Roderick Navarro estaba en clase cuando se enteró de que un ministro lo había acusado de complotar para asesinar al presidente de Venezuela.
Lo primero que pensó fue, «otra vez con estas cosas…».
Navarro, un líder estudiantil de 26 años, ya había sido acusado una vez por el partido socialista de gobierno de colaborar con Estados Unidos para derrocar a Hugo Chávez en el 2010. Pero a medida que le llegaban mensajes de sus amigos a su teléfono, Navarro temió que esta vez la cosa podía ser más seria. La denuncia fue transmitida en vivo por la televisión y se le ordenó que se presentase ante el servicio nacional de inteligencia.
Las denuncias de golpes y conspiraciones fallidas contra el gobierno son parte del discurso chavista desde hace tiempo.
Un estudio de un diario caraqueño dio cuenta de 63 supuestos complots para asesinar a Chávez entre 1999, el año en que llegó al gobierno, y su muerte en el 2013. Desde entonces, las denuncias se han hecho más frecuentes todavía. El gobierno del presidente Nicolás Maduro ha informado de más de una docena supuestos complots en los 15 meses que lleva en el poder, según un recuento de la Associated Press.
Mientras que el gobierno de Chávez tendía a culpar a la CIA o a oscuras agrupaciones, el de Maduro generalmente responsabiliza a figuras de la oposición, quienes dicen que corren peligro de ser encarceladas, son vigiladas constantemente y enfrentan la amenaza de ser denigradas o blanco de actos de violencia de parte de partidarios del gobierno.
Las denuncias recientes más graves llegaron en mayo, durante movilizaciones antigubernamentales que duraron tres meses y en las que hubo varios muertos. Las autoridades acusaron a un puñado de líderes de la oposición de trabajar con el embajador de Estados Unidos en Colombia para «aniquilar» a Maduro.
Durante una conferencia de prensa que todos los canales fueron obligados a transmitir, las autoridades mostraron cartas que los conspiradores se habrían enviado entre ellos por vía electrónica.
Fue algo insólito, que hizo que un cómico de televisión crease una parodia de diez minutos. Su programa fue suspendido a los pocos días, en lo que algunos ven como una represalia que sirvió como recordatorio de que por más que uno no crea las denuncias, no se las puede tomar con sorna.
La oposición afirma que las constantes denuncias de conspiraciones le permiten al gobierno desviar la atención de los problemas internos, como la inflación y la delincuencia.
Las acusaciones «permiten agregar una dosis de paranoia a la estrategia del gobierno», según Gregory Weeks, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Carolina del Norte con sede en Charlotte y especialista en América Latina. «Chávez también la emprendió contra la oposición local, pero no sintió la necesidad de apelar a teorías conspirativas».
A los extranjeros las denuncias les pueden parecer inverosímiles. Los chavistas han acusado a los conspiradores de usar las palabras cruzadas que publican los diarios para comunicarse con los enemigos del estado, de inventar formas de causarle cáncer a los líderes izquierdistas y de complotar para «estropear la Navidad» con un golpe. Rara vez se ofrece evidencia alguna.
Pero las acusaciones no le parecen tan descabelladas a muchos partidarios del gobierno, que están muy al tanto de las conspiraciones de Estados Unidos contra gobiernos izquierdistas de la región desde Chile hasta Cuba durante la Guerra Fría y recuerdan a cada rato que Washington apoyó un fallido golpe contra Chávez en el 2002.
A medida que disminuyen los medios de prensa independientes de Venezuela, la gente que se informa a partir de la radio y la televisión no escucha muchas voces que cuestionen las teorías conspirativas.
El vendedor de frutas Herman Acosta cree las denuncias y dice que el gobierno debería hacer más para protegerse de los conspiradores. «Le creo al gobierno porque ha habido golpes en toda América Latina y Estados Unidos siempre ha estado detrás de ellos», sostuvo.
Entre bambalinas, los diplomáticos dicen que las acusaciones hacen que lo piensen dos veces antes de abrir la boca en público. En el 2008 Chávez expulsó al embajador estadounidense tras acusarlo de complotar para derrotar a su gobierno. Este mes, un prominente político chavista y conductor de un programa de televisión acusó a la embajada de Canadá de interferencias similares.
En las semanas siguientes a la conferencia de prensa de mayo, el gobierno de Maduro relacionó a otras dos docenas de personas con el supuesto intento de golpe, incluido el editor de El Nacional, uno de los diarios que critica más abiertamente al gobierno.
Algunos de los supuestos conspiradores están tratando de demostrar su inocencia.
Pedro Burelli, ex director de la compañía petrolera estatal que ahora vive en Washington, contrató una firma privada para que investigue la autenticidad de los correos electrónicos presentados en mayo. La firma dijo que los registros de Google indican que los mensajes atribuidos a Burelli jamás fueron transmitidos.
Navarro, el líder estudiantil, se presentó ante los servicios de inteligencia y fue interrogado durante varias horas en junio, pocas semanas después de que el ministro del Interior Miguel Rodríguez Torres lo denunciase junto con otros opositores al gobierno. Temió ser arrestado si no se presentaba.
«Estaba inquieto porque no hay una justicia independiente aquí», expresó.
No fue detenido y ahora trata de pasar mayormente inadvertido mientras trabaja con otros estudiantes para revivir las protestas callejeras.
Hugo Pérez, profesor de sociología de la Universidad Central de Venezuela, dice que los militantes tienen razones para preocuparse. Cuando un gobierno comienza a hablar de conspiraciones de la oposición, afirmó, esos sectores «dejan de ser adversarios políticos» y pasan a ser «agentes locales de una conspiración extranjera y por lo tanto enemigos» del estado.
Pérez tiene un blog desde hace dos años en el que lleva la cuenta de las teorías conspirativas. Dijo que últimamente hay tanto material que puede publicar cosas varias veces a la semana.
AP