la oposición se encuentra en una disyuntiva. De un lado está la opción de estimular disturbios y hacer actos de violencia, como ha ocurrido a baja escala en los últimos días, sobre la base del descontento real que existe. Se apuntaría al derrocamiento del Gobierno
Venezuela atraviesa por una situación económica difícil, que se ha venido agudizando con el descenso de los precios del petróleo. En la base de lo que ocurre está la debilidad crónica de nuestro aparato productivo, que ha empeorado por los errores cometidos en las políticas macroeconómicas, en particular la cambiaria, y por la reacción de las clases sociales altas, que han intensificado la fuga capitales en lugar de invertirlos en el país. La especulación, el acaparamiento, el contrabando, la sobrefacturación y la corrupción, es decir, lo que se conoce como guerra económica, hacen parte de los mecanismos de apropiación de esos capitales que se van al exterior, lo que tiene simultáneamente efectos políticos.
La escasez, uno de los síntomas de las dificultades económicas por las que atravesamos, se refleja en las colas de los supermercados. Es un cuadro frente a la cual los diferentes sectores políticos deben elaborar su propia estrategia. En primer lugar al Gobierno, que obviamente no puede hacer mucho en relación al precio de los hidrocarburos, salvo lo que ha intentado al tocar las puertas de la OPEP y al buscar financiamiento para llenar la brecha fiscal del presente año. Pero lo que sí está en manos del Gobierno son sus propias políticas macroeconómicas.
Nicolás Maduro ha señalado: “no podemos excusarnos en la guerra económica por los errores que hemos cometido o que estemos cometiendo todavía”. Una constatación esencial, que debería servir de base para emprender un camino de rectificaciones en diferentes áreas de las políticas públicas. Si se maneja con habilidad el asunto financiero y presupuestario, se emprende un plan productivo junto al sector privado, se hace más eficiente el funcionamiento de las empresas del Estado y se ejecuta una política monetaria y cambiaria adecuada se podrán sortear las turbulencias que se anuncian. Después de todo, Venezuela no es un país quebrado.
Por su parte, la oposición se encuentra en una disyuntiva. De un lado está la opción de estimular disturbios y hacer actos de violencia, como ha ocurrido a baja escala en los últimos días, sobre la base del descontento real que existe. Se apuntaría al derrocamiento del Gobierno. Otra opción sería la de aprovechar las circunstancias para capitalizar el voto castigo, por medio de la denuncia pacífica y la propuesta de soluciones. Ese es el debate que se está dando en la Mud, aunque hay quienes son partidarios de jugar simultáneamente en los dos tableros.
Ya veremos, en el transcurso del año, cuál es el camino que escoge cada factor en pugna. Por el momento habría que tener en cuenta que una situación semejante, de problemas económicos y colas, fue estimulada y utilizada en Chile para derrocar al gobierno de Salvador Allende en 1973. Las colas de hoy pueden traer más cola.
Leopoldo Puchi