Esta oposición venezolana, ambigua, inmadura, torcida, nada transparente, lacaya y dependiente no termina de desmarcarse de quienes en su seno mantienen una posición, pronunciadamente, comprometida con el golpe continuo y los propósitos magnicidas
En Venezuela, la práctica del Magnicidio no ha sido recurrente, lo que no implica que la lucha política no haya tenido pasajes sumamente cruentos; es el caso de la Guerra de Independencia que, al decir de Bolívar, significó el sacrificio de las dos terceras partes de la población, o el de la Guerra Federal, caracterizada por una encarnizada violencia; pero, en ambos casos, asumida con cierta hidalguía, hubo masacres, sí, pero en el marco propio del enfrentamiento social.
No es recurrente
Haciendo un repaso de la historia venezolana, nos encontramos con tres casos que se pueden tipificar como Magnicidio, entendiendo por tal, lo que indica el Pequeño Larousse Ilustrado, “muerte dada a una persona que ocupa el poder”, a saber: el asesinato del General Ezequiel Zamora (1860), en San Carlos (Cojedes) que si bien no ocupaba la Primera Magistratura, venía construyendo un poder, como líder de la Revolución Federal, que lo conducía a erigirse en Jefe de la nación; el asesinato del General Carlos Delgado Chalbaud (1950) en Las Mercedes (Caracas), Presidente de la Junta Militar de Gobierno surgida a raíz del derrocamiento del Presidente Rómulo Gallegos y el intento de asesinato del Presidente Rómulo Betancourt (1960), en Los Próceres (Caracas),ordenado y financiado por el Dictador Rafael Leónidas (Chapita) Trujillo, de República Dominicana. Sucesos, estos, que tienen la característica de haber sido propiciados y orquestados por círculos definidamente identificados, en el respectivo contexto histórico, por posiciones de derecha; es decir, en Venezuela, los Magnicidios, efectivos o fallidos, han sido cometidos por gente relacionada o vinculada a la ultra derecha política.
La izquierda que, algunas veces, asumió la vía armada para plantearse la toma del poder, nunca ha tenido el móvil del Magnicidio como método para propender al poder político. Y ello, ha sido así, porque siempre ha partido de la concepción de que la lucha por el poder, como máximo objetivo de la lucha de clases, no está signada por el odio personal, sino por el enfrentamiento entre intereses de clases, de tal forma que la eliminación física de un Alto Funcionario en poco, o en nada, contribuye con la disminución de las razones históricas que sustentan la confrontación entre las clases: la explotación de una sobre otra u otras.
De manera, que la lucha política en nuestro país, se diferencia, en mucho, con lo acontecido en otros países del Continente en los que, históricamente, el Magnicidio, si ha sido un hecho recurrente para dirimir las diferencias entre las élites políticas; verbigracia, México, Colombia y Estados Unidos, sobre todo en este último en el que el asesinato de Presidentes y Líderes de primera línea ha sido una práctica constante.
Como constante ha sido, por parte del imperialismo yanqui, la recurrencia al más vil asesinato, en todo el globo terráqueo, para sacar del juego político a distintos líderes revolucionarios que, en un momento determinado, les resultan un obstáculo para sus ambiciosas ansias de dominación: sus propios documentos desclasificados son un claro testimonio de esa detestable e inmoral práctica imperial.
Desmarcarse de
la ultraderecha
Con la denuncia que recientemente formulara el Alto Mando Político de la Revolución Bolivariana con relación al Plan Magnicida concebido para el asesinato del Presidente Nicolás Maduro, se pone en evidencia que la ultraderecha venezolana, vuelve por sus fueros, asesorada por agentes colombianos y estadounidenses (Uribe Vélez y Whitaker) o, lo que es lo mismo, por el narcotráfico y la CIA, utilizando la vía magnicida como un intento para superar la triste situación, para ellos, de la derrota histórica que han venido padeciendo, en cuanto al control político del país, desde hace 15 años.
Ya se lo habían planteado con el Comandante Chávez, pero, felizmente, esos intentos fueron, oportunamente, develados y neutralizados por los cuerpos de inteligencia bolivariana, aún cuando, siempre, fueron desconocidos por sus voceros políticos, los conspicuos dirigentes de la otrora Coordinadora Democrática y ahora de la MUD, tal cual, como acontece con la presente denuncia que igualmente intentan banalizar, exigiendo una prueba que en este caso no sería otra que el cadáver del Presidente; más ridículos no podrían ser.
Esta oposición venezolana, ambigua, inmadura, torcida, nada transparente, lacaya y dependiente no termina de desmarcarse de quienes en su seno, como María Machado, Leopoldo López, Antonio Ledezma, Diego Arria, Enrique Mendoza, Salas Romer, Coronil Hartman, Gustavo Tarre, Carlos Blanco, Pablo Medina, Bocaranda Sardi, Miguel Otero, Pedro Burelli, Carrera Damas, Fernando Gerbasi, Carratú Molina, Gabriel Puerta, Eligio Cedeño, Ricardo Koesling, Robert Alonso y tantos otros, mantienen una posición, pronunciadamente, comprometida con el golpe continuo y los propósitos magnicidas; con quienes al considerar agotadas las posibilidades de imponerse por la vía democrática se han comprometido con la desventura aviesa de la conspiración, es decir, con el peor de los barrancos.
El pueblo bolivariano
sabría cómo actuar
No entiende esta supuesta oposición democrática (AD, COPEI, UNT, MAS, PJ, etc.,) que con su ambigüedad sólo contribuyen a tensionar más el ya enrarecido clima político, abriéndole el juego a una mayor y peligrosa injerencia imperialista que conllevaría a dar al traste con la posibilidad de un mayor desarrollo democrático del quehacer político en el país. Frente a esa eventualidad el pueblo bolivariano ya sabría cómo actuar; el opositor, seguramente, al no saber hacerlo, llevaría la peor parte. Por lo pronto, a los magnicidas y conspiradores hay que llevarlos a juicio.
Capriles, el supuesto líder de esa oposición, debería, también, repensar la ambigüedad que mantiene, esta no es válida en muchos aspectos de la vida
Notas paralelas
Miguel Ugas