El referido triángulo podrá traer beneficios para la nación cubana, esperemos que así sea, pero no puede señalarse lo mismo con respecto a Venezuela
Algunos analistas o comentaristas consideran que el esfuerzo conjunto de Cuba, Estados Unidos y el Vaticano, por distender las relaciones entre La Habana y Washington, y enrumbarlas hacia la “normalidad” diplomática y económica, traerá beneficios para las aspiraciones democráticas de los venezolanos. En otras palabras, que ese triángulo en verdad es un cuadrilátero, sólo que falta por apreciarse el lado nuestro. Lamento no concordar con esa consideración.
La razón primaria de la aproximación de los Castro hacia Obama, tiene que ver, en mi modesta opinión, con la necesidad de cerrar el frente gringo antes que muera Fidel Castro, y así reducir el potencial de incertidumbre y conflicto ante tal eventualidad. También, desde luego, con la posibilidad de impulsar los lineamientos de una paulatina apertura económica, siguiendo el modelo chino o vietnamita, pero a la cubana. Para ello es indispensable la articulación con Estados Unidos.
El papel del Vaticano ha sido, al parecer, más instrumental que estratégico. Con todo el respeto que merece el Cardenal Parolin, no creo que la dinámica de negociaciones en marcha sea tanto un triunfo de la diplomacia vaticana, como una realidad afincada en el pragmatismo castrista y en el llamado “aperturismo” de la administración Obama, no exento de cierto diletantismo. Los buenos oficios de la Secretaría de Estado que encabeza Parolin fueron un camino idóneo para que procedieran los contactos, pero, repito, ello es más procedimental que sustancial.
¿Qué tiene que ver todo ello con la dramática situación venezolana? Pues algunos analistas y comentaristas sostienen que el “triángulo” puede ayudar a abrir un camino sincero de diálogo político en Venezuela, que poco a poco vaya atenuando las contradicciones y fomentando el entendimiento en temas clave de la política y la economía… La verdad, es que tal panorama se vislumbra mucho más en la idealidad que en la evidencia de los hechos.
Incluso, desde que se anunciara el impactante acuerdo preliminar entre Raúl Castro y Barack Obama, en diciembre del 2014, la situación venezolana se ha empeorado ostensiblemente en materia de violación de derechos de humanos, de ataques a la libertad de expresión, de controles depredadores de la economía, y de arbitrariedad, autoritarismo y supremacismo político. Es decir, exactamente lo contrario de esa idealidad.
Los que mandan en instancia superior en Venezuela son los hermanos Castro, por la sencilla razón de que ellos mandan sobre Maduro. ¿Tendrán ellos interés en un cambio democrático de la política y la economía venezolana? No luce racional, desde sus intereses de poder, que sea así. El continuismo de la hegemonía roja es esencial para la hegemonía castrista. Quizá con algunos retoques, pero sin afectar lo principal que es la sujeción de Caracas a La Habana.
Y si ese continuismo, piensan los Castro, supone el debilitamiento profundo y extendido de la nación venezolana, mejor. Esa no debe ser la posición del gobierno de Estados Unidos, pero tampoco Venezuela está entre sus temas urgentes o importantes en política exterior. Y desde luego que esa no es la posición del Vaticano, que desea una evolución democrática de la crisis venezolana.
No, no luce que el triángulo se convierta en cuadrilátero. Para los castristas, Venezuela no es un cuarto lado, aparte del suyo, sino un activo que manejan en su propio toma y daca con los demás –por cierto que hasta ahora más toma que daca, en particular a todo lo que se refiera a la democracia política… Nuestro país se desbarranca en una mega-crisis económico-social y la hegemonía mantiene cerrada la jaula política.
El referido triángulo podrá traer beneficios para la nación cubana, esperemos que así sea, pero no puede señalarse lo mismo con respecto a Venezuela. De allí que hasta el presente ese triángulo no se transmuta en cuadrilátero. La realidad venezolana se agrava al entrar en escenarios de crisis humanitaria, y hace falta mucho más que buenos oficios para superarla.
Fernando Egaña