Jesús Cañas a duras penas puede hablar cuando le preguntan cuáles son los síntomas de la malaria. Tiembla, balbucea, se le cierran los ojos.
«La luz me hace doler más», dice el hombre de 48 años, que ha sido minero por 25 años en el estado Bolívar.
Jesús ha estado infectado 54 veces, dice. Y su esposa, su hija y sus nietos también. Aunque menos veces.
La minería ilegal se ha disparado en los últimos 20 años en esta región y, según algunos epidemiólogos, ha generado una epidemia de malaria, una infección también conocida como paludismo que es trasmitida por un mosquito típico de zonas tropicales.
Venezuela prácticamente erradicó la enfermedad en los años 60 y 70 con un programa reconocido internacionalmente.
Pero el auge reciente de la enfermedad en Bolívar «amenaza al resto del país en regiones endémicas donde el mosquito puede volver a desarrollarse», como le dice a BBC Mundo José Félix Oletta, director de la Red Defendamos la Epidemiología (RDE).
La gente en el sur de Bolívar explica el auge de la malaria con una frase: «La minería puso bravos a los mosquitos».
Solo en 2014, unas 45.000 personas se han infectado en todo el país, según cifras oficiales. El año pasado la cifra llegó a 75.000.
Un minero se gana acá en una semana lo mismo que un profesional promedio se gana en la capital, Caracas, en un mes.
«Acá uno gana más de lo que gana allá afuera», dice Cañas. «Afuera tú ganas un salario mínimo; acá no».
Pueblos anaranjados
El foco de la enfermedad es Sifontes, un municipio de Bolívar donde ocho de cada diez personas tiene malaria, según las cifras de la RDE.
En las aldeas de Sifontes uno es minero, familiar de un minero o trabaja para los mineros.
Son pueblos caóticos, como el llamado Kilómetro 88, donde no hay objeto que no esté untado del barro que se traen los trabajadores de la mina. Son pueblos anaranjados.
Las compraventas donde los mineros venden el oro están en cada esquina, así como los bares y los prostíbulos (conocidos como «corruptelas») donde se gastan el dinero.
Cerca del Kilómetro 88 está Las Claritas, otro pueblo donde hace cinco años el gobierno construyó un hospital que todas las mañanas se llena de gente pálida y decaída.
Cientos de personas, la mayoría con sus botas embarradas, hacen fila para que les examinen la sangre. Su cuerpo les dice que el mosquito, el llamado anófeles, los volvió a picar.
Región endémica
Los que resultan positivo reciben un tratamiento gratuito.
Lo primero que suelen necesitar es suero intravenoso, porque pueden estar deshidratados por el vómito y la diarrea que genera la infección.
Después reciben los medicamentos para el tratamiento, cuya especificación depende del estado de salud del paciente y, sobre todo, del parásito que les infectó el mosquito anófeles.
En la región se encuentran todas las especies del parásito, conocido como plasmodium, que provoca la enfermedad de la malaria en humanos: falciparum, malariae, ovale y vivax.
«Alrededor del 70% de los casos en Sifontes son vivax y el resto falciparum«, dice Jorge Moreno, un entomólogo que coordina la investigación para el Ministerio de Salud en Bolívar.
«El vivax no es mortal pero tiene los síntomas más fuertes, mientras que el flaciparum pasa inadvertido pero te puede matar», explica.
El gobierno dice que 10 personas mueren de malaria al año en Venezuela, pero la RDE contó 80 el año pasado.
«Hacen desarreglos»
Uno de los seis doctores del hospital de Las Claritas es Ralph Brown, proveniente de una de las comunidades indígenas de la región.
«El problema es que dos días después de sentirse bien, los pacientes abandonan el tratamiento«, le dice a BBC Mundo.
«Se ponen a tomar, hacen desarreglos, no comen bien… relaciones sexuales, esa es una de las cosas que aumenta el parasitismo».
El hospital parece estar exclusivamente concentrado en responder a la epidemia de malaria, pero muchos de los pacientes se quejan de que no reciben el tratamiento adecuado.
La escasez de medicinas y los problemas hospitalarios que se reportan en todo el país producto de la crisis económica también llegan a este rincón de Venezuela.
