Si lográramos, como sociedad, entender que toda política tiene costos (así sean costos de oportunidad) y beneficios, otro gallo cantaría
En principio, quiero advertir a mis lectores, que el caso que nos ocupa en este artículo se refiere a los Estados Unidos. Sin embargo, ilustra meridianamente, los dilemas implicados entre los bajos precios a que se pueden adquirir ciertos productos en una nación y el efecto negativo (regresivo) de este aparente beneficio en el empleo manufacturero.
Como ustedes saben, desde hace bastante tiempo, la política de libre comercio auspiciada por los Estados Unidos ha permitido que empresas como la Nike fabriquen la mayor parte de sus zapatos en países como Vietnam, pero esto no ha sido «de gratis». El hecho de que esta empresa norteamericana haya mudado casi todas sus operaciones de manufactura a Vietnam ha significado una perdida de empleos industriales para el pueblo norteamericano.
De hecho, un reciente reportaje de de Associated Press (AP), citado por The Wall Street Journal (Latam), indica que «Grupos de defensa de los trabajadores y el medio ambiente culpan a la empresa por depender de calzado producido en países con mano de obra barata y sujetos a prácticas laborales y ambientales cuestionables».
Y quienes defienden la practica de la Nike alegan que: “En el transcurso de 20 o 25 años, lo que se vio fue el comercio beneficiando en conjunto a la economía estadounidense con precios más baratos, baja inflación, la creación de una cadena de suministro global que es favorable para las empresas estadounidenses”, señaló el propio presidente Obama en entrevista concedida aWSJ.
Dos caras de una misma moneda. Dos caras que al parecer son extremas. ¿Que debe hacerse en un país para conciliar precios bajos y mantener en niveles adecuados el empleo industrial, el cual por cierto, es el mejor remunerado y con mayores beneficios sociales? ¿Se produce Nike en Estados Unidos, así cueste un poco mas caro, pero preservando el empleo, o se sigue manufacturando en Vietnam?.
Estas interrogantes, aplicadas a Venezuela con otros ejemplos de productos, deben mover las fibras de cada uno de los venezolanos, trabajadores y trabajadoras, empresarios, productores, consumidores, usuarios, políticos, gobernantes, funcionarios responsables de la formulación de políticas públicas y sus respectivos ejecutores. La respuesta no es en blanco y negro, no podemos ser tan ilusos. Cualquier decisión en esta materia reeditaría, de ipso facto, el cuento aquel del burro, el viejo y el niño.
Lo cierto es que si lográramos, como sociedad, entender que toda política tiene costos (así sean costos de oportunidad) y beneficios, otro gallo cantaría. Lo mas importante es entender que queremos ser como nación. Entender que, quizás, en una primera etapa tenemos el derecho como nación, a permitirnos producir muchas de las cosas que nos vienen de afuera aparentemente mas baratas, pero con costos ocultos y no tan ocultos que pueden perderse vista.
Por la complejidad del tema y por los límites del espacio, solo les puedo decir brevemente que uno de los costos que no vemos a simple vista es que las importaciones inciden geométricamente en la cotización del dólar.
Miguel Pérez Abad