Parece que somos capaces de controlar ese lado irracional para ir en dirección a la fidelidad y garantizar tanto el bienestar propio como el ser amado
Hay varias teorías en las que se argumenta que por factores genéticos –debido a ese instinto animal, primario, que, en ocasiones, priva sobre lo racional- la infidelidad tiene su explicación aunque no su justificación. Y ser infiel significa que, una vez que surge el compromiso de no permitir la intromisión de un tercero, se viola un acuerdo con reglas claramente establecidas.
Por otro lado, junto a ese lado básico e instintivo, está otro que ha evolucionado a través del tiempo, en que la fidelidad más que un acuerdo producto de una convección es la capacidad de enfoque: cuando el enamoramiento nos hace conservar la pareja, pensar en la vida en familia y en la estabilidad emocional de quienes integran ese núcleo familiar.
Entonces, parece que somos capaces de controlar ese lado irracional para ir en dirección a la fidelidad y garantizar tanto el bienestar propio como el ser amado. A esto se suma que en un estado de enamoramiento nuestro cerebro centra su atención en la persona objeto de nuestras pasiones dejando al resto de los mortales en un segundo o tercer plano.
Los efectos del
enamoramiento
Cuando Jaime conoció a Susana, algo cambió en él. Aunque había tenido varias novias, ninguna de ellas había despertado tanto interés como lo hizo esta mujer de ojos pardos y sonrisa contagiosa.
Ya tenía treinta años. Jaime estaba pensando en formar una familia, pero no quería apresurarse. Tomar esa decisión significaba dejar su vida relajada de soltero. Por eso no se preocupaba en que la mujer ideal apareciera, pues la presencia de ésta en su vida significaba asumir un compromiso que se tradujera en fidelidad y responsabilidad.
A pesar de lo anterior, cuando vio a Susana, Jaime fue víctima de todo un cúmulo de sensaciones que jamás había sentido con tanta intensidad. Un coctel hormonal hacía de las suyas en su cuerpo y cerebro, a tal extremo que, de repente, había comenzado a descartar cualquier otra mujer que estuviera cerca de él por más hermosa que fuera.
Del mismo modo, Susana sentía atracción por Jaime. Por ello, los dos cuando estaban juntos se olvidaban del mundo y sólo pensaban en su amor, por lo que sus cuerpos se convertían en dos bombas de tiempo producto del efecto hormonal y de sustancias particulares que influían en ellos haciéndolos juguetes de sus fuertes efectos.
Susana arribaba a los veintisiete años. Deseaba casarse, pero, al igual que Jaime, no tenía prisa. No obstante, una vez que se hizo novia de él, matrimoniarse cobraba fuerza, deseaba mantenerse a su lado, y ese acuerdo nupcial garantizaba la satisfacción de deseo, que lucía inexplicable y sin respuesta ante la razón.
2. Cuando vivir
juntos es una necesidad
Entonces, Jaime y Susana no se veían el uno sin el otro. Primero, sintieron la necesidad de dormir juntos en una misma cama todas las noches. Cuando no tenían la posibilidad de hacerlo, el amanecer tardaba bastante en llegar, el tiempo se detenía en una espera interminable e insoportable.
Ninguno de los dos nunca se había casado. Jaime vivía con su mamá. Habló con ella sobre la posibilidad de que Susana se fuera con ellos. Quería un lugar sólo para ambos pero no era fácil encontrarlo. Su madre aceptó, pero le habló de la posibilidad de que se casase con la joven. Curiosamente, la palabra casamiento, en vez de causarle rechazo como en el pasado, se convertía en música para sus oídos.
Planificaron la boda. Los dos estaban convencidos de que no había nada más que desearan que eso. Eran víctima de aquello que llaman enamoramiento como de sus drásticos efectos físicos y emocionales.
En tres meses, se casarían. Vivirían ese amor a plenitud que en el primer año tiene a su favor los efectos más altos de particulares sustancias y hormonas. Hasta tres años estarían flotando en las nubes. Luego, verían la realidad en su justa dimensión y en su sano juicio se harían la pregunta sobre sí esa relación marital sería para toda la vida tal como la concebían en el momento en que contraerían matrimonio o simplemente algo que, del mismo modo, que los unió; también los separaría.
3. Volviendo a la normalidad
Comenzaron a vivir juntos bajo el mismo techo. Susana y Jaime estaban tan enamorados uno del otro que la presencia de un tercero en la casa no les inquietaba. A los dos años, ya cada uno se había distanciado del otro, pero en el margen considerado sano, para volver de lleno al trabajo y a todo a aquello que descuidaron cuando se conocieron.
De nuevo, Jaime era capaz de ver otras mujeres y de alabar su belleza, pero enseguida recordaba que estaba casado con Susana y que era ella a quien amaba. Aunque admiraba cómo lucían otras mujeres, deseaba estar al lado de quien había elegido como compañera.
Jaime no sabía que su comportamiento tenía una razón biológica. Una atracción desmedida conducida por unas cuantas sustancias y hormonas lo había hecho olvidarse del mundo para perderse en los encantos de Susana. Luego, un sentimiento mejor conocido como amor lo había llevado a contraer nupcias con ella y, finalmente, algo lo hacía mantenerse al lado de esta mujer y querer tener hijos para establecer un lazo de por vida con quien creía el amor de su vida.
¿Una cosa implica la otra?
*** Hasta hace poco parece que una cosa no implicaba la otra. Más bien se hacía referencia a factores genéticos que favorecían el que un hombre se involucrara con varias mujeres sin que el amor lo impidiera. Y hasta se habló de un gen que quien lo portara estaría más propenso a ser infiel que quien no lo llevara.
*** A pesar de lo anterior, en el presente, se piensa que la fidelidad, más que un acuerdo por convención social, es consecuencia del desarrollo de una facultad de enfocarse en alguien después de un largo proceso evolutivo. A esto se suma que, en un estado de enamoramiento, algunas hormonas y sustancias conspiran a favor de la fidelidad haciendo que todos nuestros sentidos giren en torno de quien despierta nuestro interés, amor y deseo
La voz de la mujer
Isabel Rivero De Armas