En “Párate Bueno”, en la parroquia Antímano al suroeste de Caracas, funcionaba un “Mercalito”, una de estas “bodegas” o pequeños establecimientos detallistas de la cadena oficial Mercal. En Carapita, un denso conglomerado de barrios ubicado en el centro de la cordillera de cerros que se extiende desde La Yaguara hasta Mamera, concretamente en el sector Santa Ana, también perteneciente a la parroquia Antímano, funcionaba igualmente otro “Mercalito”. Ambos permanecen cerrados desde hace semanas, y cuando abren lo único que ofrecen a los compradores es pasta y caraotas. Es por eso que los humildes habitantes de esta zona acuden a lo que queda de la red privada de mercados y supermercados para tratar de abastecerse de bienes de consumo esenciales como alimentos, productos de limpieza, de higiene personal, etc.
Pues bien: en los primeros días de este 2015, cuando centenares de vecinos de esta populosa zona caraqueña se agolpaban a las puertas del establecimiento “Día a Día” (una red privada resultado del valiente emprendimiento de un grupo de jóvenes empresarios venezolanos, que apostaron a dotar de este servicio a zonas populares que habían quedado sin mercados ni supermercados desde los días del “Caracazo” de 1989), llegaron unos sujetos al lugar y con actitud imperativa y voz de mando dijeron: “Hay que organizar esto: vamos a hacer aquí una cola de los que van a pagar en efectivo, y de este lado otra de los que van a pagar con débito y cestatikets, para que todo pueda fluir mejor”. Una vez “organizado” el asunto, los recién llegados, actuando con la eficiencia de un grupo comando, procedieron a robar las cajas registradoras en el interior del establecimiento y a despojar de sus pertenencias a todos los que estaban en la cola para “pagar con efectivo”. Luego desaparecieron velozmente, dejando a todos los presentes con la amarga certeza de vivir en un país sin alimentos y sin ley.
Historias similares, algunas no tan agresivas, otras mucho más graves, están ocurriendo hoy en toda Venezuela, en el contexto de esta auténtica crisis de carestía, escasez y desabastecimiento que insólitamente el gobierno aún se empeña en negar. Frente a esta dramática situación, antes de hacer un análisis económico o político de la misma, la Mesa de la Unidad Democrática ha ratificado su solidaridad humana con los millones de venezolanos que están siendo sometidos al atropello de las colas generadas por el colapso del modelo económico impuesto por los gobiernos de los últimos 15 años.
Esta solidaridad, por supuesto, va más allá de lo declarativo: para la oposición venezolana es un deber patriótico capitalizar el descontento y convertirlo en energía de cambio; para capitalizar el descontento hay que ir a su encuentro, y ese pueblo descontento hoy está haciendo colas interminables para adquirir, si es que los encuentra, los productos de la canasta básica. Por eso en estos momentos centenares de miles de militantes y simpatizantes de la Unidad están también en las colas, claro que para comprar los alimentos que su grupo familiar requiere, pero también para compartir con sus vecinos su indignación y esperanza: indignación por la situación que hoy atraviesa el país, y esperanza por la certeza de que juntos vamos a construir el cambio necesario para que los venezolanos nunca más pasemos por tanta precariedad.
Allí, en las colas, hemos podido palpar que el pueblo está unido, unido contra el gobierno. En efecto, en estos momentos hay colas en las urbanizaciones y en los barrios, en los sectores populares y en la clase media, y las padecen por igual los opositores y los oficialistas. Este pueblo unido condena la humillación de las colas y afirma: “Esto no se aguanta; aquí va a pasar algo; esto tienen que cambiar”, que es la forma popular de decir que Venezuela necesita un cambio urgente no solo de gobierno, sino de modelo.
La escasez, la carestía, la inflación y las colas, en esta Venezuela nuestra que vivió hasta hace apenas 14 semanas la bonanza petrolera más alta y larga de toda nuestra historia, no son simplemente “problemas económicos”, “perturbaciones puntuales en la balanza de pagos”, “pequeñas inequidades en las cuentas nacionales”, no. Aquí estamos en presencia de una violación masiva y sistemática a los derechos humanos de los venezolanos. El grupo comando que atracó a los humildes habitantes de Antímano pudo hacerlo porque antes otro grupo, de cuello blanco y boina roja, saqueó al país. En efecto, Maduro anuncia desde China que aunque no consiguió el préstamo en efectivo que salió a buscar, supuestamente “le ofrecieron financiamiento por 20 mil millones de dólares en diversos proyectos”. Imposible no recordar que fue precisamente esa cifra, 20 mil millones de dólares, el monto de lo robado en Cadivi por las empresas de maletín “rojas-rojitas”, según denuncia hecha no por la oposición, sino por el mismo exministro de planificación y finanzas de Chávez, el profesor Jorge Giordani.
Al saquear los corruptos rojos, los boliburgueses y sus testaferros el dinero para importar alimentos y medicinas, obviamente se iba a producir la escasez que hoy vivimos, previa a la hambruna que ojalá no se desate. Esa es la causa profunda que origina las colas, como esa que fue agredida por el hampa frente al Mercado “Día a Día” en Antímano. Los atracadores lo que hicieron fue redondear la faena: mientras los “chivos rojos” saquean el Tesoro Nacional, los ladrones de medio pelo atracan en la cola. Pero todos, unos y otros, son hampones.
Los venezolanos estamos ante una crisis que debe ser protestada en forma enérgica y pacífica. Esta protesta contra las colas, la escasez y el saqueo que las originó
No es contra el comerciante, víctima -como el consumidor- del régimen, ni contra la persona que esta a nuestro lado en la cola, pues él o ella no es un “competidor” sino otra víctima más de la agresión oficial. Por todo eso, la protesta enérgica y pacífica por la escasez no debe ser caótica: el caos es el gobierno, el pueblo lo que exige son soluciones.
La protesta enérgica y pacífica por la escasez debe ser descentralizada: en cada comunidad, en cada cola; debe promover la solidaridad pueblo con pueblo, en vez de la agresión entre hermanos; ante la censura la protesta debe comunicar lo que pasa, en redes y boca-a-oreja; la protesta debe exigir respeto, pues no somos rebaño hambreado sino un pueblo con derechos, y debe plantear realidades: las pancartas de los ciudadanos, allí donde sea posible sacarlas, deben decir qué alimento o qué medicina buscamos, por qué, desde cuándo, pues esas “mini-historias de vida” son más poderosas que cualquier consigna política. Finalmente, la protesta por la escasez no tiene «dueños» ni “convocantes”, somos ciudadanos dando cauce democrático a la justa indignación popular. La protesta enérgica y pacífica por la escasez tiene un sitio: la cola. Tiene un líder: usted. Tiene un propósito: que aparezcan los productos y desaparezca el régimen que ha querido someter a este pueblo mediante el empobrecimiento económico y moral.
¡Ah! Y eso del “paro” es un invento del gobierno. A este país no hay que “pararlo”. Por el contrario, a este país hay que activarlo. ¡Palante, que falta menos!
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