Hace cuatro años el régimen sesgó la vida de un hombre que se entregó a la defensa de la propiedad, de su propiedad, la Finca Iguaraya, tierra con la que mantenía a su familia, y que le arrancaron quienes desconocen la Constitución y atropellan la propiedad como les viene en gana. El 30 de agosto de 2010 lo secuestró el gobierno y lo llevó al Hospital Militar de Caracas donde falleció. El Señor Franklin Brito -escribí señor porque esa palabra lo define a plenitud, es un señor- es un valiente ante el cual hay que quitarse el sombrero, es el mártir venezolano de la propiedad privada.
Ese hombre de estatura alta y que pesaba 105 kilogramos antes de iniciar su primera huelga de hambre, hizo bajar la balanza hasta 33 Kgs.; literalmente estaba en el hueso. Por una decisión atropellante de las que inspiraba Chávez, el Instituto de Tierras otorgó títulos para la explotación agropecuaria en lo que era propiedad del Señor Brito. En 2005, en la Plaza Miranda de Caracas inició su primera huelga, en la que duró cuatro meses sin probar alimentos, logrando un acuerdo parcial con el gobierno, que luego fue desatendido por quienes no saben lo que es palabra de hombre.
Corrían tiempos en los cuales el Señor Brito insistentemente y de manera pública pedía una audiencia al Comandante Chávez. Nunca nadie respondió su requerimiento, nunca se vieron las caras el Señor Brito y Chávez, si bien no sé si se encontraron ahora, cuando están en otros niveles. Desconozco si, medido en parámetro de eternidad, Chávez está en la misma dimensión que el Señor Brito, no sé si el mártir de la propiedad privada, víctima de un régimen que desprecia los Derechos Humanos, vio la cara de su victimario.
En marzo de 2010 el Señor Brito inició su última huelga de hambre a las puertas de la sede de la OEA en Caracas, desde donde su clamor por el derecho a la propiedad comenzaba a escucharse en el mundo. Fue entonces cuando la Fiscalía General -en decisión que en algún momento pagará Luisa Ortega Díaz- acordó declararlo “Inhabilitado y con disminución de su capacidad mental”; fue secuestrado por elementos armados del régimen e internado en el Hospital Militar, donde fue aislado, “no lo podían visitar ni sacerdotes ni abogados” y veía extinguir su vida en condiciones infrahumanas, ante lo cual la Comisión Interamericana de Derechos Humanos exigió al gobierno “el acceso, tratamiento y monitoreo por un médico de confianza del paciente”. Nada ocurrió, excepto que el valiente Señor Brito arreció la lucha y suspendió la hidratación; trascendió a la historia grande de la lucha por las libertades.
Hoy los restos mortales del Señor Brito descansan en Río Caribe, en su natal estado Sucre, donde acaban de asesinar también al Alcalde de su ciudad, Enrique Franceschi. En tiempos de decadencia roja la muerte asecha por doquier. No se le ha hecho justicia al Señor Brito. Todavía recuerdo que cuando salíamos de la funeraria a recorrer algunas calles cercanas con sus restos mortales, no más de un centenar de personas lo acompañábamos. Algunos pocos dirigentes políticos, sociales y universitarios vi la noche anterior en el velorio, pero en el momento de sacar el cadáver a su paseo de gloria, solo recuerdo a mi alumno Laureano Márquez, caminamos juntos.
Tal vez es tiempo de reivindicar la memoria del Señor Brito, de levantar banderas por la vida y la propiedad, y de recordarle al gobierno que no estamos dispuestos a dejar morir al Comisario Simonovis. Me pregunto: ¿estamos haciendo lo suficiente por la salud de Simonovis o por la libertad de Leopoldo? Adelanto la respuesta: no estamos a la altura, muy poco hacemos por los presos políticos y por la defensa de los derechos ciudadanos, entre ellos por la propiedad privada. Viva por siempre el Señor Brito, vivan Simonovis, Leopoldo y los otros presos por la democracia y la libertad.
Paciano Padrón
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