Gilberto era muy diferente a Alberto. Tenía un carácter dulce. Mantenía el equilibrio en sus emociones y era un amante tierno pero no tan fogoso como aquél. Aunque extrañaba esa fogosidad de su expareja, Luisiana apreciaba bastante la estabilidad que le brindaba su nuevo amor
Como cada persona siente el amor de modo distinto, cada quien hace el amor a su manera. Algunos son más fogosos que otros. Mientras unos pueden disfrutar de noches apasionadas cuando las velas se consumen resultado de la pasión desbordada que los invade; otros no pueden copular más de dos veces en un día aunque sientan por su pareja una atracción de esas que penetra los huesos.
Por lo anterior, aquello de que cada quien tiene su ritmo de amar tiene mucho de sentido. A veces, no es la edad la que cuenta, sino que es algo que viene con la naturaleza lo que puede favorecer noches ardientes, mientras que para otros existe un tope para relacionarse sexualmente sin que el amor y el deseo impongan las reglas.
1. Cuerpo que responde
ante la pasión
Cuando Luisiana conoció a Alberto supo que él sería muy importante en su vida. Apenas tenía veintiún años. Ella trabajaba en una tienda deseando tener una oportunidad para poner en práctica lo que había estudiado. En sus sueños de muchacha, se veía educando a un grupo de niños pequeños quienes aprenderían las primeras letras. Al lado de concretar esto, estaba formar una familia y ser madre, su segundo sueño.
De igual modo, Alberto quedó cautivado con Luisiana. Aquel largo cabello de color negro en contracte con su blanca piel, lo enamoró de inmediato. A sus veintiséis años, deseaba compartir mucho con ella. Tenía las mejores intenciones aunque su naturaleza varonil demasiado apasionada lo traicionaría.
Alberto hizo todo aquello que sabía que enamoraba a Luisiana. Como tenía todo a su favor, la química que envolvía a ambos, la simpatía que uno por el otro sentía, tuvo el éxito esperado, encontró la ruta a su corazón, tal como se lo había propuesto.
Entonces, del lado de la pasión, el amor se hizo presente. Entre caricias dulces, los dos alcanzaron el cielo. Alberto tenía en sus venas aquello de ser buen amante. Junto con esa sabiduría en la cama, estaba su capacidad para tener varios orgasmos representados en tres o cuatro eyaculaciones en una noche.
Cada noche traía la pasión de su mano y con ella la respuesta oportuna en el cuerpo de Alberto. Luisiana también sentía esa pasión que invadía sus sentidos y la llevaba a las nubes. Por ello, los dos vivían a plenitud ese amor que los invadía y les daba la ilusión de compartir una vida porque tal sentimiento parecía inagotable y eterno.
Al poco tiempo, vino la petición de matrimonio. Alberto se tornó serio, compró un anillo y le pidió a Luisiana que fuera su esposa. Eso es lo que más deseaba escuchar de los labios de quien amaba con tanta pasión, locura, devoción y ternura que era imposible negarse a ese designio que bien quería. Además, sentía que no podía estar sin que ese hombre la tocara y la hiciera sentir un placer tan inmenso que la sacudía desde sus entrañas.
2. Tanta pasión que
se tornaría compartida
Una tarde se casaron. Se juraron amor eterno y respeto delante de un cura. Aquel momento tan esperado como concretar los sueños de una jovencita se había hecho realidad. Por ello, la alegría invadía aquel corazón joven que esperaba estar junto al ser amado.
Luisiana comenzaría su vida de casada al lado de Alberto quien aunque había prometido hacerla feliz tenía algo en su contra. Era tan mujeriego como buen amante. Por ello, a pesar de que amaba a Luisiana, no podría evitar sucumbir ante otros encantos femeninos que lo cautivarían hasta llevarlo a ser infiel.
Estuvieron juntos un par de años. Luisiana se embarazó y dio a luz a un niño tan apuesto como su padre. No obstante, cuando pasaba una falda al frente de Alberto, sus ojos se iban detrás de ella sin que pudiera evitarlo.
Los dos se amaban. Discutían por horas, pero pronto se reconciliaban. Alberto le juraba que nunca le sería infiel, y era lo que más deseaba, pero su voluntad pronto sucumbía haciendo su promesa incumplida, esto lo llevaría a perder lo que más quería, algo que lamentaría tanto que hasta la vida en riesgo pondría.
Un día en que la paciencia se ausentó, en que el amor no resistió otra traición, Luisiana dejó a Alberto. Aun amándolo, su dignidad de mujer clamaba respeto. Él suplicó. Sus encantos no le bastaron. Aquel amor apasionado que la sacudía hasta los huesos, a un lado quedaría.
Ese día, Luisiana tomó de la mano a Alberto José, el hijo de ambos, decidida a hacer una vida sin Alberto. Como era joven, aquello de rehacer su vida, fácil le sería a quien mucha valentía tenía.
3. Menos fogosidad,
más fidelidad
El tiempo pasó y las heridas se cerraron. Luisiana no se negó a la posibilidad de encontrar un nuevo amor. Como era hermosa, pretendientes no le faltaron. Mientras tanto, su hijo crecía entendiendo el porqué de la separación de sus padres y asimilándola como la mejor opción.
En la vida de Luisiana, apareció Gilberto quien tenía un espíritu reposado. Quería formar una familia con ella y sabía que tanto el respeto como la fidelidad eran necesarios para mantenerse juntos.
Gilberto era muy diferente a Alberto. Tenía un carácter dulce. Mantenía el equilibrio en sus emociones y era un amante tierno pero no tan fogoso como aquél. Aunque extrañaba esa fogosidad de su ex pareja, Luisiana apreciaba bastante la estabilidad que le brindaba su nuevo amor. Y gustosa aceptaba que había cambiado noches de interminable pasión por unos brazos fuertes que bien la protegerían de las adversidades que nunca faltarían.
Mucha pasión y
mujeres por doquier
*** Debido a factores biológicos, sociales, de temperamento o carácter, hay hombres capaces de hacer el amor toda la noche, con tiempos cortos de interrupción entre una penetración y otra, pero muchos de ellos, quizá por los mismos factores, son más infieles que el resto de los varones.
*** Por otro lado, unas mujeres aprecian mucho esa cualidad de estar al lado de un hombre que muestre semejantes atributos en la cama, mientras que otras prefieren tener más estabilidad y seguridad en sus vidas aunque eso signifique menos loca pasión y fogosidad.
La voz de la mujer
Isabel Rivero De Armas