La cantaleta de la aplicación del artículo 350 de la Constitución es -ha probado serlo- la payasada más grande a la que se puede acudir
En un Aló Ciudadano en el cual el invitado principal era Gerardo Blyde, un señor (de cuyo nombre prefiero no acordarme) se «esgañitó» en una queja tipo ladrido sobre lo que a su juicio es una actitud meliflua de los dirigentes de oposición. Hay que tener tupé para hacerle semejante reclamo a un hombre que como Blyde no ha parado un día sin hacerle oposición frontal al chavismo, a la par de desarrollar una carrera legislativa y en el ejecutivo baruteño impresionante. Una vez a la mamá de Gerardo le dije que «a ti yo te festejo el día de la madre porque tú pariste a uno de los tipos más interesantes de la nueva generación de políticos venezolanos». Pero estas letras no tratan sobre las bondades o los defectos de Blyde. Si alguien no necesita ni requiere ni gusta de alabanzas es el alcalde de Baruta.
El suceso telefónico sirve para ilustrar cuán equivocados están los que se escudan tras la comodidad de una llamada a un programa de TV o radio para erigirse en managers de tribuna. No hacen el más mínimo aporte. Creen que de este problemón en el que nos encontramos en este país nuestro vamos a salir con retórica. Estas personas no arriman, pero además estorban. No se sienten en modo alguno responsables de absolutamente nada de lo que ocurre y además se suponen en el derecho sacrosanto a pisotear a quienes sí lo hacen. Prefiero mil veces al que haciendo se equivoca que a quien mirando los toros desde la barrera cae en el patético ejercicio de linchar o crucificar a quienes cada día se afanan en buscar soluciones a millones de problemas que padecemos.
La cantaleta de la aplicación del artículo 350 de la Constitución es -ha probado serlo- la payasada más grande a la que se puede acudir. Llamar a una rebelión sin medir las consecuencias políticas, sociales y de seguridad es irresponsable. A los rebeldes profesionales les pedimos: si no van a arrimar, al menos apliquen el undécimo mandamiento, ¡no estorben!
Soledad Morillo Belloso