El y su sucesor destruyeron el Servicio Exterior profesional y rebajaron la diplomacia a un frecuente despliegue de gestos agresivos
Entre 1958 y 2015, la política exterior de Venezuela ha conocido un auge de calidad y de logros, seguido de una recaída en los peores desaciertos, Durante los cuarenta años de democracia (1958-1998), Venezuela se convirtió en un país universalmente respetado y considerado –junto a México, Brasil y Argentina- como una de las cuatro “potencias regionales” de América Latina. La prosperidad petrolera, administrada responsablemente, hizo de Venezuela un país en pujante desarrollo económico diversificado. Sobre esta base, pudimos ser guías solidarios de los esfuerzos que se hacían en América para acabar con dictaduras, promover la democracia y defender los derechos humanos. Al mismo tiempo éramos una fuerza dirigente del Tercer Mundo en sus esfuerzos por lograr un orden internacional más justo a través de un gran diálogo Norte-Sur. La política exterior venezolana se basó en consensos nacionales, es decir, avanzó hacia la condición de “política de Estado” con un Servicio Exterior profesional y apartidista. Ella tuvo por base tres valores fundamentales: la democracia, la soberanía económica, y la integridad y seguridad del territorio.
La era chavista, iniciada en febrero de 1999, significó un inmediato cambio radical en la política exterior del país. La “Revolución” sustituyó a la “Democracia” como valor fundamental. La anterior costumbre de basar la política exterior en claras definiciones del interés nacional y análisis realistas de la economía y política globales, fue reemplazada por un voluntarismo personalista. La ambición de Hugo Chávez de ser un segundo Bolívar, y de liberar de las cadenas del “imperio” no sólo a América Latina sino al mundo entero, lo llevó a descuidar las bases reales del interés nacional. En lugar de invertir la bonanza petrolera en la construcción de una economía independiente de tutelas foráneas, la utilizó para comprar a vasallos externos. En vez de ser hoy más soberanos frente al mundo desarrollado, somos más dependientes de importaciones y más vulnerables ante cualquier presión externa, que nunca antes en nuestra historia. No fue mala la idea de Chávez, de diversificar la dependencia exterior de Venezuela entre Estados Unidos e “imperios” nuevos como lo es China, pero nada puede justificar su política de frenar y destrozar el desarrollo interno del país, por desinversión y por abusivas e ineficientes expropiaciones y estatizaciones burocráticas. En lugar de unificar la América morena –como lo quiso hacer Bolívar-, el “comandante eterno” la dividió entre derechas e izquierdas y promovió alianzas artificiales de contenido exclusivamente ideológico. Él y su sucesor destruyeron el Servicio Exterior profesional y rebajaron la diplomacia a un frecuente despliegue de gestos agresivos, soberbios o ridículos.
La Historia jamás perdonará tanta irresponsabilidad autocrática.
Demetrio Boersner