El año pasado, el escándalo por los asesinatos sistemáticos contra afrodescendientes conmovió no solo a la gente decente y humana de Estados Unidos, sino a la comunidad mundial
Cuando la violencia se convierte en algo normal para la sociedad y para los dirigentes que las gobiernan, es porque algo anda mal, muy mal, ya que se está perdiendo la sensibilidad ante un proceso de exterminio sistemático de seres humanos bajo el prejuicio racial.
Los organismos especializados en materia de derechos humanos guardan casi silencio sepulcral y complaciente ante esta situación. En Estados Unidos se exhiben sorprendentes asesinatos raciales, precisamente en el país “paladín de la justicia y de defensor de los pueblos a nombre de la libertad y del destino manifiesto”. En esa nación están ausentes dentro de su estructura interna de administración de justicia los mecanismos para frenar esa espiral del exterminio racial, que según investigaciones recientes, cada 28 horas cae asesinado a manos de la policía un afrodescendientes, un africano o un migrante latinoamericano.
“Acérquense malditos animales”
El año pasado, el escándalo por los asesinatos sistemáticos contra afrodescendientes conmovió no solo a la gente decente y humana de Estados Unidos, sino a la comunidad mundial, pero lamentablemente no hubo pronunciamiento contundente ni denuncia ante las instancias de justicia por parte Human Rights Watch, ni del Robert Kennedy Center For Justice & Human Right, ni de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, ni de la ONU, ni, por supuesto, de Calderón, Pastrana o Rajoy, o de ninguno de los nuevos defensores de derechos humanos.
De los casos más sonados el año pasado en Estados Unidos destacó el Michael Brown, un estudiante afro de 18 años quien cae asesinado por la policía de Fergusson, Missouri. Esto produjo manifestaciones de indignación no solo de la comunidad afro, sino de todo las comunidades antiraciales de ese estado. Cuando las manifestaciones tomaron las calles, un agente policial de tez blanca, les gritó: “Acérquense malditos animales”. Más tarde, el mundo quedó paralizado cuando un sector racista de la policía de New York mato por asfixia al afroestadounidense Eric Garner. Seguidamente, unos días más, tarde el afroestadounidense John Crawford recibió un disparo en una tienda en Beavercreek, Ohio. Asimismo, en la ciudad de Los Angeles, Ezell Ford, joven afroestadounidense quien había sido diagnosticado con una enfermedad mental, fue asesinado, según la prensa crítica de ese país. Unos de los últimos casos fue el sucedido en Carolina del Sur, en la ciudad de Charleston, donde un policía blanco asesinó al afrodescendiente Walter Lamer Scott, de 50 años y residente de Charleston, baleado luego que el agente ya le había aplicado un disparo con una pistola para aturdir. En ese estado, el departamento del sheriff del condado de Richland de Carolina del Sur, tiene un vehículo blindado llamado «El pacificador», de alta tecnología y con capacidad de disparo bastante rápida. Las investigaciones revelan que “cada 28 horas un hombre negro es asesinado por la policía en los Estados Unidos”.
¿Colombia sigue ese modelo?
Nuestro amigos activista afrocolombianas, Aiden Salgado, Jimmy Viera y Efraín Viveros, nos enviaron un informe espeluznante sobre cómo ha recrudecido la violencia racial en Colombia. “Es violencia institucional”, me escribe Aiden oriundo del famoso palenque de San Basilio de Cartagenas de Indias. El asesinato la semana pasada de seis jóvenes afrocolombianas en Bogotá evidencia esa violencia que ya se viene practicando en ciudades como Medellín, Cali y Bogotá.
Nos comenta Efraín que “una compleja, triste y repudiable realidad desborda, al repetirse agresiones a hombres, mujeres y jóvenes afrodescendientes en las localidades bogotanas de Ciudad Bolívar, Uribe Uribe, La Candelaria, Engativá, Suba, Bosa y vecindades de Soacha”.
Efraín relata que “luego del asesinato en Altos de Cazucá, en el mes de febrero, a manos de unidades de la Policía Nacional, del joven trabajador de origen chocoano, Oscar David Rivas, así como de las graves heridas sufridas por dos jóvenes afro que lo acompañaban, se han registrado agresiones físicas y verbales de grupos neonazis que se mueven a sus anchas en localidades como La Candelaria, pues sus desafueros no son contenidos por la Policía Nacional. Pero lo más grave es que las sucesivas agresiones ya incluyen seis nuevos crímenes de jóvenes negros, perpetrados este mes, denunciados con detalle por CEUNA y Conafro –entre otras organizaciones-.
Esta realidad marca que asistimos a una ‘limpieza’ étnico-social, que llama a prender las alarmas y a asumir retos mayores a las distintas vertientes del movimiento social y político del pueblo negro, afrodescendiente, palenquero y raizal en Bogotá y todo el país… Los casos muestran un afianzamiento de acciones brutales con el hilo conductor de ‘limpieza’ étnica-social que crean inseguridad para la vida y la integridad de la comunidad afro”.
Racismo criminalístico
Unos de los grandes problemas que tiene el sistema policial de toda Latinoamérica y de Estados Unidos, es la formación sustentada en la antropología criminalística de Lombroso, un jurista italiano que definió esa ciencia partiendo del esteriotipo racial y puso como estereotipo que el delincuente por sus características era negro. Así se repitió y se sigue repitiendo, lamentablemente, incluso algunas veces en nuestro país, teniendo como su punto máximo al exalcalde Alfredo Peña, cuando contrató los servicios del “superpolicía” y racista de New York, Williams Bratton, quien también asesoró a la policía racista de Chacao en los tiempos de Leopoldo López
La voz de Afroamérica
Jesús “Chucho” García