“…El poder resulta de un ejercicio de concertación societaria y no podría basarse únicamente en la violencia”
No hacer el mal nunca es el imperativo categórico que Kant nos propone. Hacerlo cuando un bien mayor está de por medio es la de Maquiavelo.
El tránsito epistémico se cumple en la política que por cierto es vista por Weber dentro de la llamada irracionalidad ética del mundo como lo recoge Franzé en el artículo que hemos comentado antes. ¿Un bien siempre conduce al bien y un mal al mal? Cabe aún preguntarse si desde un mal podemos llegar a un bien?
El citado Franzé concluye en el pasaje alineando a Weber con Maquiavelo, lo que puede y es discutible pero de que el poder tiene un propósito de impronta ética no hay discusión. Al menos en la perspectiva de Arendt, quien lo describe dentro de la dinámica dialógica que es propia de la naturaleza humana.
Repetimos que para la autora de La condición humana, el poder resulta de un ejercicio de concertación societaria y no podría basarse únicamente en la violencia.
El poder es un hallazgo humano y su asunción una decisión que se explica en la pertinencia de sus fines. Claro que, sin embargo el poder es y lo repetimos tentación de sí mismo, demoníaco como lo evoca Karl Loewenstein en su teoría constitucional, peligroso porque siendo humano también es ambición y egoísmo pero puede y debe normarse, educarse, vigilarse, controlarse para que cumpla sus teleológicas consumaciones.
Allí emerge la ética del poder y con ello articula con la ética de la política, en la fragua de la vida societaria. Ubi homo, ubi societas, ibi ordo, ibi jus. Vistas las cosas así y aún con Arendt advertimos que la rebelión que compromete al poder desde sus destinatarios es primeramente ética salvo que se cumpla en el extravió.
Si la política es irracional o acaso, conoce además de un cúmulo de emociones y sentimientos tampoco lo discutiré acá pero, en ella habita la coexistencia, la convivencia, la empresa común y así las cosas muestra de ese modo y de alguna manera también su estirpe ética.
Más precisamente; diremos que la construcción ética está en la sustancia de la edificación societaria si la misma apunta a la organización de los hombres que se tienen como personas dotadas de dignidad. Ello no solo es posible sino indispensable en la convocatoria de dos elementos cuya inclusión exhibe un carácter estratégico; la responsabilidad y la normación que la respalda.
La responsabilidad entendida como el discernimiento, la valoración, la acción consciente y la apreciación comunitaria de las conductas que son o no son cónsonas con las expectativas que tenemos. Paralelamente; la ponderación de los intereses en juego, el impacto que en los demás produce nuestra actuación y la mesura autoimpuesta por aquello de Aristóteles, “Nada en demasía…” Y dijimos la normación, la regla, el derecho creación del hombre que visualiza su desarrollo en la sociedad y solo en ella constituyen los fundamentos de la ética del poder. Limitarse, sujetarse, dominarse para moderadamente mandar en la vida de los otros miembros del cuerpo político aún en detrimento propio es la norma y por ello es harto difícil repetimos, ejercer el poder sin ceder a la instigaciones de nuestro lado interior inextricable, confuso y a veces sórdido con el cual estamos hechos.
El mismísimo Rey David sucumbió a los arrebatos de una pasión que lo corrompió. La lista prácticamente señala a todos los poderosos de haberse, tarde o temprano, convertidos en reos de las flaquezas que el poder trae consigo en esa ontología denunciada como humana y vulnerable pero, de eso es que se trata; de comprender pero en simultaneo cuidar al que a fin de cuentas obra en el poder. La semana próxima abordaremos el asunto en la experiencia comparada de Carlos Andrés Pérez y Hugo Chávez Frías para ensayar de elucidar lo que de suyo sigue el camino de las aporías.
Nelson Chitty La Roche
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