«La belleza perece en la vida, pero es inmortal en el arte.»
-Leonardo Da Vinci
La humanidad ha conocido y la historia atestigua de ello, épocas brillantes y por ellas entendemos aquellas en que destacaron un elenco de hombres que reciben sin parpadeo el reconocimiento de eminentes. Son los protagonistas del esplendor y suelen agruparse en periodos relativamente cortos para luego verse sustituidos por espacios temporales caracterizados por la medianía de sus actores.
Los griegos de Sócrates, Platón, Aristóteles, Parménides pero también Euclides, Pitágoras, Heráclito, Tales de Mileto, Arquímedes, Dionisio de Siracusa, Sófocles, Eurípides, Heródoto, Homero, Tucidides, entre muchos marcaron una pauta de la que hemos hecho constante referencia y a la que rendimos pleitesías.
Los romanos no carecieron de talento y de ejecutorias dignas de la posteridad pero además de suponer culturalmente una extensión del helenismo no alcanzaron los conspicuos niveles de aquella pléyade de geniales que mencionamos antes. Sin dudas, aquellos hombres de la Grecia antigua constituyeron un vértice del que luego solamente hemos visto hacia ellos con admiración y devoción inclusive.
Posteriormente; me permito ubicar en el renacimiento y nuevamente, unas generaciones estelares que dieron un salto e impulsaron sobresalientes las ciencias, las artes, la filosofía, la astronomía, las matemáticas, la física y además, en su discurso anotaron como hallazgo al hombre mismo, cambiando así las bases de la argumentación. Cortar el nudo gordiano de la religión y parir desde el hombre la verdad y la racionalidad a través de la secularización no fue tarea fácil pero, Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel Buonaroti, Rafael en las ciencias y en las artes, Maquiavelo, Bodino, Erasmo de Rotterdam, Giovanni Pico della Mirandola, Nicolas de Cusa en la filosofía y entre otros Copérnico, Galileo que iniciaron la modernidad cuyo aporte a la especie humana toda ha sido definitivamente consagratoria.
Pero; puedo seguir resaltando esas extraordinarias descendencias que sobresalen y me iría luego a Hobbes, Newton, Locke, Kant, Descartes, Grottius, al decimonónico o al círculo de Viena para anonadados ante el brillo intelectual y científico alemán admitir que otro hito se encierra en ese lapso pero, he querido llamar la atención sobre el necesario contraste que es menester verificar al comparar esas estupendas promociones humanas con otras que francamente dejan que desear o al menos, no son recordadas por sus faenas, escritos, descubrimientos, inferencias y conductas. Me refiero a los tiempos de la mediocridad, trances oscuros, mezquinos, secos, en que los hombres se caracterizaron más bien por sus limitaciones o acciones pobretonas y despojadas de cualquier brillo.
El corazón del hombre pueden parecerse al de Dios o al del diablo como nos enseñó Fiódor Dostoievski o acaso Joseph Conrad en sus relatos. Puede acallarnos por su amor, su generosidad, su abnegación, su heroísmo o avergonzarnos por su maldad, su codicia, su vanidad, su falsedad.
La mediocridad como la genialidad tuvo sus momentos y sus mujeres y hombres. El éxito acompaña al fracaso y el quehacer humano conoció ambas. El auge desnuda a la decadencia tanto como nos mostrara la luz a la oscuridad. Veremos en nuestra propia secuencia como fuimos y somos los venezolanos.
Nelson Chitty La Roche
nchittylaroche@hotmail.com
@nchittylaroche