La canonización es un proceso para el que la Iglesia católica dispone de una maquinaria burocrática compleja, pero bien engrasada. Tanto, que algunos se refieren a ella como «una fábrica de santos».
Por ese proceso pasó Juan Pablo II, Juan XXIII y -con variaciones en función de las épocas y los casos- los miles de santos reconocidos por el Vaticano.
La Congregación para las Causas de los Santos es la encargada de «regular el ejercicio del culto divino y de estudiar las causas de los santos».
Por este «ministerio de la santidad» –dirigido por el cardenal Angelo Amato- pasan los candidatos a la canonización.
Sin embargo, es el Papa quien tiene la última palabra, el único con poder para decretar la santidad. Y en las últimas décadas, este poder se ha ejercido cada vez con mayor asiduidad.
Durante su pontificado, Juan Pablo II nombró a más 480 santos, más de cuatro veces los canonizados por el resto de pontífices del siglo XX juntos.
Aunque Benedicto XVI redujo ere ritmo -canonizó a 44 santos durante su papado-, Francisco lo retomó. Y en poco más de un año como Sumo Pontífice, el papa argentino ha declarado santas a más personas que Juan Pablo II.
Apenas dos meses de asumir el puesto, santificó a más de 800, los conocicos como «Mártires de Otranto», que en el siglo XV fueron decapitados al negarse a convertirse al Islam.
Esta proliferación de santos se debió, según los expertos, a que en las últimas décadas, el proceso de canonización se fue reformando. El mismo Wojtyla lo simplificó en 1983.
Mientras que algunos critican la multiplicación y la aceleración de las santificaciones al considerar que es una forma de devaluar el valor de la santidad, quienes defienden este cambio argumentan que la Iglesia busca así establecer «modelos de vida» cercanos a los cristianos contemporáneos.
¿Quién puede ser santo?
Pero la santidad, como tantos otros temas relacionados con la religión, es una cuestión de fe. Y los no creyentes pueden verlo desde un punto de vista escéptico.
Quizá una de las preguntas más básicas en relación a este proceso es quién puede, a ojos de la Iglesia católica, aspirar a ser santo.
«Cualquiera puede aspirar a la canonización, sin importar su origen, condición social, raza… Sólo tiene que tener una vida de santidad o lo que llamamos el olor de santidad. Que haya fama de santidad, que haya vivido las virtudes cristianas de un modo heroico y que haya ausencia de obstáculos insuperables», le comenta a BBC Mundo Santiago Blanco, obispo de Cruz del Eje y juez delegado de la Congregación para las Causas de los Santos en Argentina.
Sin embargo, para que se inicie un proceso de canonización, el candidato debe ser propuesto a la diócesis, generalmente del lugar donde murió. Esto, en la práctica, supone un primer filtro.
«Todo cristiano puede proponer a alguien, pero generalmente prosperan aquellas causas que son propuestas por alguna diócesis, comunidades religiosas de hombres o mujeres o grupos de laicos», le dice a BBC Mundo Gerardo Sánchez, juez delegado de las Causas de los Santos del arzobispado de Ciudad de México.
«Nihil obtat»
Obtenido el «nihil obstat», se inicia la primera de las dos etapas del proceso de canonización, la fase diocesana, a la que, una vez superada, seguirá la llamada fase romana.
En la fase diocesana, el obispo constituye un tribunal o una comisión instructora que estudia pormenorizadamente la historia del individuo, su familia, el contexto en que vivió. El postulador será la persona encargada de llevar a cabo ese proceso de recopilación e investigación.
«Después se citan testigos si es una causa actual, de 30 años para acá. Si es una causa histórica, el proceso se basa en documentos históricos. Después de este paso se pasa a la fase romana. Se transfiere la documentación y allí se hace la validación jurídica. Después de eso se nombra a un relator, que va a estudiar toda esa documentación y elaborará una positio, que es una especie de tesis doctoral en la que se exponen los argumentos que demuestran que esa persona vivió heroicamente las virtudes de la fe», cuenta Sánchez.
Dos milagros
A partir de ese momento, para avanzar canonización, es necesario que se demuestre, a juicio de la Iglesia, que se produjeron dos milagros por intercesión del candidato.
Sin embargo, el Papa puede dispensar al candidato de esta condición. Así sucedió, por ejemplo, con Juan XXIII, a quien Francisco nombró santo con sólo un milagro reconocido.
Y, apunta Blanco, también los «mártires», aquellos a quienes la Iglesia considera que «murieron como consecuencia de su fe», quedan eximidos de esa premisa.
La comprobación de un milagro es quizá uno de los puntos más complejos y controversiales y siguen un proceso aparte similar a las dos fases anteriores de la canonización, una en la diócesis y otra en Roma.
La fase romana incluye la revisión del caso por un tribunal médico y por otro de peritos teólogos antes de que una comisión de obispos y cardenales dé su dictamen.
«Si ese dictamen es favorable, solo queda que el Santo Padre firme el decreto de canonización», apunta Blanco.
¿Qué significa ser santo?
Pero, ¿qué es ser santo para la Iglesia católica?
Una vez que alguien es canonizado es propuesto como modelo para la Iglesia Universal. Mientras que el culto de los beatos es local, el de los santos puede ejercerse desde cualquier lugar.
Desde un punto de vista práctico, convertirse en santo supone que el canonizado es inscrito en el calendario litúrgico, se puede celebrar su fiesta y se le pueden dedicar
«Teológicamente significa que podemos asegurar sin ningún riesgo a equivocarnos que esa persona está en el cielo», le dice a BBC Mundo Fermín Labarga, profesor de derecho canónico de la Universidad de Navarra.
«Porque el Papa al canonizar ejerce su infalibilidad. No cabe duda de que eso es un hecho cierto desde la fe», concluye Labarga.