Aníbal Romero
Las jornadas rebeldes de estas pasadas semanas han significado un avance en la liberación de Venezuela. Tal convicción se deriva de la importancia que atribuyo al poder de la verdad en el combate político, sobre todo frente a circunstancias de crisis extrema como las que vive el país.
Un logro clave consiste en que algunos líderes fundamentales de la oposición han comenzado a hablar otro lenguaje, el lenguaje de la verdad, sin dobleces ni hipocresía. Al calificar el régimen con un término que en efecto revela la verdad acerca de su genuina naturaleza, acerca de aquello en lo que ha devenido de manera inequívoca, dirigentes como Leopoldo López y Maria Corina Machado, entre otros, han dado un paso adelante de relevancia crucial para el presente y el futuro.
El régimen chavista es una dictadura. El despotismo es su esencia y la tiranía permanente el destino al que desea someter a los venezolanos. Se trata, desde luego, de una dictadura en alguna medida ajustada a las complejas realidades internas y de un contexto internacional diferente al de los tiempos de Pérez Jiménez. Pero ese disfraz ha empezado a hacerse jirones a medida que la persistente protesta de crecientes sectores de la población se hace sentir.
Ignoro por qué algunos dirigentes y periodistas democráticos todavía encuentran tan difícil llamar al pan, pan, y al vino, vino. En su estupenda rueda de prensa en Washington, Machado enfatizó que “hay que llamar las cosas por su nombre”, y el carácter dictatorial del régimen de Maduro es ya inocultable. Mi hipótesis, en lo que tiene que ver con el pudor que aún prevalece entre los que hablan del “déficit democrático” de lo que ya no es otra cosa que una vulgar dictadura, es que la contención lingüística es el velo tras el que se esconde una estrategia inviable. Me refiero a la estrategia que se basa en la ilusión del diálogo, del consenso y de una salida electoral a la tragedia venezolana.
En otras palabras, el recato lingüístico expresa la renuencia a admitir lo que es a todas luces evidente; es decir, que el régimen chavista solamente llegará a su fin como resultado de las convulsiones políticas y sociales que está engendrando su traición a la Patria, su deleznable sumisión a la satrapía castro-comunista, y su programa de destrucción institucional y económica.
En ese orden de ideas, el otro paso de avance que ha resultado de las heroicas protestas de estudiantes y pueblo en general, a partir del pasado 12 de febrero, es la focalización de la dominación cubana como un desafío prioritario de las luchas por la libertad e independencia de Venezuela.
Además de abandonar el lenguaje ambiguo, repleto de eufemismos y medias tintas que ha prevalecido hasta tiempos recientes, es imperativo que el liderazgo democrático transmita a los venezolanos que las luchas actuales y venideras buscan una segunda independencia. Lo que está en juego es la liberación nacional frente a un opresor extranjero, unida a la reconquista de un orden político que garantice la libertad ciudadana y la convivencia, en un ámbito de respeto y pluralismo.
La transición desde una política indigna y entreguista a un régimen constitucional y civilizado, solo tendrá lugar como producto de la verdad y la perseverancia. De allí la fuerza singular que han generado tanto la valentía de los estudiantes como la serena audacia de López y Machado, entre otros muchos miles de ciudadanos que están dando un ejemplo maravilloso de compromiso democrático al resto del país, a la región latinoamericana y al mundo entero. Las semillas germinarán.