Más allá de las retóricas, hay hechos: bloqueo comercial a la FANB; aprobación de la “Ley de protección de los derechos humanos y de la sociedad civil de Venezuela”; sanciones; definición de Venezuela como una amenaza. Nada de esto es concha de ajo.
Puede que sea muy temprano para plantearlo, pero es mejor actuar a tiempo. En todo caso, para lograr ese objetivo habría que comenzar por delimitar cuáles son las diferencias entre los dos países. No es un asunto coyuntural que se pueda superar con sonrisas y palabras de cortesía. Hay puntos de sustantivos que se deben poner sobre la mesa.
La retórica es una realidad, de lado y lado. Palabras que hieren. Ciento quince declaraciones de Washington sobre Venezuela en lo que va de año. También podrían solicitar desde Washington que se contabilice lo que se dice de ellos. Sin embargo, aquí no está el meollo de las diferencias y un acuerdo sobre esta materia sería sencillo: bajar el tono, dejar la diplomacia del micrófono.
Más allá de las retóricas, hay hechos: bloqueo comercial a la FANB; aprobación de la “Ley de protección de los derechos humanos y de la sociedad civil de Venezuela”; sanciones; definición de Venezuela como una amenaza. Nada de esto es concha de ajo. Son acciones que, cuando se toman, tienen un propósito definido: desestabilizar países y propiciar el cambio de gobiernos. Esto lo sabe cualquier principiante de estudios políticos.
Por otra parte, ninguna de estas acciones ha sido decidida en respuesta a medidas equivalentes de Venezuela ni se pueden explicar por “la retórica”. La verdad es que en el fondo de todo está el hecho de que desde hace una década hay un reacomodo en el hemisferio: la separación progresiva de Venezuela y otros países del dispositivo geopolítico estadounidense. Washington no acepta esa separación y ha reaccionado para detener y revertir el proceso. En su elite dirigente hay factores importantes que quisieran conservar el viejo modelo de relaciones conocido como “patio trasero” y mantener las formas heredadas de la guerra fría, que están agotadas y no se corresponden con el mundo actual.
Este es el problema que debe discutirse. Sólo a partir del reconocimiento de las diferencias reales es posible diseñar un nuevo acuerdo hemisférico. El punto de partida pudiera ser la idea de Lula da Silva, que plantea la creación de un polo latinoamericano “sin Estados Unidos, pero no contra Estados Unidos”. En este marco, Washington tendría que ceder y aceptar que hay una nueva realidad y que la subordinación de los países del sur no tiene ya vigencia. Bajo esta premisa, de soberanía y reciprocidad, se abriría un amplio espacio para entendimientos y para la construcción de diferentes formas de cooperación sobre numerosos ámbitos de interés mutuo. Por supuesto, no es algo sencillo, es realismo político.
Leopoldo Puchi