Omar Ávila
Twitter: @omaravila2010
Los órganos de justicia no pueden ser un pelotón de fusilamiento contra quienes disienten de un régimen. Tal cosa está sucediendo en Venezuela. Leopoldo López es el ejemplo más reciente al igual que Enzo Scarano y Daniel Ceballos.
Justicia a la carta de acuerdo a los intereses del régimen que no tolera la disidencia; procesos judiciales tendenciosos y al margen del debido proceso están a la orden del día en el país.
Todos estamos bajo sospecha y se acabó el principio de presunción de inocencia. Quienes son llevados al banquillo de un proceso judicial, ya no deberán demostrar que son inocentes, sino más bien demostrar que no son culpables.
Este régimen es capaz de todo, desde obligar a un señor mayor como Teodoro Petkoff a presentarse semanalmente ante los tribunales, hasta mantener encarcelado a un niño como Marco Coello, quien apenas cumplió la mayoría de edad estando preso. A María Corina la montaron en la tesis de un magnicidio, para que corra igual suerte que López.
En Venezuela el régimen chavista, queriendo ser más papista que el Papa, dividió el Estado en cinco poderes: Los tres clásicos de la teoría democrática: Legislativo, Ejecutivo y Judicial, más el Electoral y el Moral Republicano. Esas funciones siempre habían existido y funcionado, pero ahora le dieron “cache”, para destrozar con los pies lo que hicieron con las manos; desarrollan la doctrina de la “función única del Estado” o algo parecido, que se reduce a que la lucha centenaria de sociedades, la cual incluye momentos trascendentes como la Revolución Francesa, la Independencia de los EEUU y la de las Repúblicas Hispanoamericanas, sencillamente, se deja para los discursos pero no se cumple. Simplemente en Venezuela no hay funcionamiento autónomo de los poderes, sin lo cual no puede sobrevivir una democracia.
Tenemos una Administración Pública que dirige y ordena absolutamente todo, desde Miraflores, asiento del Poder Ejecutivo o, según algunos, desde La Habana. Observamos magistrados coreando consignas partidistas cual barras de mítines de pueblo.
La Asamblea Nacional ha presentado los mejores espectáculos de sumisión y banalidad. Vivimos en una involución que nos coloca a la altura de las sociedades menos desarrolladas institucionalmente con el agravante que ese entuerto no se compensa con calidad de vida, ya que estamos sumidos en un mar de inseguridad, escasez, servicios públicos inexistentes y pare de contar.
Así que los historiadores del futuro tendrán mucha tela que cortar y, especialmente, para analizar como realmente llegamos a este nivel y como nos costará salir, que aún no sabemos, dada la enorme descomposición institucional de Venezuela, atrapada en un régimen más que totalitario, absolutista imposible de imaginar. Bajo tales premisas, aquí no hay una democracia, hay un espejismo democrático aplastado por una realidad que cada vez se dibuja más como una dictadura, con todos los poderes públicos, cada vez con menor rubor, al servicio de un poder político, hegemónico, excluyente, intolerante, en fraude a la Constitución, las Leyes, derechos y garantías ciudadanas.