Mientras los hombres privilegian el atractivo físico y la inteligencia, las mujeres preferimos cualidades como el buen humor y la honestidad, dejando la apariencia en un segundo lugar
Algo que favorece la vida en pareja: el instinto natural de preservación. A esto se suma que, como condición primaria, propia de animales, aunque seamos racionales, la sexualidad priva, favoreciendo la convivencia marital.
Asimismo, como razonamos, interactuamos más allá de lo sexual, intercambiamos opiniones, emociones y afecto, además de aprendizajes que resultan de experiencias que forman parte de esa maleta llamada pasado.
De igual forma, hay una serie de factores que influyen en que nos enamoremos de uno, y no de otro, que tomemos el riesgo de embarcarnos en una relación en un intento de ser felices propio de quienes tienen lo racional por don.
1. La seguridad es bastante
Cuando Susana conoció a Arturo. Desconocía hasta dónde llegaría esa relación. Estaba clara de que podía pasarla bien con él, pero no sabía si era lo que estaba buscando. Muchas interrogantes inundaban su mente. Como con rapidez no llegaban las esperadas respuestas, pensó en vivir el momento. Después el panorama se aclararía: sabría si aquello funcionaría o no.
Después la química hizo de las suyas. Arturo tenía el tipo de físico que le atraía a Susana. Además, era divertido. La nobleza le brotaba por los poros, algo que ella admiraba. Por eso se sentía segura, lo cual, en estos tiempos, basta
Arturo vio en Susana, una luchadora. Esto lo hizo sentirse más atraído hacia ella. No era de esas mujeres que esperaba que alguien las sacara de abajo.
Las sustancias y hormonas del amor empezaron a hacer de las suyas, así que estar uno al lado del otro resultaba bien fácil. Además, como los dos, a nivel superficial, no parecían muy afines, el interés aumentaba, por ello aquello de que lo desconocido llama más la atención que lo previsible y esperado. No obstante, en lo profundo tenían mucho en común.
Entonces, Susana y Arturo, contemporáneos, iniciaron un romance una vez que decidieron que aquello no fuera una relación más, sino que darían lo mejor de sí para que se consolidara, para hacer del juego del amor, una esperada oportunidad, y así alcanzar eso que llaman felicidad.
2. ¿Por qué elegimos a alguien en particular?
Aquello que luce como un asunto del destino, es mucho más que eso. El que nos enamoremos de alguien en particular, y de manera automática, mientras descartemos otros prospectos, no es casualidad. Parece que, a nivel subconsciente y/o inconsciente, influyen algunos factores como los referidos a continuación.
Una serie de sustancias, tales como endorfinas, encefalinas y feniletilamina, producen un efecto mágico en nuestro cerebro, que se traduce en que hasta el hambre se nos quite, nos sintamos en las nubes, la alegría nos invada, vitalidad se haga presente, y hasta la euforia misma nos sacuda, entre otros estados.
Por lo anterior, un coctel explosivo de sustancias hace que el contacto con esa persona sea especial, y nos permita conversar, entre otras cosas, durante horas sin sentir cansancio o aburrimiento.
Ser víctimas de tales efectos tiene su telón de fondo. Son varias las teorías que pueden explicar este fenómeno. Una de ellas es que, sin conciencia de ello, buscamos algo que nos recuerde a nuestro progenitor, ya que -como con esa imagen crecimos- nos da seguridad.
Por consiguiente, cómo haya sido nuestra relación con nuestros padres tiene mucho que ver: si fue positiva, la tendencia será tener relaciones sanas. En cambio, si resultó negativa, buscaremos saldar esa deuda del pasado, es como si algo quedara pendiente y, por ende, necesitáramos corregirlo con otra persona pero en el presente.
Otra de tantas teorías es la correspondencia. Buscamos personas que tengan una historia a fin a la nuestra. Esto valida las afinidades. Las diferencias asustan, así que nos sentimos más seguras con quienes tengan una educación, nivel intelectual social o cultural similar, como gustos y valores semejantes. Aquí funciona aquello de que conforme aumenta la semejanza, también lo hará la atracción.
Finalmente, está la admiración. Lo que deseamos o anhelamos ser. Responde a lo que tengamos como ejemplo de un emprendedor, un intelectual, o algo en particular que admiramos, y por ello nos atrae. En esta categoría entran las virtudes, aspiraciones, talentos y hasta el buen humor cuenta, todo aquello que deseamos ser y apreciamos en otro.
Aunque nos estamos conscientes de ello, estas teorías operan en el momento de elegir a uno, y descartar a otros. Para bien o para mal, estos factores hacen que seleccionemos a alguien, sin que sepamos qué está incidiendo detrás favoreciendo esa selección.
3. La apariencia: cuánto influye en la selección
Además de lo anterior, existen factores de los que sí estamos conscientes, ellos también inciden en esa afortunada o desafortunada selección, tales como la apariencia física. Sin duda alguna, nos sentimos atraídas por los que consideramos guapos: quienes tienen un rostro agradable llaman nuestra atención. Es algo que viene de la prehistoria, se asocia tanto a la buena salud como a la posibilidad de tener una descendencia fuerte.
A lo anterior se suma que, mientras los hombres privilegian el atractivo físico y la inteligencia, las mujeres preferimos cualidades como el buen humor y la honestidad, dejando la apariencia en un segundo lugar.
A pesar de ello, un mentón fuerte y unos pómulos salientes hacen que la mujer tienda a preferir a varones que posean estos rasgos físicos. Y un rostro femenino con rasgos infantiles, como ojos grandes y cara redonda, pueden atraer más a un hombre.
En el amor hay poco de azar
*** Que seleccionemos a uno y descartemos a otro, no es tan casual como parece. Existen explicaciones, como la imagen del progenitor, la correspondencia y la admiración, que dan respuestas de esa selección.
*** Debemos entender que existe una química del amor, junto a aspectos físicos, como la apariencia, y psicológicos, como la personalidad, que privilegian que nos sintamos atraídas por alguien mientras apartemos a otros
La voz de la mujer / Isabel Rivero De Armas