Estados Unidos se empeña en acusar a Venezuela de permitir el tráfico de drogas y el paso de sustancias ilícitas. Incluso se atreve a certificar los gobiernos que supuestamente trabajan para erradicar este flagelo. Venezuela nunca pasa la prueba y por lo tanto, el autoproclamado policía no entrega al estado venezolano el pláceme por su labor antinarcótica. No nos hace falta por supuesto. Pareciera que la razón asiste al imperio pero, no es así. Ningún país está obligado a ceder al chantaje norteamericano. La lucha contra las drogan deben hacerla los países dentro de su sociedad.
Llama la atención que miles de personas consumen sustancias estupefacientes en EEUU y que su entorno esté habitado por drogadictos que enferman su población. No en vano es el primer consumidor de drogas en el mundo. Entonces con que moral acusa a sus vecinos de permitir el trafico por sus territorios.
El gobierno norteamericano se vale de excusas inútiles para atacar a quienes ve como enemigos políticos. Desde que el presidente Chávez expulsó a la DEA y otras agencias, EEUU aplica planes de terrorismo mediático para enlodar la reputación de la República y acusarla de ser un Estado narco complaciente. Muchas matrices de opinión se han generado desde los predios del imperio; sin embargo, no han logrado su objetivo. Pretender entrometerse en los asuntos internos tiene su origen en el deseo irrefrenable de robar los recursos naturales. Así, cualquier escusa por falsa que sea sirve a sus intenciones.
Colombia está invadida por agentes norteamericanos y bases militares cuya fachada es el combate al narcotráfico; pero, vemos que éste no disminuye puesto que mientras haya quien consuma habrá producción masiva de drogas. Las fuerzas especiales que están radicadas en la hermana república tienen otro objetivo: la penetración de las fronteras nacionales y la invasión cuando lo consideren conveniente para sus intereses. No necesitamos certificaciones ni reconocimientos. La guerra a las drogas es frontal, el gobierno nacional continuará afrontando este flagelo.
José Gregorio González Márquez
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