A pesar de que algunas políticas mantienen vigencia, ya no rinden los mismos dividendos de felicidad. Una vez que se obtienen los beneficios o se superan ciertas dificultades, en el mediano plazo, surgen nuevas necesidades y demandas más complejas y sofisticadas por parte de las familias de clase media
Existe una convención entre los teóricos de la modernización: si, el mayor porcentaje de la población es clase media, se asume –automáticamente- que los más pobres y los más ricos representan minorías ubicadas en los extremos. Desde este punto de vista, para cualquier proyecto político o líder de los países en vías de desarrollo, convertir en clase media a la mayoría de sus conciudadanos, es justicia social.
La Revolución Bolivariana iniciada en 1999 por el comandante Hugo Chávez Frías tuvo presente esta variable en la ecuación. Prueba de ello: las medidas de reducción de las tasas de interés para los créditos de viviendas (los famosos indexados que desangraban a las familias de clase media venezolanas ¿se acuerdan?); la exoneración de IVA para vehículos del programa Venezuela Móvil; entre otras acciones.
No obstante, como toda política pública, la efectividad de las medidas mencionadas anteriormente, han perdido su impulso como generadores de satisfacción en la clase media. A pesar de que algunas políticas mantienen vigencia, ya no rinden los mismos dividendos de felicidad. Una vez que se obtienen los beneficios o se superan ciertas dificultades, en el mediano plazo, surgen nuevas necesidades y demandas más complejas y sofisticadas por parte de las familias de clase media.
En consecuencia, ese espiral de demanda ascendente no se detiene, a menos que el Estado establezca con claridad meridiana hasta donde van a llegar los beneficios o subsidios que le permitieron a una familia o persona superar el umbral de la pobreza para ubicarse en el nuevo estatus de clase media.
Un ejemplo común para muchas familias del país es cuando los padres mantienen a sus hijos hasta los 18 años, en ese período le pagan sus gastos de manutención y estudios, pero en la etapa siguiente (18+) siempre le hicieron saber que si quería estudiar en la universidad debía hacerlo por sus propios medios, pues los padres deben seguir ayudando a varios hermanos menores a culminar el ciclo de educación preescolar, básica y diversificada. Claro esta, que existen familias que pueden asumir la manutención de sus hijos hasta que obtengan el grado universitario, pero siempre debe establecer -con anticipación reiteradamente premeditada- hasta donde llega la manutención, para evitar aquello de «viviré de mis padres hasta que pueda vivir de mis hijos».
Pues lo mismo pasa con el Estado si no establece claramente esos límites y al no hacerlo empieza a ver limitada su capacidad para responder a demandas más sofisticadas. Ya el que recibió un apartamento de la Misión Vivienda, lo agradece al principio, pero en el mediano plazo desea un vehículo familiar y empieza a querer disfrutar unas buenas vacaciones con sus hijos y esposa, aspiraciones completamente legítimas, pero debe reflexionar que detrás de él hay millones de venezolanos en cola, y que el Estado, primer debe saldar esa deuda social.
Miguel Pérez Abad