Los dirigentes de la oposición venezolana se mueven entre dos polos. A ratos casi loan al árbitro electoral y luego pasan hasta el otro extremo para atacarlo sin piedad, con maledicencia. Las denuncias de fraude y los argumentos esgrimidos para desconocer los resultados electorales son dignos de análisis. Después del siete de octubre y con el revés sufrido, se han empeñado en desconocer el trabajo realizado por el Consejo Nacional Electoral. A sabiendas de la integridad con que trabaja el Organismo, se dedican a crear una matriz de opinión para establecer una supuesta relación entre el Estado venezolano y el CNE para desvirtuar los resultados definitivos de las pasadas elecciones.
Aceptar la decisión del soberano no es justamente uno de los objetivos de la derecha. Aun cuando se proclaman demócratas y defensores de los derechos políticos de la gente, su actuación desdice de lo que pregonan. El interés primordial de la Mesa de la Unidad es asumir el poder para usufructuar el erario público. Quienes vociferan y atacan despiadadamente al árbitro electoral no poseen ética ni morar para reclamar. Pareciera que viven atrapados en un limbo de contradicciones y mentiras, en un espacio donde sólo tienen cabida la mala fe, la truculencia, el chantaje, el engaño, la falsedad y los artificios bipolares.
Para la extrema derecha es imperante encontrar culpables para justificar su fracaso. Señalar la posibilidad de un fraude electoral los exime de culpa y por lo tanto, mantienen la zozobra en sus seguidores e intentan reivindicarse ante los capitalistas y gobiernos extranjeros que les dieron fondos para su campaña. Lo cierto es que no lograron su cometido; la transparencia con que actuó el CNE invalidó las pretensiones de la oligarquía.
Seguramente continuarán acusando al árbitro, desconociendo la voluntad popular, envenenando a sus partidarios, mediatizando a quienes los escuchan; sin embargo, la mayoría de los venezolanos somos concientes y respaldamos la gestión del CNE.
José Gregorio González Márquez
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