*** En el momento actual, como se han superado profesional y personalmente, muchas mujeres están en el mismo nivel que el hombre y, por ende, no están dispuestas a aceptar las reglas impuestas para la convivencia del hombre
A través de la historia, las mujeres no han tenido ese poder convencional que han devengado los hombres. Sólo a partir del siglo XX, concretamente después de los sesenta, cuando se da lo que se llamó la revolución femenina, han tenido acceso a espacios que antes pertenecían al ámbito masculino.
Por otro lado, para algunos varones, las féminas que anhelaban poder querían invertir la situación a la que habían estado expuestas, en las que siempre habían sido marginadas, por lo que el feminismo se transforma en la contraparte del machismo.
A pesar de lo anterior, hay ejemplos claros que van más allá de esas etiquetas para enfatizar la presencia de lo femenino, tal como Ángela Merkel, cuando mujeres han alcanzado poder político sin que salga una ideología de fondo que las identifique “feministas”.
1. Lo privado
versus lo público
Las mujeres han tenido poder en el espacio que se conoce como privado: el hogar, lo doméstico, en concreto, a ciertas partes de la casa, como el dormitorio, lugar reservado para el descanso y el disfrute masculino; la sala de estar y la cocina. En ese espacio privado están, en la intimidad, con personas de confianza, y él determina su forma de comportamiento, en concreto, a no llamar la atención, a mantener las piernas cerradas cuando se sienta, por ejemplo.
De igual manera, el espacio masculino implica conductas determinadas, ahí ellos muestran su virilidad y lo macho que son. Y en los espacios que se conocen como femeninos, la figura del hombre puede ser ridiculizada, por su torpeza, ignorancia o sumisión.
Por otro lado, aunque los hombres han ocupado los espacios públicos: calles, oficina, una plaza, o un bar, donde van a relacionarse, esa situación ha cambiado, en el sentido de que las mujeres han empezado también a dominar los contextos que forman parte del espacio público: la sociedad en general, puestos con los que tienen condiciones ventajosas en relación a hombres y sitios donde van a socializar, pero ese espacio público sigue generando peligro para las mujeres, ya que pueden ser víctimas de violencia o de discriminación.
2. La castidad
ya poco importa
En el presente, a diferencia de lo anhelaban en el pasado, los hombres esperan de una mujer cualidades diferentes. Antes por lo menos, la castidad era un valor necesario. La virginidad se exigía. Y si, por el contrario, brillaba por su ausencia, era sinónimo de traición o engaño. Ahora, por lo menos en la cultura occidental, ya ningún hombre aspira a que su pareja sea casta, por lo que este valor queda desplazado.
De igual modo, en tiempos pasados, los hombres esperaban que su compañera fuera buena cocinera y ama de casa. Ahora no es que no desean estas cualidades, sino que prefieren otros atributos, como la atracción y el amor mutuo, demostrando con eso que el hombre ha priorizado su vida privada y, de esta manera, ha buscado asegurarse de que en el futuro no exista la posibilidad de una infidelidad.
Otras cualidades femeninas que busca el hombre actual son: inteligencia y educación, con lo que la mujer adorno queda descartada mientras que, cada vez más, ellos valoran el nivel educativo una vez que lo consideran positivo.
En definitiva, los hombres han cambiado sus necesidades, ya aquello de tener en una mujer casta porque es confiable, más bien pasa a ser algo del pasado cuando el amor se transforma en lo más importante para garantizar la fidelidad y el bienestar de la vida en pareja.
Asimismo, en tiempos actuales, los hombres esperan que su compañera sentimental sea sociable, poniendo de manifiesto que como la mujer ya no está relegada al espacio privado, reducido al hogar y a la intimidad, los varones demandan a alguien quien comparta con ellos sus actividades públicas, que incluyen el trato con familiares, amigos, compañeros de oficina y hasta extraños o gente que están empezando a conocer.
3. De la sumisión a la rebelión
Años atrás la mujer era quien ocupaba el papel de dominada. En el momento actual, como se han superado profesional y personalmente, muchas mujeres están en el mismo nivel que el hombre y, por ende, no están dispuestas a aceptar las reglas impuestas para la convivencia del hombre.
Lo anterior provoca que la lucha por el poder en la relación conyugal sea mayor una vez que existan más aspectos que negociar, como los gastos del hogar y el cuidado de los hijos. Además, aunque algunos hombres aceptan que la mujer tenga el mismo nivel que ellos, otros, todavía, rechazan esta condición y mantienen una actitud recelosa y machista.
Por consiguiente, en algunas parejas pueden aparecer entre sus miembros sentimientos de envidia y competencia que afectan negativamente la relación. Y cuando no se antepone el amor y aquello que los unió en un principio para mostrarse los dos como personas humildes y honestas, aparecerán peleas conyugales, en las que los reproches y las agresiones verbales pueden conducir a la ruptura de la relación, dejando que la rivalidad se haga presente causando controversias cuando uno se impone sobre el otro en la toma de decisiones hasta afectar su manera de pensar y costumbres.
En definitiva, buscar acuerdos, o negociar, es la alternativa para superar cualquier conflicto que aparezca en la relación conyugal, sobre todo cuando la mujer devenga más poder que el hombre, creando situaciones nuevas antes las que ellos no saben cómo actuar o reaccionar.
El poder en
manos femeninas
** Ahora las mujeres ocupan espacios públicos –calles, oficina, reuniones- que antes eran sólo para los hombres. Esto ha ocasionado que muchos varones busquen en una mujer cualidades como educación, inteligencia y sociabilidad, que antes temían encontrar en una compañera sentimental.
** Asimismo, ese ascenso personal y profesional de la mujer ocasiona que en la relación conyugal surjan conflictos cuando la rivalidad se traduce en la imposición de uno sobre el otro haciendo que la negociación sea imperante para mantener el vínculo
La voz de la mujer
Isabel Rivero De Armas