Vale la pena considerar el grado de radicalidad que se acentúa en el seno de la clase media. Es una variable que no debe tener que ver sólo con el odio que ha acumulado en estos años, o con la incomprensión y no aceptación de los cambios que se produjeron en 1998
Iván Gutiérrez
Hora de un balance inicial. De que los actores sociales y políticos aprovechen estos pocos días de relativa calma para reflexionar sobre lo que ha ocurrido y sus consecuencias.
Por supuesto, siempre se tratará de un balance inicial pues los procesos aún continúan abiertos.
Desde el punto de vista de la oposición son muy pocos los logros, si es que así pudieran ser definidos, alcanzados tras varios días de protestas y más de una decena de muertos. Lo único visible es que Leopoldo López se ha posicionado como un posible candidato presidencial y ha hecho más visible su liderazgo en la oposición.
No faltará quien diga que han logrado sacar a la calle de nuevo a la clase media. Y es cierto, lo hicieron, pero de nuevo la condujeron a una derrota.
Al margen de estos razonamientos vale la pena considerar el grado de radicalidad que se acentúa en el seno de la clase media. Es una variable que no debe tener que ver sólo con el odio que ha acumulado en estos años, o con la incomprensión y no aceptación de los cambios que se produjeron en 1998.
Desde nuestro punto de vista esa radicalidad también ha sido alimentada desde los lados del Proceso. Por un lado, la ambigüedad con la que han sido planteados algunos objetivos, hechos a través de un discurso que a ratos imita al de la Revolución Cubana, y en otros exhibe una búsqueda de un esquema propio. La acentuación de un lenguaje radicalísimo pero, sobre todo, extemporáneo, ha alimentado temores dentro de aquel sector, haciéndolo presa fácil de un planteamiento ideológico contrario. Cuesta aceptarlo, pero los cubanos tienen influencia en uno y otro lado. Los de Miami con su anticastrismo enfermizo y los de La Habana vendiendo un discurso en el que ya no creen, no por traidores o por haber saltado la talanquera, sino porque en 50 años de terquedad no han podido ni siquiera aproximarse al modelo de sociedad y de país que quisieron impulsar en sus inicios.
En la clase media ha tomado cuerpo un pensamiento reaccionario, que existía, pero que aun así daba chance para que una parte de ella se aproximara al progresismo. Hoy es todo lo contrario, desesperados se lanzan a cualquier aventura sin medir las consecuencias. La verdad es que dentro de ella los sectores verdaderamente demócratas han perdido terreno, al punto que ni se siente que existen.
Esto colocará las luchas venideras en el mismo terreno en que han estado ubicadas hoy: una gente buscando salir del gobierno como sea, estimulados por unas ansias de revancha que los conduce a respaldar fórmulas totalitarias y verdaderamente antidemocráticas; y un gobierno resistiendo, centrado en lo político.
Desde las fuerzas del proceso se debieran dar pasos firmes en el sentido de estimular el surgimiento de posiciones progresistas y democráticas, en el seno de la clase media. Esto es posible y necesario, si deseamos tener el chance de echar para adelante este país.
Percibo que esos pasos se han comenzado a dar; que dentro del chavismo se comprende la necesidad de aplicar las tres “R” que Chávez instó a llevar a la práctica. Ojalá y mi percepción no sea sólo producto de un deseo, sino una realidad que se concrete en acciones.