Luis Enrique Gil Graterol
Debemos llevar la situación al terreno de la política. Es allí donde los terribles males que aquejan a nuestra sociedad cobraran un matiz de realidad. No permitamos que los problemas sociales sean escondidos detrás del manto de las pasiones partidarias, envueltas en feroz violencia. La violencia trae consigo la respuesta represiva inmediata y esta respuesta genera un espiral de reclamos que se tornan en un círculo vicioso. Se repudia la represión y esta vuelve y se sigue repudiando y así se ve asfixiado el genuino reclamo de la sociedad.
Dialogar es un arma muy eficaz cuando se ejercita con inteligencia. El aproximarse los bandos en disputa es sinónimo de sensatez. No se claudican convicciones si se discuten y el que se confronten opiniones no las debilitan, por el contrario, las robustecen porque se identifican los beneficios de ambas posiciones contrapuestas y se produce una alternativa que nos permite avanzar en lo importante.
Violencia lleva a mayor daño. Los daños en una sociedad tardan años en repararse. El resultado de todo es atraso y pobreza. La política implica el reconocimiento del adversario, necesario es que se le reconozca, pero al mismo tiempo este no debe impedir ese reconocimiento, por el contrario debe saber mostrarse en el debate. El debate nos inserta en la política, no debe rehuirse. Es impolítico evitarlo, así sea en las más desfavorables condiciones. Llevar a un opresor al debate es un triunfo del civilismo contra la barbarie.
Yo quiero dialogar, quiero decir lo que no me gusta de forma clara, sin exegetas de mi opinión. La terrible situación exige sacrificio, esto incluye el de nuestro propio dolor e indignación. Nada es más importante que la vida y a ella apostamos cuando se asume la responsabilidad de buscar caminos hacia la concertación que finalice esta crisis y genere una esperanza de cambio real.
Construir una alternativa no significa la destrucción de lo existente. Hacer una historia nueva, no niega lo bueno que hemos tenido. No tenemos por qué seguir atados atávicamente a las glorias del pasado. Ser héroes no implica ser guerreros, conlleva el valor suficiente para ser pacientes y comprender al país. Entender que Venezuela es algo superior a nosotros mismos. Que Venezuela existe cuando todos convivimos dentro de ella. De lo contrario no hay patria.
La condición esencial del diálogo es que haya dos dispuestos a entenderse, a hacer mutuas concesiones, a poner las cartas sobre la mesa. Con tahúres es utópico jugar limpio, es duro admitirlo, pero es la dolorosa verdad.
Por último, no le tengamos miedo del pueblo, porque de allí venimos. Encontrarse con su sufrimiento y anhelos frustrados nos hace responsables. Oír su llanto nos orienta en el camino, porque es nuestro propio gemir. Es escucharnos en el interior del alma propia. Es allí donde debe estar el político. Pensando en esa cavilación permanente del humilde. De lo contrario fraude es su palabra y corto su camino.