El cardenal napolitano Crescenzio Sepe afirma que se trata de un «milagro» porque la sangre del santo no se licuó en las visitas a la ciudad del santo Juan Pablo II ni del papa emérito Benedicto XVI.
El supuesto milagro no ocurría ante un papa desde 1848, cuando la sangre solidificada en la ampolla (balsamera), del siglo IV, se hizo líquida en presencia de Pío XI. Tampoco sucedió en las visitas apostólicas a Nápoles de Juan Pablo II ni de Benedicto XVI.
El Papa Francisco quiso restar importancia a este hecho y comentó: «se ve que el Santo nos quiere solo a medias. Tenemos que convertirnos del todo”, palabras que fueron acogidas con las risas de los que allí se encontraban.
El curioso fenómeno, que se percibe al girar la reliquia y observar las manchas en el cristal, se produce sólo tres veces al año: el primer domingo de mayo, el 19 de septiembre, fiesta de San Genaro, y el 16 de diciembre.
Fuera de esas fechas, el fenómeno no tiene lugar por mucho que se haga girar el relicario. Sucedió solo una vez, en 1848, cuando el Papa Pío IX, forzado a huir de Roma por una revuelta popular, se refugió en Nápoles y fue a la catedral a venerar las reliquias del santo patrón de la ciudad.
Desde entonces, en más de siglo y medio, no había vuelto a ocurrir. Ni siquiera durante las siguientes visitas de los Papas, la de san Juan Pablo II el 21 de octubre de 1979, y la de Benedicto XVI el 21 de octubre del 2007.
La Iglesia no califica este fenómeno de “milagro” sino meramente de “prodigio”, pero para los napolitanos es mucho más. Cuando, en la fecha prevista, la sangre no se licúa, temen grandes desastres. Por el contrario, un prodigio suplementario fuera de esas fechas, lo interpretan como buena señal.