La capacidad para resucitar forma parte del ADN de los socialistas españoles, pero no es su gen más genuino. La división interna es históricamente más relevante
Es un fenómeno muy conocido. Se va de mal en peor cuando se huye hacia adelante, cuando se persevera en el error, cuando se toman decisiones sin analizar previamente un problema y cuando se cultiva la propia soberbia como método de trabajo. Con estas premisas, y lamentándolo mucho, creo que el PSOE va de mal en peor con unos márgenes cada vez más estrechos.
La capacidad para resucitar forma parte del ADN de los socialistas españoles, pero no es su gen más genuino. La división interna es históricamente más relevante. Tras un fracaso electoral sin precedentes, Eduardo Madina interpretó correctamente los resultados. Asumiendo que el PSOE había perdido el favor de sus bases en la misma medida en que la cerrazón del aparato las había alejado del partido, expresó lo evidente. Tras la dimisión de Rubalcaba, debería haberse formado una gestora para que convocara primarias abiertas. Su alternativa -un congreso en el que cuente el voto de cada militante- representa la esencia misma de una organización democrática, pero estalló como un traicionero anatema entre los barones que se aferran al poder como si la catástrofe de las europeas no fuera con ellos.
En ese instante, aparece Susana Díaz y casi todos los dirigentes del PSOE se han apresurado a posicionarse a su favor sin tener en cuenta la voluntad de sus militantes, pues no faltaría más. Susana es la solución, dicen. ¿Para qué? Para mantener el control sobre el partido, naturalmente. Para garantizar la voluntad del aparato. Para mantener a los afiliados en su sitio, o sea, repartiendo caramelos y pegando carteles. Supongo que ninguno de ellos anda por la calle y habla con la gente porque, si no, no me lo explico. Después del éxito de Podemos, parece que en el PSOE nadie recuerda que, cuando las barbas de tu vecino veas pelar, lo mejor es poner las tuyas a remojar. Allá ellos.
Almudena Grandes