Julio Delgado pasa los días en la camioneta blindada y la mansión fuertemente resguardada de su jefe. Cada noche, regresa a su casa de concreto a las afueras de la capital, donde vive expuesto a la ola de violencia que azota Venezuela, reseña Associated Press.
Delgado, quien dirige la seguridad de la familia de un poderoso importador de autos, es uno de los guardaespaldas privados que cada vez son más comunes en Venezuela, don con mayor frecuencia se vuelven blancos de una epidemia criminal.
Con el derrumbe de la economía petrolera del país, la pobreza ha aumentado, así como la brecha entre aquellos que batallan para subsistir y los ricos que contratan guardias para protegerse de ladrones y secuestradores.
Escoltas como Delgado viven de manera precaria. Tanto dentro como fuera del trabajo, ahora los guardaespaldas se ven obligados a asumir mayores riesgos para proteger a sus patrones y también para guarecerse ellos mismos de los bandidos que buscan sus armas y vehículos.
En 2014, más de 100 guardaespaldas afiliados al gobierno fueron asesinados en Caracas, de acuerdo con el conteo de un importante periódico. La cuenta incluye a por lo menos seis miembros de la guardia presidencial de Venezuela, la mayoría muertos en aparentes intentos de robo. El guardaespaldas de la primera dama fue uno de ellos. Muchos más escoltas han perdido la vida en lo que va de 2015, incluyendo a hombres que protegían a un gobernador, un ministro y un alcalde.
“Es una profesión ingrata que te deja cicatrices”, señaló Delgado.
Delgado, de 36 años, estuvo cerca de unirse a la lista de fatalidades. Una vez, camino a casa, se enfrascó en un tiroteo con ladrones que intentaban quedarse con su arma y su medio de transporte. Escapó, pero terminó malherido en el combate.
Los guardias con trabajos estables, aunque con salarios modestos, son vistos por los ladrones como blancos acomodados.
Delgado, por ejemplo, gana 250 dólares al mes, el doble del promedio de lo que podría ganar un guardaespaldas y seis veces más que el salario mínimo en el país. Su sueldo le permitió dejar el barrio marginal en el que creció y mudarse con su esposa a una casa de concreto en un poblado cercano. Su barrio de calles inclinadas y maltratadas está lleno de casuchas. La amenaza de robo es permanente; barrotes de acero protegen las ventanas, incluso a tres pisos de altura.
A nadie le dice que es guardia de seguridad. Los vecinos, señala, creen que es estilista con un salón en Caracas. El entrenamiento es privado, combatiendo con un par de llantas usadas donde nadie lo vea.
“Hay un precio por venir de los barrios”, narra la esposa de Delgado, Yurmi. “La gente tiene envidia”.
La ola criminal le ha dado a Venezuela la segunda tasa más alta de homicidios en el mundo, fuera de las zonas de guerra, de acuerdo con Naciones Unidas. También ha incrementado la demanda de escoltas como Delgado, y les ha ayudado a ganar legitimidad.
La clase alta de Venezuela ha incrementado su necesidad de guardias privados luego de que las fuerzas policiales públicas han demostrado ser corruptas e ineptas. Funcionarios venezolanos han dicho públicamente que el 20% de los delitos son cometidos por la policía.
Cuando comenzó hace 15 años, a los guardaespaldas se les llamaba “lavaperros”, debido a que se esperaba que realizaran trabajos banales. Delgado señala que casi todos sus jefes han sido “vagabundos”, que le ordenan limpiar la alberca, asear el patio o ir a la farmacia.
Delgado ha sido defensor de su profesión. Da clases a otros escoltas, y hace unos años ayudó a fundar una asociación para trabajadores de seguridad que busca mejorar su estatus y protecciones, principalmente su derecho a portar armas. Venezuela prohibió la venta de armas excepto a policías y a algunas compañías de seguridad en 2012.
Pero persisten los problemas dentro de los rangos de seguridad. Delgado estima que una cuarta parte de sus colegas comete crímenes violentos en sus horas libres para compensar por los bajos salarios. En octubre, el país se escandalizó cuando se encontró muerto a un joven congresista en su propio hogar, supuestamente asesinado por sus propios guardaespaldas.
Mientras tanto, los crímenes contra los guardaespaldas se han vuelto tan comunes que uno de los sitios web más populares del país dedicó una sección para catalogar las muertes de escoltas de figuras.
Con el aumento en los riesgos de su profesión, Delgado ha llegado a depender del fatalismo que reina en su país, donde prácticamente todos se han visto tocados por la violencia. De hecho, recordó que muchos de sus colegas asesinados han dejado viudas a sus esposas.
“Siempre me digo, ‘Cuando llegue el momento, iré con Papá Dios”, señaló. “Eso me ha ayudado a ser valiente”.
Mientras habla, su esposa, sentada en el sofá, mirando fijamente una pintura de un paisaje colonial, presiona sus uñas postizas contra las palmas de sus manos.
“Vivir así te acaba”, señala su esposa. “Tal vez, un día, Dios lo lleve a otro tipo de trabajo”.
AP, HANNAH DREIER