La reacción frente al asesinato de Robert Serra ha puesto en evidencia que ni Gobierno ni oposición democrática han sabido manejar de manera acertada el asunto. No es la primera vez que esto ocurre. Frente a cada nueva circunstancia, promovida o espontánea, el comportamiento desacertado se repite
En una situación como la venezolana, con tantos elementos de inestabilidad, lo más conveniente es que los dos actores básicos del sistema, Gobierno y sector democrático de la oposición, reaccionen con aplomo frente a los sucesivos eventos coyunturales que inevitablemente se presentan y van a presentarse en los próximos años, unos resultado de los naturales procesos de “generación espontánea”, y otros promovidos por los factores colocados en los extremos, que apuntan a la dislocación completa del modelo vigente.
La reacción frente al asesinato de Robert Serra ha puesto en evidencia que ni Gobierno ni oposición democrática han sabido manejar de manera acertada el asunto. No es la primera vez que esto ocurre. Frente a cada nueva circunstancia, promovida o espontánea, el comportamiento desacertado se repite. Ocurrió así cuando se adelantó la campaña sobre una “enfermedad misteriosa” en Aragua, también frente a la escasez y la inflación, como ante los anuncios de default. No ha habido un tratamiento sereno y responsable de estos asuntos.
En el caso del asesinato de Serra, el sector gubernamental no supo esperar la evolución de las investigaciones. Era natural que sospechara que se trataba de un crimen político, en vista de las modalidades utilizadas, la presencia de paramilitares en el país, del activismo de Álvaro Uribe en relación a Venezuela y de las recientes investigaciones policiales que involucran a un sector político nacional en la preparación de actos terroristas. Pero no había razón alguna para descartar tajantemente otros móviles, como el robo. Tampoco la oposición democrática tenía porqué desechar a priori y con tanto frenesí la posibilidad misma de que estuviéramos frente a un acto planificado y ejecutado por el paramilitarismo.
Si la coyuntura no ha sido manejada con aplomo y serenidad, tampoco es diferente el tratamiento que se le da a los grandes problemas económicos y políticos. Del lado gubernamental, genera incertidumbre el vaivén avances y retrocesos en las decisiones macroeconómicas. Del lado gubernamental, genera incertidumbre el vaivén de avances y retrocesos en las decisiones macroeconómicas. Del lado opositor, crea tribulación la ausencia de una propuesta claramente definida y distinta a las recetas neoliberales.
En medio de la rivalidad y la competencia electoral, y más allá de ella, es indudable que Venezuela requiere de la construcción de un marco de coordenadas comunes a las dos grandes fuerzas políticas y sociales que conforman al país. Esa la razón de fondo para un diálogo, además de los reclamos y negociaciones coyunturales. La ausencia de aplomo y sindéresis no facilitan el camino de la estabilidad y la paz, le dan piso a la ruptura con el modelo y potencian a las minorías radicales.
Leopoldo Puchi