La culpa de todo lo que nos acontece es de otros, siempre; y todo lo “malo” que nos pasa viene siempre “de atrás”. Uno escucha a Maduro y se pregunta si él en verdad se cree, tras quince años de dominación chavista, eso de que nuestras penas son todas “heredadas” de la “Cuarta”…
La diatriba nacional no es entre “derecha” e “izquierda”, lo que sea que el poder entienda que implican y comprenden cada una de esas visiones. Tampoco lo es entre el “capitalismo” y el “socialismo”, ni mucho menos se trata de una pugna entre la vieja y la nueva política. La lucha del poder, hoy día en Venezuela, es del pasado contra el futuro.
Digo en primer término que la batalla que tantas bajas está dejando a todo nivel, por así llamarla, no es entre un modelo derechista y uno izquierdoso porque, la verdad sea dicha, esas distinciones obtusas y maniqueas hace ya tiempo que han sido desterradas del debate internacional, y ya no hay dudas sobre la inviabilidad de cualquier posición absoluta o cerrada, en un sentido o en otro. De hecho, hoy día se habla más de modelos integrados, de alguna manera “mixtos”, en los que lo social, lo colectivo, no se demerita en provecho de lo exclusivamente individual; pero lo colectivo, lo general, tampoco se hace prevalecer, mucho menos por las malas, en detrimento de lo individual ni de los derechos humanos. La vieja dicotomía entre el individualismo y el colectivismo absolutos ha sido superada, y sobran ejemplos históricos que demuestran que cualquier gobierno que se empeñe en una u otra postura terminará mal, o cediendo, así sea in pectore pero de manera clara, a las presiones que la terca y pluralista realidad moderna le impone. Actualmente el valor “libertad”, esencial a las fórmulas más individualistas, no es menos preciado o importante que el valor “igualdad”, que es de especial consideración, y de la máxima importancia, en las fórmulas netamente colectivistas.
Tampoco es la nuestra una pugna entre “capitalismo” y “socialismo”, pese a que el maniqueísmo oficial se empeñe en lo contrario, porque si algo nos han dejado claro los últimos quince años, y especialmente estos últimos tres meses, es que este Gobierno, y el anterior, son de todo, menos socialistas. No sólo por la afición evidente de muchos de nuestros gobernantes y de los más altos personeros a los lujos, al dinero y a los beneficios individuales, propia del más salvaje capitalismo liberal, sino porque el socialismo moderno no reniega de su esencia humanista ni le impone a sus seguidores la aceptación de una única y obtusa visión sobre el mundo y sobre cualquier desempeño humano. Así no funcionan las cosas, pero el poder en Venezuela se afana en desconocerlo. No es negando nuestras diferencias, sino abrazándolas y aceptándolas, que se construye un mejor país. No es persiguiendo a los “otros”, haciendo “trampas” judiciales o abusando de la fuerza además, que se lleva este navío que es la Patria a buen puerto. Maduro no lo comprende. Está más empeñado en que se le reconozca y legitime como mandatario que en ganarse, merced el convencimiento, que no mediante el conflicto, el reconocimiento y la legitimidad que reclama. He allí su más grave y costoso pecado.
Esto es de todo
menos socialismo
Tampoco puede hablarse socialismo real ni moderno en un modelo de gobierno que lo único que tiene de su lado es a una cada vez exigua, esta sí cada vez más “escuálida”, aprobación popular, y para colmo de males, al miedo y a la represión como únicas herramientas de dominación. Maduro y sus acólitos, y también Chávez antes de ellos, no entienden que no es lo mismo gobernar montado sobre el respeto o la admiración de los ciudadanos que a lomos del miedo. El respeto se gana, el miedo se impone, pero el miedo es un corcel arisco y peligroso, porque mientras más lo cebas, mientras más lo alimentas, más rápidamente burla tus riendas, y se te desboca. Éste último, el del miedo, es el camino que Maduro, carente del carisma y de las capacidades populistas de su predecesor, ha elegido para Venezuela. Así es que pretende mantenerse en el poder.
Según Maduro,
todos somos bobos
¿Contra qué lucha entonces el poder en Venezuela? Es pasado disfrazado de presente, así que lucha contra el futuro. Nos basta escuchar los discursos oficiales para percatarse de que no hacen más que proponer “adelantes” mirando sólo hacia atrás. La culpa de todo lo que nos acontece es de otros, siempre; y todo lo “malo” que nos pasa viene siempre “de atrás”. Uno escucha a Maduro y se pregunta si él en verdad se cree, tras quince años de dominación chavista, eso de que nuestras penas, la inseguridad, la inflación, el desabastecimiento, la crisis institucional o las violaciones a los DDHH, son todos “heredados” de la “Cuarta”, y que ellos no hacen más que deshacer pasados entuertos y defender a capa, y especialmente espada, a rojas doncellas de dudosa reputación. Rodríguez Torres lo dijo hace poco más de una semana sin ambages: Las protestas recientes, según él, no tienen nada que ver con justos reclamos ciudadanos, no enlazan con la inseguridad, con la inflación, ni con el hecho de que tras quince años de sistemáticos ataques populistas contra todo nuestro aparato productivo, ya ni pasta se consiga. Según él todos, sin distinciones, somos bobos, y este es el país, pese a lo que vivimos todos día tras día, más feliz del mundo. La “culpa es de la vaca”, nos dice. La culpa de que la carreta esté atascada en el barro es de ilusorias conspiraciones internacionales, de las transnacionales, de los activistas de DDHH, de Uribe, de Fox, de la “ultraderecha” mundial, de los poetas, de los acaparadores, del universo que conspira contra el “legado”, de los crucigramas y hasta de las cuñas para el próximo mundial de fútbol… ¡Ah! Y por supuesto, de los estudiantes.
Tiene que crear enemigos
para tener a quién culpar
¿Cómo no van a ser ellos, según quieren ahora mostrarnos, los responsables de que el Gobierno no dé pie con bola? Imagínense, son jóvenes, lo que los convierte en los dueños indiscutibles de nuestro futuro y además ¡Oh pecado mortal! No pueden ser asociados con ninguno de los desmanes de “la cuarta”, pues los más de ellos apenas tenían 4 ó 5 años cuando Chávez llegó al poder. Antes de eso, apenas muy pocos de los que hoy protestan habían nacido. Ni siquiera puede hablarse de ellos en la clave disonante, falsaria y afiebrada con la que siempre el poder toca el tema del 11A, pues su edad no permite culparles de golpes ni de conspiraciones por aquellos días. Achacarles a ellos esos los males pasados sería tan burdo y obtuso como achacarme a mí, o a mis contemporáneos, la injusta muerte de Fabricio Ojeda en 1966 u otros desmanes pasados, de cuando yo ni siquiera había nacido. Pero así funcionan sus mentes. Para el Gobierno, afanado en su visión dialéctica y confrontacional, que no humanista o democrática del mundo, es indispensable crearse enemigos, incluso donde no los hay, con una única finalidad: La de tener siempre en quien depositar sus culpas.
Indómita voz estudiantil
Por si fuera poco, los estudiantes han salido con valentía a dar la cara por quienes no están de acuerdo con el rumbo que lleva el país. Alzaron su indómita voz y eso es, para el Gobierno, imperdonable. No en balde los han encarcelado y maltratado a mansalva, en un esfuerzo claro de encarcelar, con ellos, al futuro de nuestra nación.
CONTRAVOZ
Gonzalo Himiob Santomé
Twitter: @himiobsantome