Está vestida con un traje de baño y sonríe radiante mientras hace un split. Edith Eva Eger dice que su primer enamorado de la adolescencia, un muchacho judío de nombre Imre, le tomó la foto. Él, como muchos otros, no sobrevivió al Holocausto.
«Cumplí 17 años en Auschwitz», cuenta Eger.
Setenta años después, Eger parece frágil a primera vista, hasta que sorprende a la gente que la acaba de conocer al hacer un paso de baile en el que levanta la pierna hasta el hombro.
La mujer de 87 años dice que sus recuerdos más entrañables de la niñez aún giran alrededor de la danza y del entrenamiento para competir con el equipo olímpico húngaro de gimnasia.
«Pero me dijeron que tenía que entrenar en otra parte porque soy judía y no califiqué (a las Olimpiadas)», recuerda. «Mi sueño se derrumbó completamente».
Eger era una judía húngara, la menor de tres hermanas. Vivía en una ciudad llamada Kosice, en lo que hoy es Eslovaquia. Su padre era sastre y su madre, servidora pública.
No fue sino hasta marzo de 1944, en las últimas etapas de la Segunda Guerra Mundial, que los nazis de Hungría llegaron a su casa y arrestaron a su familia. Las de Hungría fueron de las últimas comunidades judías a las que los nazis atacaron.
Llevaron a la familia a otros centros de detención antes de que finalmente los subieran a un tren para enviarlos al campo de concentración de Auschwitz, en la Polonia ocupada por la Alemania nazi.
«Mi mamá me puso en el carro del ganado», recuerda Eger. «Luego dijo: ‘no sabemos a dónde vamos. No sabemos qué va a pasar. Solo recuerda que nadie puede alejarte de lo que pongas en tu propia mente'».
‘Solo va a darse una ducha’
Eger cuenta que al llegar al campo, el Dr. Joseph Mengele, uno de los altos oficiales médicos del complejo de Auschwitz, estaba de pie al final de la fila de prisioneros, decidiendo quién iría a la cámara de gases y quién a las celdas.
«Indicó a mi madre que se colocara a la izquierda y yo la seguí», cuenta. «El Dr. Mengele me agarró… nunca olvidaré ese contacto visual… y me dijo ‘vas a ver pronto a tu madre, solo va a darse una ducha'».
Fue la última vez que vio a sus padres. Murieron en la cámara de gas de Auschwitz, al igual que más de un millón de judíos.
Pero ese no sería el encuentro final de la bailarina con el infame médico de la SS al que más tarde se conoció como El ángel de la muerte.
«El Dr. Mengele venía a los dormitorios y quería que lo entretuvieran», cuenta Eger.
Las otras prisioneras «propusieron» que Eger actuara para el hombre que había mandado matar a sus padres.
Ella pidió a sus captores que tocaran el vals Danubio Azul para bailar para uno de los peores criminales de guerra del Holocausto.
«Estaba muy asustada», recuerda Eger. «Cerré los ojos, fingí que la música era de Tchaikovski y que estaba bailando Romeo y Julieta en la Ópera de Budapest.
El médico alemán recompensó a la chica judía con una ración adicional de pan, que luego compartió con las otras chicas de su dormitorio.
Eger cuenta que unos meses después, esas mismas chicas la rescataron cuando casi colapsa a causa de las enfermedades y el hambre cuando las obligaron a marchar por Austria.
‘Me cargaron para que no muriera’
«Hicieron una silla con los brazos y me cargaron para que no muriera», cuenta. «¿No es importante que las peores condiciones realmente sacan lo mejor de nosotros?», agrega.
Décadas después de los horrores del Holocausto, la danza sigue siendo su pasión. La casa de Eger está sobre una loma que tiene vista al océano Pacífico y está decorada con esculturas de bailarinas. Eger cuenta que todos los domingos va a bailar swing, la música que conoció a través de los soldados estadounidenses que liberaron Austria en 1945.
«Quiero tener una vida plena, no ser alguien dañado», dijo.
Tal vez su espíritu desafiante haya ayudado a que la adolescente sobreviviera los horrores de la Segunda Guerra Mundial y a que más tarde floreciera como inmigrante en Estados Unidos.
Poco después de la guerra, Eger se casó con un judío húngaro que había sido guerrillero y combatiente antinazi. La joven pareja y su hija pequeña se mudaron a Estados Unidos para escapar del gobierno comunista en Hungría.
«Ella era muy tímida cuando yo era pequeña», recuerda Marianne Engle, la hija mayor de Eger. Cuenta que su madre se transformó en la década de 1970, tras una visita a Auschwitz.
«Después de eso, cambió radicalmente», cuenta Engle. «Siempre había habido un poco de tristeza en el fondo de su mirada y después desapareció. Creo que eso la liberó y se volvió quien es ahora».
Ahora, Eger ayuda a otros a sanar
También en la década de 1970, Eger empezó a estudiar psicología. Décadas después, sigue trabajando como psicóloga clínica y tiene su consultorio en su casa en La Jolla, California. Su especialización requirió que tratara pacientes que sufrían trastorno por estrés postraumático (TEPT).
«Ella se desarrolló en una época en la que el TEPT ni siquiera estaba en el mapa», cuenta Saul Levine, profesor emérito de Psiquiatría en la Universidad de California en San Diego, quien conoce y ha trabajado con Eger desde hace más de 20 años.
«Ella es una experta por definición, tanto por haberlo vivido ella misma como por entenderlo de forma clínica y profundamente personal», dijo Levine.
A lo largo de su carrera en la psicología, Eger ha asesorado extensamente a las fuerzas armadas estadounidenses, ha dado tratamiento a los veteranos de las guerras de Vietnam, Iraq y Afganistán. También ha ayudado a levantar refugios para mujeres víctimas de la violencia doméstica.
«Auschwitz me dio un regalo que es tremendo en algunas formas: el poder guiar a la gente para que se adapten y perseveren», cuenta Eger.
Con el tiempo, Eger también empezó a dar conferencias motivacionales, dio un discurso para Ted Talks y da conferencias en escuelas y universidades. Su inglés de acento húngaro está lleno de aforismos que tienen como objetivo sanar la mente.
«El amor propio es cuidar de sí», les dice a sus pacientes. «El mayor campo de concentración está en nuestra mente».
«Ella me impactó con su optimismo y su energía extraordinarios», dice Levine mientras recuerda la primera vez que vio a Eger hablar ante el público. «Es una fuerza de la naturaleza».
Setenta años después de la liberación de Auschwitz, el mayor orgullo y alegría de esta sobreviviente del Holocausto son sus tres bisnietos.
«Esa es la mejor venganza contra Hitler que se me puede ocurrir», dice la bailarina mientras señala a uno de los varios retratos de sus bisnietos sonrientes que tiene en su oficina.CNN