Es muy delicado jugar con la sensibilidad de la gente, mucho más en tiempos de crisis y cuando las carencias que se padecen involucran aspectos tan esenciales para el ser humano como la salud o la alimentación. Se dice, con razón, que jamás debemos subestimar al adversario, pero cuando escuchamos y leemos las opiniones de los oficialistas en el poder, las expresiones de los que son parte de ese reducido cogollo que por ahora manda en Venezuela, sobre la escasez recrudecida en estos primeros días del año, uno no sabe si sentir lástima o rabia. Lástima por ellos y por todos los demás que pagamos sus platos rotos, porque no es posible que a estas personas, sobre todo tomando en cuenta los altos cargos que ocupan, y las graves responsabilidades que con éstos les vienen aparejadas, les falten tantas luces, capacidades y neuronas como al parecer les faltan para afrontar el evidente problema que subyace tras los anaqueles vacíos y las largas colas que se hacen en todo el país para adquirir cualquier bien esencial para subsistir. Rabia, porque en el caso de que los aludidos fuesen, ya no digamos unas lumbreras, pero al menos sí medianamente capaces, cada palabra que sueltan negando cínicamente la realidad es, para cada ama de casa, para cada madre, para cada padre de esta nación atribulada, un insulto de proporciones épicas.
Comienzan el lance los más absurdos con sus peroratas sobre la supuesta “guerra económica y psicológica”, guerra en la que no hay lógica ni enemigos reales, solo verborrea, demencia fingida y víctimas. De éstas, de las víctimas, hay dos grupos: las reales, que somos todos los que, “revolucionarios” o no, nos tenemos que calar ahora inmensas colas para adquirir, ya ni siquiera lo que necesitamos, sino lo que se pueda y se consiga; y las imaginarias, mejor les quedaría el mote de “delirantes”, que son los que están hoy en el gobierno, defendiendo su “cambur” a costa de lo que sea.
Entre los segundos están algunos que se rasgan las vestiduras, se proclaman inocentes de todo mal y hasta han llegado a ofrecer, con afectada cursilería, su “otra mejilla”, como partes ilusorias de una afrenta que no ha venido sino de ellos mismos y de sus nulas capacidades, ampliamente demostradas, para administrar un país. Jaua por ejemplo, aunque sigue sin explicar cómo es lo de las “colitas” de Pdvsa, reconoce que hay un problema, pero tergiversa las cosas diciendo que lo que ocurre es que hay “cosas que hay que rectificar”. Con ello, pretende hacernos creer que las cosas están bien, que son buenas, pero que toca “mejorarlas”. Al menos no le sigue el juego a Ernesto Villegas, que dice que las largas colas están “infiltradas por hijitos de papá para descarrillar al pueblo”, llamando “pacíficamente” a “pintarle una paloma” (un estadista en pleno, pues) a quien “quiera desestabilizar”, y lo contradice reafirmando una verdad que todos conocemos: que esas colas están llenas, así mismo lo dijo Jaua: “de buena parte de la familia, sobre todo las madres”, que “están haciendo colas para comprar”.
Otros balbucean distintos matices. Están los que, como la Ministra del Interior y Justicia, se burlan de la verdad soltando a quien quiera escucharla que acá no hay problema alguno, que no pasa nada, que si la gente hace una cola en cualquier local desde la dos de la mañana “lo hace porque quiere” (no porque la necesidad la obliga a ello) y que como, según ella, “los anaqueles están full” (serán, digo yo, los de su casa) hay que “dejar la desesperación”. Se nota que no se ha visto forzada a recorrer bodegas, abastos y mercados del timbo al tambo porque ya no tiene papel higiénico en su despacho, o peor, que no ha tenido que correr de farmacia en farmacia buscando acetaminofén para alguno de sus hijos postrado con chicungunya o con fiebre alta por cualquier otra razón. Qué Dios la libre de ello, pero a los que sí nos ha tocado pasar por ese trance sabemos que en ese momento no hay posibilidad alguna de “dejar la desesperación”.
Otros, más creativos, como el Ministro de Alimentación, te dicen que los anaqueles vacíos son producto de “problemas de distribución”, pero que el hecho de que estén así, “pelaos” como decimos acá, no implica que haya escasez (dirían los muchachos de ahora: “¡Ah Ok!”); te suelta que, según su visión, una persona no puede ni debe comprar lo que quiera cuando quiera, por ejemplo, una pasta de dientes o un bulto de leche cada día del año si le parece, pero que eso “no es restricción al consumo” (¿?) o se anima a comparar las largas filas que el pueblo hace desde la madrugada, o a veces varios días, para tratar de comprar un detergente, desodorantes o champú, con la cola que se hace en el Universitario para comprar las entradas a un juego de beisbol o para comerse una arepita.
El Ppresidente del INE, a quien tengo, o tenía, por un hombre serio, fue hace unos días un poco más allá. Afirmó textualmente que “en Venezuela hay colas porque la gente come demasiado”. No creo que haya mucho más que agregar. Me puso a dieta… de palabras. Se parece mucho a Maduro cuando dice en China que Venezuela es una “potencia económica”.
Luego están los optimistas. Los que ven en todo esto que está ocurriendo algo “positivo”. El Ministro de Alimentación, después de su disertación beisbolera, promueve que “consumamos lo que producimos, sabroso y soberano”. Se le olvida que de acuerdo a las cifras oficiales importamos más del 70% de lo que consumimos, porque el aparato productor nacional está, merced la ceguera de Chávez, de Maduro y de sus seguidores, por el piso, y que el PIB cerró el 2014 con una caída en promedio del 4.2%; o Dante Rivas, a quien no se le puede escatimar su capacidad gerencial (lo cual hace más grave su aserto) que dijo textualmente lo siguiente: “El lado positivo del bajón de los precios del petróleo es que nos obliga a cambiar nuestro patrón de consumo por lo hecho en casa”.
O sea, que es “chévere” que hayan caído como lo han hecho los precios del petróleo. Si un opositor suelta esa perla, seguro va preso por “desestabilizador”. Lo que nos falta es que nos digan que además, de todo esto vamos a salir, a punta de carencias alimenticias, esbeltos y buenos mozos.
No, no es Narnia, el País de las Maravillas ni Macondo. Estos personajes no son ficticios y están hablando de Venezuela. Juegan con fuego. Si estuviera dentro de mis posibilidades, les recomendaría no maromear con algo tan visceral, atávico y peligroso como el miedo de la gente a no hallar qué comer, a no encontrar alimento ni medicinas para sus hijos, también les pediría que reconocieran sus culpas y que dejaran la logomaquia y el chalequeo para otro momento, que no hagan burla de nuestros males y que entiendan de una vez que, de seguir como van, el pueblo les va a pasar una factura con intereses que, hoy por hoy, no pueden pagar.
CONTRAVOZ
Gonzalo Himiob Santomé