Buses que cruzan la «jungla», barcos que surcan el mar Caribe y vuelos privados desde pequeños aeródromos se han convertido en las nuevas modalidades para salir de Venezuela, en medio de una millonaria disputa entre las aerolíneas y el gobierno socialista que convirtió al país en una especie de zona de exclusión aérea, publica Reuters.
Las principales aerolíneas internacionales han reducido en el último año a la mitad la disponibilidad de sus asientos y cancelado muchas rutas, frustradas con el gobierno de Nicolás Maduro por el retraso en la repatriación de 3.600 millones de dólares por venta de boletos en medio de un control cambiario.
La menor oferta ha disparado los precios de los pocos boletos disponibles, generando una oleada de innovadores itinerarios a través de rutas indirectas u otros medios.
En una mañana reciente en la pequeña terminal de autobuses caraqueña «Rutas de América», Yane González, de 39 años, se aprestaba a emprender una travesía de cuatro días y miles de kilómetros a través de los Andes hasta la capital de Perú, Lima.
«¡Claro que preferiría volar!», dijo González. «Pero fuimos a la aerolínea y no tenían boletos disponibles».
Harta de la inseguridad, inflación y desabastecimiento, González se despidió de su trabajo en un kiosco de Caracas para empezar una nueva vida en Perú.
Como ella, el equipo de fútbol de la capital, Caracas FC, sufrió una odisea similar para llegar a la ciudad peruana de Ayacucho y enfrentar al Inti Gas por la Copa Sudamericana.
A fines de agosto, el club voló de Caracas a la ciudad de El Vigía, luego cruzó la frontera colombiana en autobús hasta Cúcuta, donde pasaron la noche. De allí, se embarcaron en un vuelo a Lima con escala en Bogotá y de la capital peruana a Ayacucho llegaron en avión para completar un viaje de cuatro días.
A pesar de la travesía, el equipo venezolano ganó el duelo y este martes se medirá ante el paraguayo Deportivo Capiatá tras un viaje de 21 horas.
«Quizá más adelante los clubes venezolanos no apostarán a clasificar a los eventos internacionales por todo lo que tienen que pasar», se quejó el DT del club, Eduardo Saragó.
«Imposible viajar»
Pero todavía hay venezolanos que insisten en viajar.
«Nunca había tomado un vuelo privado, pero tengo que hacerlo porque no pude conseguir uno normal», dijo Oriana Pamfil en el pequeño y exclusivo aeropuerto privado de Charallave.
Incapaz de encontrar un boleto a los Estados Unidos, Pamfil tuvo la suerte de conseguir un asiento libre en un pequeño avión de un amigo de su amigo para llegar a Houston.
«Es imposible para el común de los venezolanos viajar», agregó la joven de 23 años, al lado de sus maletas de diseñador.
El alquiler de un avión privado de siete puestos, como un Learjet 55, cuesta más de 2.500 dólares la hora, explicó el piloto Carlos da Silva. Acostumbrado a transportar clientes adinerados, ahora está recibiendo llamadas de grupos de venezolanos de clase media que buscan compartir los costos.
«Ha habido un aumento en la demanda porque la gente está desesperada«, dijo Nicolás Veloz, otro piloto comercial. «Tienen negocios, escuela, temas de salud afuera. A veces la gente tiene que salir por una emergencia», añadió.
El problema de las aerolíneas, uno de las muchas manifestaciones de la escasez que abruma a la economía venezolana, se deriva del estricto control cambiario de más de una década: los boletos deben ser adquiridos en moneda local y el gobierno luego liquida el equivalente en dólares.
Sin embargo, 24 aerolíneas han acumulado unos 3.600 millones de dólares en liquidaciones que el gobierno les adeuda desde el 2013, de acuerdo a la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA, por sus siglas en inglés).
«Desafortunadamente el país está desconectado de la economía mundial y corre el riesgo de un mayor aislamiento«, dijo Jason Sinclair, un vocero de la IATA. «Simplemente no es sustentable para las aerolíneas volar a un país donde no les pagan».
Las negociaciones están en marcha y cerca de un tercio de las aerolíneas han alcanzado acuerdos preliminares, aunque sin «ninguna garantía», según Sinclair.