Preso y acusado por el gobierno de Venezuela de terrorista, es posible que Leopoldo López no esté a la vista de todos, pero no significa que lo han olvidado.
Carteles enormes del carismático líder opositor gritando, con el puño en alto, pululan en los barrios ricos de Caracas. La misma imagen está pintada en los muros de los barrios marginales de la ciudad progubernamentales. Sólo que debajo dice «Asesino».
El presidente Nicolás Maduro menciona a su enemigo casi todas las noches, usando un espacio televisado para denunciar al graduado de la Universidad de Harvard, de 43 años, quien a pesar de estar encarcelado desde febrero se ha convertido en el político más popular del país, así como un ícono de los derechos humanos que genera presión internacional sobre el gobierno.
Acusado de incitar a la violencia a principios de 2014, y con una amenaza de 13 años de prisión que pende sobre su cabeza, López hace gala de la misma actitud desafiante con la que solía salir a las calles a convocar a los opositores al gobierno socialista, pero ahora en un tribunal sin ventanas al que para llegar hay que pasar por cuatro retenes militares. Durante su presentación más reciente en el juicio al que está sometido, López pronunció un encendido discurso de una hora mucho más apropiado para un acto político que para una audiencia judicial.
«Tengo que decirle que cuando salgamos, estaremos mucho más decididos», le dijo a la jueza Susana Barreiros.
Casi todas las audiencias han estado completamente cerradas al público. En noviembre, The Associated Press tuvo una oportunidad poco común de asistir al juicio como invitada de la familia López. No se permitieron cámaras ni tomar notas.
López, alto y antiguo triatleta, estaba sorprendentemente demacrado y lucía una espesa barba que le cubría el rostro que normalmente estaría afeitado. Pero su poderosa voz llenaba el salón iluminado con luces fluorescentes, donde a su esposa se le hicieron agua los ojos entre unas dos docenas de observadores sentados en bancos de madera.
El líder opositor denunció a la joven jueza, diciéndole que no tenía valor, y la comparó con un sicario. Agitó al aire ejemplares de la constitución redactada por el fallecido presidente Hugo Chávez y levantó un libro con escritos del reverenciado líder revolucionario Simón Bolívar, tío abuelo lejano de López.
Su sangre azul de político y el hecho de que viene de una familia acaudalada lo convierten en el candidato natural de la elite venezolana. Educado en Harvard y acompañado de su igualmente fotogénica esposa, ex presentadora de televisión y campeona de kite-surfing. López parece una versión venezolana de un Kennedy, aunque estridentemente conservador.
De las dos facciones que se oponen al gobierno venezolano, López representa al extremo más radical. Mientras otros, como el opositor Henrique Capriles, defendían un cambio político a través de las urnas, López llamó a cientos de miles de partidarios a las calles a exigir la renuncia de Maduro a los pocos meses de iniciar su período presidencial de seis años.
La violencia de las protestas dejó más de 40 muertos, partidarios y opositores de Maduro por igual.
La postura del gobierno es que Lopez trató de aparentar que arengaba a gente de a pie harta de la delincuencia, la inflación y la escasez generalizada, pero que en realidad se confabuló con estudiantes y con Estados Unidos para derrocar al gobierno.
Las manifestaciones perdieron fuerza con el encarcelamiento de López y las batallas intestinas crónicas entre su facción y líderes más moderados han evitado que la oposición aproveche el descontento cada vez mayor con el gobierno ante la caída libre de la economía venezolana.
Con tiempo suficiente para haber reflexionado, López no parece mostrarse más dispuesto a hacer concesiones. La unidad no es una meta en sí misma, le dijo a la AP en una entrevista junto las puertas del tribunal.
Y su martirio político ha tenido un aspecto positivo. La popularidad de López se ha disparado. Durante años, el ex alcalde de Chacao, un acaudalado suburbio de Caracas, fue visto como alguien arrogante y exageradamente ambicioso, aunque efectivo. Ahora aparece uniformemente en las encuestas entre los políticos más populares del país, con un índice de aprobación de casi 50%, mientras que Maduro ha retrocedido por debajo de 30%, según encuestas dadas a conocer en meses recientes por Datanalisis, una importante encuestadora nacional.
Antes era desconocido fuera de Venezuela, pero ahora grupos de derechos humanos lo consideran el prisionero político más destacado de América Latina. El presidente Barack Obama y el alto comisionado de la ONU para los derechos humanos han pedido su liberación. La revista Foreign Policy lo nombró uno de los cien pensadores globales más importantes este año y la escuela de gobierno de la Universidad de Harvard John F. Kennedy le otorgó un premio a sus exitosos graduados.
No se sabe cuándo López pueda salir de su celda. La defensa considera que el juicio federal es un circo, en que Maduro insiste en mantenerlo detrás de las rejas. La jueza Barreiros ha rechazado a todos menos uno de los 63 testigos propuestos por la defensa, a la vez que ha permitido que la fiscalía llame a más de cien testigos.
Así las cosas, ¿por qué montar una defensa tan vigorosa ante un juez cuyas manos podrían estar atadas?
«Esta es nuestra única oportunidad, por limitada que sea», le dijo López a la AP.
Su abogado defensor, Juan Carlos Gutiérrez, dijo que esperan que el juicio mantenga la atención internacional sobre López y presione al gobierno. Sabemos que la libertad de López depende de Maduro, no de un juez, dijo.
El despacho del fiscal no respondió a solicitudes de comentario que hizo la AP.
El tribunal ha sesionado sólo un puñado de veces en seis meses, con frecuencia al caer la noche. Antes de cada audiencia, soldados con equipo antimotines y subametralladoras cierran las calles que rodean el edificio del tribunal. Y sólo dejan pasar a los familiares, algunas veces a observadores internacionales o invitados. La AP es la primera organización internacional de noticias en conseguir acceso al tribunal.
Pero a medida que las restricciones alrededor de López se endurecen, más se hace sentir su respuesta. Ha comenzado una protesta diaria, dando golpes contra las rejas de su celda al anochecer. Se ha negado a ceder en su resistencia, aunque eso significa que sólo pueden visitarlo sus dos hijos pequeños y el ruido sólo se escucha dentro de la prisión.
Su esposa, Lilian Tintori, dijo que cuando se rindió a las autoridades en febrero, la familia pensaba que la detención sería breve. Así que le dijo a su hija de 5 años que el papá estaba en un viaje de negocios. Al preguntársele por qué no huyó cuando encausaron a su esposo, Tintori señaló una palabra tatuada en la muñeca: Venezuela.
López tiene un tatuaje igual en un tobillo, dijo ella. «Alguien tiene que quedarse y luchar. Alguien tiene que dar la cara».
En una visita reciente a la prisión, Tintori observó a su esposo desde la distancia, reconoció su alta figura que la saludaba desde las rejas. López mantenía el equilibrio agarrándose a los barrotes, lo que daba la impresión de un hombre aferrado por salvarse. «¡Hola, preciosa!», la llamó.
Pero el penetrante sonido de una sirena policial hizo imposible cruzar palabra. López le mostró el puño cerrado a través de los barrotes antes de desaparecer.AFP