Víctor Rivas, un doctor independiente que solía ser minero hace décadas, se gana la vida tratando enfermos de malaria entre una mina y la otra. El hombre tiene mucho trabajo.
Rivas explica que uno de los problemas de no terminar el tratamiento es que, incluso si el paciente se siente bien, el parásito no se va del cuerpo: por el contrario, dice, «se esconde en el hígado y los pacientes se convierten en portadores de la infección».
Por eso es que los pacientes cuyo examen sale negativo pueden aún estar infectados.
Aunque la malaria solo se puede trasmitir por la sangre, Rivas dice que muchos niños nacen acá con la infección, que está escondida en la sangre de los padres.
Por otro lado, explica, «si no completas el ciclo recomendado por el doctor, puede que te vuelvas inmune a la medicina».
Y añade, en una de sus diatribas contra el gobierno: «Es triste que en un pueblo con tanto dinero haya una epidemia como esta».
Paraíso para los mosquitos
Jesús tiene su casa en El Portón, una especie de punto central -también pintado de naranja- entre las minas. Pero en días de trabajo duerme en los ranchos de la mina, como hacen miles de mineros.
Allí, el barro, la selva y las minas es casi todo lo que se puede ver. Las minas están conectadas por calles empedradas por las que miles de mineros en moto pasan a diario.
Los mineros duermen a metros de la mina, en chozas hechas con bolsas de plástico negro y techos de zinc.
El olor del barro, la basura y aguas negras que rodean los ranchos sorprende a la nariz del visitante.
«Yo tengo mosquitero», dice Jesús, mientras muestra la hamaca en la que duerme junto a la mina. «Pero eso no te protege del mosquito, ese te pica a cualquier hora».
Los visitantes, tras recomendaciones de los doctores, debe echarse repelente, vestir con mangas larga y pantalón y encerrarse al alba y al atardecer.
Pero ni Jesús ni sus colegas ni los habitantes de la zona toman siquiera una de esas prevenciones, incluso a sabiendas de que son la única forma de protegerse del mosquito.
«Intervención humana»
El sur de Bolívar tiene una de las reservas de oro más grandes del mundo, un metal precioso cuyo precios se han disparado en los últimos cinco años.
«Hay condiciones ambientales que favorecen la transmisión malárica en nuestro estado, como las lluvias, la pluviosidad, la presión hidrostática, la humedad relativa», le dice a BBC Mundo Armando Ortega, director de Salud Ambiental del Instituto de Salud Pública (ISP) en la capital de Bolívar, Ciudad Bolívar.
Pero la intervención del hombre ha jugado un rol central en la proliferación de la malaria, explica. «Y en años recientes han migrado de muchas partes del continente».
«Nosotros hacemos control de vectores, diagnostico rápido y tratamiento oportuno a todo paciente febril, damos mosquiteros impregnados con insecticida y tenemos un programa de fumigación».
«Pero creemos que el la solución es estructural: debe haber un plan nacional que provea la explotación minera artesanal de una forma organizada que mejore la calidad de vida del minero».
El gobierno, sin embargo, no ha iniciado un plan para organizar la minería.
«En retroceso»
De hecho, los críticos dicen que el gobierno socialista ha permitido que la minería ilegal crezca durante los 15 años desde que el Hugo Chávez subió al poder.
José Félix Oletta fue ministro de Salud durante el gobierno de Rafael Caldera en los años 90. Aunque se declara independiente, es crítico del gobierno de Hugo Chávez y uno de los mayores exponentes de la epidemia de malaria en Bolívar.
«Teníamos una escuela de malariología que era reconocida internacionalmente, donde se formaron casi un millar de expertos que vinieron de todas partes del mundo», le dice a BBC Mundo.
«Ahora tenemos una situación que viene en retroceso y la malaria vuelve a amenazar en territorios donde la enfermedad había sido erradicada«, explica.
Oletta culpa al gobierno de no «pararle bolas» al surgimiento de la minería y, con ella, de la malaria.
«Si usted no invierte en Salud, si usted no considera que la malaria es una prioridad, usted está subvalorando un enemigo, y es un enemigo no solo para la salud, sino para el desarrollo de la nación», opina.
Tanto críticos como gobierno están de acuerdo en una cosa: la búsqueda del oro es la principal causa de la malaria.
O, como dice Ortega: «La malaria aumenta con el precio internacional del oro«.