«El hombre necesita casi constantemente la ayuda de sus semejantes, y es inútil pensar que lo atenderían solamente por benevolencia (…) No es la benevolencia del carnicero o del panadero la que los lleva a procurarnos nuestra comida, sino el cuidado que prestan a sus intereses”
En 1776 Adam Smith publicó un libro La riqueza de las naciones (The Wealth of Nations) que se convirtió en el manual clásico de Economía Política. Una década de estudios eran vertidas en reflexiones sobre la naturaleza y la causa de la riqueza de las naciones. Frente al mercantilismo opuso Smith la tesis del crecimiento económico como camino para el bienestar común, basado en la división del trabajo y la libre competencia. Apostaba el escocés al mercado y a su dinámica para resolver la visible problemática que postula el mundo de las necesidades en el que el ser humano vive inevitablemente.
Mucho se ha escrito y pensado desde entonces y cabe una pregunta aún sin lograr una respuesta que no sea contradicha. Ya no es el examen macroeconómico como diría ese otro genio económico John Maynard Keynes sino sencillamente ¿porque son unos pobres y otros ricos?
Las interrogantes formuladas derivaron en debates que alcanzan al instituto de la justicia en la medida todavía más compleja de la responsabilidad que la involucra. En términos cómodos se trata de saber si la pobreza la generamos nosotros, léase cada cual o, si es atribuible a la etiología social como sostienen también importantes y respetables estudiosos de la materia.
En Estados Unidos de América la discusión no acaba ni mucho menos y tiene un marco académico como político que la acoge. Es inclusive pertinente anotar que el tema divide a los partidos políticos y compromete en mi modesto criterio la calidad de su sistema de gobierno asumido como democrático.
Justicia nos enseñó Aristóteles es equilibrio. Es dar a cada uno lo suyo, es además aportar por el bienestar común y allí aparece un elemento a destacar; la equidad que podemos definir sin pretensiones por cierto como la acción que modera e iguala, corrige el exceso, compensa. Esa constatación que nuestro espíritu legitima del desajuste aun en la aplicación de la ley nos lleva a alterar para nivelar. La justicia no obra en las matemáticas aunque a veces allí la reconocemos.
La pobreza es el problema más grave que padecemos como sociedad los venezolanos y tal vez el mundo. Encararlo supone necesariamente partir de una visión del hombre que si bien fue creado por Dios es conceptualmente un producto humano. Aristóteles nos mostró que somos una entidad social y cada individualidad desde su nacimiento pende y depende de otros seres humanos para vivir, evolucionar y transitar su ciclo de vida. Esa apabullante experiencia común a todos nos muestra la simbiótica que nos es propia pero no agota el paisaje humano signado entretanto de egoísmos, ambiciones, pretensiones, vanidades y vilezas.
Antes dijimos que la vida es un ejercicio comunitario por lo general y, la pobreza como la riqueza acontece en ese teatro. Veremos sin embargo distintas perspectivas e incidencias para comprender las razones de ese destino que podemos nosotros mismos fraguar.
Nelson José Chitty La Roche
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