Después de que compartieron un café y hablaron como media hora, Adelaida y Eduardo se dieron cuenta de que tenían mucho en común. Ella era tan sencilla como él. Los dos tenían las mismas aspiraciones. Compartían la ilusión de formar una familia y de salir adelante gracias al amor que se profesaban
En el presente, son más frecuentes las parejas interraciales, de un blanco caucásico con una afroamericana, o de una caucásica con un asiático, que antes, un par de años atrás, cuando existían más prejuicios que se han superado gracias a valores como la tolerancia y el respeto a las diferencias.
A pesar de lo anterior, todavía, a algunos les causa sorpresa. Otros sienten un profundo rechazo. Por ello siempre las parejas interraciales generan alguna reacción. Por ello, en tal circunstancia hay que tener en cuenta que el color de la piel no importa cuando los sentimientos y la atracción pasan a un primer plano, y lo demás, como el color de la piel, pasa a ser secundario.
1. Del negro de Adelaida
al blanco de Eduardo
Eduardo, de veinticinco años, era tan blanco como el pan de leche, ojos color miel, de cabello castaño, porte sencillo, medianamente apuesto. Trabajaba en un banco como cajero. Aunque no tenía estudios universitarios, sí deseos de superación. Vivía con su madre. No se había casado todavía, mantenía una relación con Adelaida, una morena de piel bien aceitunada, bonita silueta, ojos negros, dos años menor que él.
Cuando Eduardo y Adelaida estaban juntos, muy cerquita el uno del otro, el contraste del color de sus pieles salía a relucir, era como si el negro de Adelaida fuera el marco del blanco de Eduardo. Esto causaba que algunos los miraran con admiración, otros cuestionaban lo que veían, y más de uno buscaba argumentos para entender esas diferencias que estaban tan a la vista que despertaban la curiosidad y a veces el morbo de los transeúntes.
Se enamoraron porque Adelaida vivía cerca de la casa de Eduardo. Él la veía pasar casi todos los días. La piropeaba, la perseguía con la mirada. No se explicaba cómo una mujer le podía despertar semejante pasión. No tardó en buscarle conversación.
Después de un minuto de diálogo, Eduardo alabó la belleza de Adelaida. Sus ojos negros pequeños como alfileres y su sonrisa franca bordeada de labios gruesos. Ella también se sintió atraída hacía él. No sabía por qué ese hombre tan blanco como fantasma le gustaba, y menos por qué esos ojos saltones color miel tanto la enamoraban.
Después de que compartieron un café y hablaron como media hora, Adelaida y Eduardo se dieron cuenta de que tenían mucho en común. Ella era tan sencilla como él. Los dos tenían las mismas aspiraciones. Compartían la ilusión de formar una familia y de salir adelante gracias al amor que se profesaban.
Entonces, no tardaron en besarse y abrazarse para dar rienda suelta a ese apasionamiento contenido que se perdería entre sábanas color marfil, mientras el blanco de la piel de Eduardo se encontraba con el negro del cuerpo de Adelaida, ahí hallaba su finitud, tal como un punto y seguido, como la noche al día.
2. Estar feliz es lo que importa
Ya tenían Adelaida y Eduardo un par de meses juntos. Entonces, él decidió llevarla a su casa para presentársela a su mamá. Así lo hizo. La madre de Eduardo se sorprendió, pues, nunca se imaginó que su hijo se fijara en una morena, bien morena, por cierto, como Adelaida. Por más que trató de contenerse, no pudo hacerlo; era evidente su desagrado.
Eduardo estaba desconcertado. Él trató de disculpar a su progenitora, pero se sentía tan avergonzado que deseaba desaparecerse sin dejar rastro. Adelaida lo notó. Lo calmó. Ya estaba acostumbrada a semejantes reacciones. Curiosamente, ella había aprendido a tolerarlas, a vivir con eso; en fin, a sobrellevarlas, había aprendido a que el racismo no le afectara y menos perturbara.
Con cada nueva cualidad de Adelaida que Eduardo descubría, se enamorara más de ella, de su cuerpo torneado, sus senos esculpidos, sus ojos oscuros como la noche y tan pequeñitos como medias estrellas, de sus manos tibias, de sus palabras tan dulces como conservas de papelón, de sus caderas anchas y brazos fuertes.
La mamá de Eduardo empezó a notar que su hijo estaba mejor que nunca. Era como si la presencia de Adelaida le hiciera tanto bien que Eduardo lucía feliz, tranquilo y pleno. Entonces, bajó la guardia y no se opuso más a esa relación, y más bien colaboró para que se consolidara, pues vio que su hijo estaba feliz, y al fin al cabo eso era lo que le importaba, y los comentarios malsanos le resbalaban.
3. Un nieto café con leche
Adelaida se sentía más cansada que de costumbre. Parecía que había aumentado de peso y aunque tenía más apetito, rechazaba algunos alimentos que siempre le habían gustado. Eduardo la acompañó a hacerse la prueba de embarazo. El resultado fue positivo. Ambos estaban contentos, pues, eso querían: construir una familia, y ahora la tenían.
Sólo había un problema. Eduardo no poseía casa propia. Habló con su madre. Temía un no definitivo. No obstante, ella aceptó que Adelaida se fuera a vivir con ellos. Y asumió de buena gana que tendría un nieto café con leche, algo que nunca había imaginado, menos sospechado.
Adelaida se mudó a casa de Eduardo. Él no le pidió matrimonio. Para qué. Ella ya era la mujer de él, y eso bastaba. Además, ya Adelaida esperaba un hijo de Eduardo. Eso es un compromiso mayor que firmar un papel o que recibir la bendición de un cura y mucho más cuando hay amor de sobra, amor del bueno, de ese que construye, que sana y enaltece.
Amores que van más
allá del color de la piel
*** Verlos juntos es ya cotidiano. Ellos evitan preocuparse por los comentarios malsanos. Piensan, su amor está por encima de todo. Uno complementa al otro como la noche al día. Sin embargo, algunos se sorprenden, dejando de lado que esas relaciones son la mejor muestra de que el hombre y la mujer han nacido para unirse sin que las diferencias importen mucho.
*** En el presente, quienes decidan vivir un amor interracial deben tomar en cuenta que pueden generar rechazo en algunos, otros pueden aceptar la relación, pero más importante que la aceptación es la confianza plena de que cuando hay amor lo demás poco importa, o no importa tanto porque se tiene lo esencial, lo que más vale.
La voz de la mujer
Isabel Rivero De Armas