«Chávez nuestro que estás en el cielo, en la tierra, en el mar y en nosotros los delegados…», empezó el rezo María Estrella Uribe, delegada del congreso del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV).
Enfundada en la camisa roja de reglamento, la delegada por el estado Táchira y autora del rezo despachó -puntuada por algunos «¡viva!»- esta oración hecha a imagen del «Padrenuestro» de la Iglesia católica, y creada, según dijo, porque «no nos podemos ir sin este compromiso espiritual».
«… no nos dejes caer en la tentación del capitalismo, más líbranos de la maldad de la oligarquía, como del delito del contrabando», termina ese «Chávez nuestro», que inmediatamente desató una polémica en redes sociales.
Se trata del paso más reciente en la estrategia de beatificación civil de Chávez con la que sus herederos buscan convertir al fallecido presidente en una figura que domine la dinámica política venezolana como un Dios inapelable.
Eso mientras acá, en la Tierra, sus devotos defienden su legado de los acosos del mal (la oligarquía, el Imperio, el contrabando).
Creer en el socialismo
Hugo Chávez llegó a los sincréticos altares populares desde muchos años antes de fallecer. Sus figuritas de yeso o plástico para la veneración se vendían ya en tiendas esotéricas junto a las de Simón Bolívar o Negro Primero, otros civiles de la santería venezolana.
Recuerdo cómo durante el multitudinario sepelio del desaparecido presidente, en marzo de 2013, una señora se abrazaba llorosa a una de esas figuras de Chávez en uniforme de camuflaje de paracaidista y boina roja y me decía con voz entrecortada: «Es mentira, él no murió, está vivo en mi corazón y seguirá velando por nosotros desde el Cielo como hacía desde Miraflores».
En poco más de un año, el chavismo ha hecho todo lo que ha podido para convertirse, además de una propuesta política, en una especie de plataforma cuasi religiosa en la que se milita con fe socialista.
Todo empezó desde el momento en el que sorpresivamente Chávez fue declarado «Líder Supremo» durante sus pompas fúnebres en marzo de 2013 y que sus fotos gigantescas a todo color invadieron los espacios públicos rivalizando con las representaciones tradicionales del Libertador Simón Bolívar.
Ahora, en el discurso del presidente Maduro y sus ministros, donde antes estaban las referencias a Bolívar, hoy aparecen las de Chávez y ha desplazado en la retórica oficial al Padre de la Patria.
Hasta su obra lleva su firma, como se ve en los costados de los edificios de apartamentos de bajo costo que empezaron a construirse hacia el final de su mandato.
Esa misma firma -que Chávez llamaba la «rabo’e cochino», como se conoce también un estilo de lanzamiento de béisbol- se puede llevar tatuada en la piel. Y son muchos los que quieren llevar al Comandante consigo, porque siguen creyendo en él y su poder benéfico aun después de muerto.
A pocas semanas de su deceso, una serie de dibujos animados transmitida por las televisoras oficiales venezolanas mostraba el ascenso de Chávez a un cielo socialista donde era recibido por Bolívar, el chileno Salvador Allende, la argentina Eva Perón, el Che Guevara y otros notables del santoral de la izquierda latinoamericana, al que ahora se unió el líder venezolano.
El pajarito
Cuando en marzo de 2013 el entonces presidente encargado Nicolás Maduro dijo haber visto a su jefe en la forma de «un pajarito», la reacción primera fue de incredulidad y luego de burla por parte de la oposición.
Pero para muchos de los millones de seguidores del chavismo, el «pajarito» era un portador del mensaje sobre la necesidad de terminar la obra inconclusa del desaparecido líder y de apoyar a Maduro, su ungido, en las elecciones especiales de aquel abril.
No es que todos los chavistas militen en creencias esotéricas o tengan un altar sincrético en casa en el que le rezan al exmilitar y que sigan dogmas políticos mágico-religiosos a la hora de votar. De hecho, entre las presidenciales de octubre de 2012 que ganó Chávez y las de abril, que casi pierde Maduro, hubo una deserción importante del voto chavista.
Pero entre las clases populares –donde está la mayor parte de la base política del chavismo- son muchos los que creen que los «milagros» que realizó por ellos en vida, representados en programas sociales que ayudaron a mitigar su pobreza, pueden seguir desde el más allá como confiaba en que sucedería aquella señora llorosa que hacía una fila de horas para ver el cuerpo de su amado líder.
Si bien puede haber una estrategia de control político entre quienes desde el PSUV promueven este proceso de beatificación de Chávez, desde el punto de vista de sus seguidores ratificar que el líder siempre fue y será Chávez recordará a los que asumieron el relevo de la revolución sus responsabilidades con el proyecto bolivariano originario.
Al final Chávez no es solo un santo, es un Cid campeador que gana batallas después de muerto; es un Gran Hermano orwelliano que todo lo observa desde esos ojos dibujados en grandes trazos en paredes que parecen decir: los seguiré viendo por los siglos de los siglos.