En menos de un mes, el gobierno anunció la ruptura de relaciones con Panamá, la expulsión de tres funcionarios estadounidenses por injerencia y responsabilizó al ex presidente colombiano Álvaro Uribe por la crisis venezolana, en una política exterior que analistas consideran «errática».
«La política exterior es la continuación de la interna en cualquier Estado (…) Si tenemos un país absolutamente convulsionado en lo político, en lo económico, inclusive en lo militar, la política exterior no puede lucir como algo coherente», dice la analista y profesora de la Universidad Central de Venezuela (UCV) Giovanna De Michele.
Nicolás Maduro ha mantenido una línea en la que siempre existe la figura de un enemigo que confrontar, mucho más desde el inicio de las protestas estudiantiles que dejaron 20 muertos y que el gobierno califica como un «golpe de Estado en desarrollo».
Así, los empresarios venezolanos fueron responsabilizados por el gobierno de la inflación de 56% anual y de la escasez de uno de cada cuatro productos en los anaqueles venezolanos. La «burguesía parasitaria», los «fascistas violentos», el «imperio», los «medios internacionales», los enemigos parecen abundantes.
El último se develó este miércoles, cuando Maduro rompió relaciones diplomáticas con el gobierno de Panamá, tras acusarlo de «lacayo» y de propiciar una intervención extranjera a través de la Organización de Estados Americanos (OEA).
La culpa de Panamá
La ruptura de relaciones con Panamá ocurre no sólo en medio de protestas estudiantiles, sino durante los actos conmemorativos del primer aniversario del fallecido líder Hugo Chávez, que quedó en segundo plano, y en presencia de los presidentes cubano Raúl Castro, boliviano Evo Morales y nicaragüense Daniel Ortega.
El internacionalista Adolfo Salgueiro hace dos lecturas del anuncio. La primera es que «Maduro monta un gran show para desviar la atención de las manifestaciones estudiantiles» a la vista de los jefes de Estado.
La segunda, es que al suspender las relaciones económicas con Panamá, «corre la arruga (posterga) de una deuda por 1.200 millones de dólares que debe cancelar a los empresarios panameños por las importaciones de la Zona Libre de Colón».
Fue apenas en julio de 2013 cuando en Caracas los presidentes Maduro y el panameño Ricardo Martinelli estrecharon sus manos al acordar una «dinamización» de sus relaciones diplomáticas y comerciales.
«Para los venezolanos, esta decisión genera una grandísima incertidumbre. Si no hay relaciones comerciales, ¿por dónde van a entrar los productos que tradicionalmente entraban por el Canal de Panamá o la Zona Franca de Colón y que se consumen en el interior del país? Quedamos en un limbo», analiza De Michele.
La zona franca panameña, ubicada en Colón en el litoral atlántico (norte), es considerada la mayor de América Latina y se estima que aporta 8% del Producto Interno Bruto de Panamá. En 2012, Panamá exportó 15.000 millones de dólares, 20% de ellos hacia Venezuela, su principal mercado.
Para la catedrática de la UCV, en el contexto internacional, las consecuencias de esta estrategia de tener un enemigo permanente serán que «nadie invertirá en un país donde sus inversiones puedan depender del estado de ánimo político de un momento determinado».
Salgueiro, de su parte, evoca que «cuando fue derrocado el presidente (Manuel) Zelaya en Honduras, Venezuela pidió a la OEA que contribuyera, como puede solicitarlo cualquier estado miembro». «Esto demuestra la inconsistencia en la política exterior venezolana», dijo en alusión al reciente rechazo de Maduro de una eventual visita de la OEA al país.
El mal socio
Con Estados Unidos, principal comprador del petróleo venezolano, las tensiones en el plano diplomático han sido permanentes e incluso ambos gobiernos carecen de embajadores desde 2010.
Maduro en un par de semanas de febrero expulsó diplomáticos estadounidenses, criticó con dureza al presidente Barack Obama y luego ofreció reinstalar embajadores e iniciar un «diálogo de altura».
«Esta volatilidad que ha demostrado la política exterior venezolana no sólo con Panamá, sino con países como Colombia o Estados Unidos, coloca a Venezuela en una situación de franca desventaja y no nos hace, definitivamente, un socio confiable. No somos una contraparte confiable en las relaciones internacionales», asegura De Michele.
Para la internacionalista, los movimientos diplomáticos del gobierno venezolano «ya no tienen que ver con la afinidad con gobiernos determinados». «Parece que hubiera diversas corrientes a lo interno del gobierno que empujan en direcciones diferentes y no hay armonización», concluye.
AFP