democrática, son logros que paulatinamente se fueron incorporando en el ordenamiento jurídico interno de nuestras Naciones. Pero este camino se ha visto interrumpido por los efectos perversos que se han constituido a través de los “ejes” de solidaridad automática entre gobiernos que incumplen esos compromisos, por lo que debemos volcar nuestros ojos para recordar lo que sucedió a comienzos del Siglo XX en la vieja Europa
El 28 de Junio se cumplirán 100 años del asesinato en Sarajevo del heredero del trono austro-hungaro el Archiduque Francisco Fernando, que marcó el estallido de la Primera Guerra Mundial que produjo los millones de muertos y los múltiples efectos irreversibles que conocemos. La incapacidad de los diplomáticos en cumplir los alcances del Tratado de Versalles para remediar los efectos de la “Gran Guerra” concluida el 11 de Noviembre de 1918, condenó a la humanidad a sufrir los horrores de una nueva Guerra Mundial con efectos mucho más devastadores aun, en el que perdieron sus vidas decenas de millones de ciudadanos europeos enfrentados por la barbarie y por el odio
La ceguera de los conductores diplomáticos de aquel entonces, no permitió que se pusieran a funcionar los tímidos mecanismos de solución pacifica de las controversias, consagrados por la prematuramente desaparecida Sociedad de Naciones con sede en Ginebra, porque los responsables de la política exterior no supieron (o no quisieron) frenar las fuerzas de la internacionalización del extremismo nacionalista de la época.
El nacimiento de la ONU en 1945 fue la respuesta de una humanidad adolorida que exigía que NUNCA MAS se repitieran los estallidos del horror, por lo que estableció en la Carta de los Pueblos del Mundo una serie de principios para evitar conflictos mundiales: proscribió las diferencias basadas en la raza, la religión o la condición social; impuso mecanismos de solución pacifica de las controversias, condujo la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y se diseño el embrión de lo que en el Siglo XXI se ha resumido en las Metas del Milenio. Paralelamente en nuestra región se diseño una arquitectura de democracia, derechos humanos y defensa de las libertades, que condujo los logros de la unidad en la diversidad, la pluralidad de ideologías y la solidaridad.
Ante la gravísima situación que vive hoy Venezuela, la Comunidad de Países Latinoamericanos debe exigir el dialogo a través de la construcción de la confianza y la búsqueda de una solución pacifica, y no constituir ejes de solidaridad automática de Gobiernos afines con un Gobierno represivo, cuyos alcances – de seguir por esa ruta- podrían tener en nuestro Continente, estallidos devastadores pudiendo repetir la chispa que hace 100 años prendió en Sarajevo, y que incendio el Mundo entero. No permitamos que se consagre el fin de la diplomacia en nuestra América Latina.