Ahora no se trata de pequeñas bandas que operan en radios controlables por los efectivos de seguridad pública, sino de colectivos que azotan toda región apuntada por el dedo de la Ministro de Justicia y Paz
Tras el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, líder liberal con posibilidad real de haber sido elegido Presidente de la República de Colombia, la violencia que ya corría por las veredas cobrando vidas, escaló a guerra campesina. A poco andar la motivación política derivó en bandolerismo comprometido con los barones del narcotráfico, llegando a dominar la totalidad del negocio. Todavía la sangre colombiana encharca los suelos de la patria de Nariño y Girardot.
La voluntad política de los gobernantes por lograr la paz demostrada entre 1998 y 2002, durante la presidencia Andrés Pastrana, con los Diálogos de Paz realizados en San Vicente del Caguán que incluyó suspensión de hostilidades y despeje de una estratégica zona agropecuaria, comunicada con el resto del país y el exterior, utilizada por los bandoleros de las FARC, más que como escenario para construir la paz, como aliviadero para reorganizarse y frenar la desbandada ocasionada por la arremetida del ejército, con las armas que la República puso en sus manos para defender la democracia.
Motivaciones muy diferentes las del finado Comandante Bellaco en Jefe Hugo Chávez Frías. En su condición de Presidente de la República ordenó la creación de Zonas de Paz en algunas regiones del país, para asentar delincuentes hacinados en las cárceles, en su totalidad de altísima peligrosidad pero juramentados y organizados en comandos, cuya función es la de sembrar el terror entre la ciudadanía, promoviendo disturbios en los actos públicos de la oposición para justificar la intervención violenta de la Policía Nacional Bolivariana y de la Guardia Nacional.
La perorata justificativa del traslado de los delincuentes a los lugares preestablecidos, tuvo por objeto informar que las reubicaciones eran parte de un programa de reinserción social, que los elegidos trabajarían y socializarían con la población lugareña. Una patraña de patas cortas. Los delincuentes cumplen con la misión ordenada. Arremeter contra las movilizaciones de protestas estudiantiles, laborales y hasta de las amas de casa. La criminalidad continuó en desbocado ascenso. Ahora no se trata de pequeñas bandas que operan en radios controlables por los efectivos de seguridad pública, sino de colectivos que azotan toda región apuntada por el dedo de la Ministro de Justicia y Paz, recomendada por algún pran con mayor poder y confianza. Se desplazan “a la libre”, sin que autoridad alguna pueda someterlos al observancia de las leyes. Al punto, que ninguna de tales Zonas de Paz cuenta con presencia policial y a patrulla que se aproxima le meten plomo.
Así ha ocurrido en Barlovento y en los Valles del Tuy, pero lo del barrio San Vicente en Maracay destapó la podrida hoya de colusión gobierno-delincuencia. A ver si no es así. Policías de Maracay detuvieron a un delincuente asentado en la llamada “Zona libre de pranes” en el barrio San Vicente y se formó la grande. Atacaron el puesto de control policial con plomo grueso y granadas. Tuvo que intervenir un contingente de la Guardia Nacional y contra ellos se fajaron, dejando saldo de muertos y heridos.
Como queda dicho, los acontecimientos de ambos San Vicente no tienen similares motivaciones, pero en ambos los bandidos han sido actores estelares. En Colombia los jefes de las FARC huyendo del plomo gubernamental y en Venezuela el alto gobierno en asocio con pranes, cúspide del sub-mundo criminal. En Colombia, acorralados por las armas de la República, los bandoleros levantan bandera blanca. En La Habana se realizan nuevos Diálogos para la Paz. Ojalá no los usen para recobrar fuerzas. Se quejan por las bajas sufridas en días recientes, pero no se escusas por los asesinatos cometidos, incluyendo el más reciente: el de 11 soldados mientras dormían. En Venezuela podría ocurrir lo que en Alemania. Luego de la noche de los cristales rotos y la de los cuchillos largos al “pran” apellidado Rhon se le pasó la mano y lo liquidó la Gestapo; Aquí se daría el caso, si la mira del arma de un pran tuviera como objetivo algún jefazo rojo-rojito. Plomo entra pranes.
Germán Gil Rico