Trepando sobre la alambrada o deslizándose por debajo de ella, los migrantes cruzaron la frontera de Serbia a Hungría el miércoles. Luego entraron a los empujones en el país al que esperan abandonar rápidamente hacia las naciones prósperas de la Unión Europea, en su huida desesperada de la guerra y la pobreza.
En Roszke, una población de la frontera húngara, los migrantes de Siria, Irak y Afganistán que solicitaban asilo eran registrados por las autoridades. La policía disolvió con gases lacrimógenos en una breve escaramuza en la que participaron unos 200 migrantes, los que se impacientaban con la lentitud de los trámites.
La cerca fronteriza, construida de prisa para mantener afuera a los migrantes, consiste de tres capas de alambre de púas a lo largo de los 174 kilómetros de frontera con Serbia.
Pero dista de ser una barrera infranqueable. Un grupo de migrantes que incluía mujeres y niños se arrastró por debajo de ella con ayuda de mantas, abrigos y un palo para levantar el alambre. Cuando se acercó un patrullero policial, huyeron a campo traviesa.
«Muy, muy difícil», dijo Odei, un migrante de Daraa, Siria, acerca del viaje hasta el momento. «Levantamos el alambre y lo cruzamos. Estábamos desde ayer. Tenemos mucha hambre. No hay comida, no hay medicinas para los niños, no hay nada. Estamos tan cansados».
Estos migrantes siguen la ruta de los Balcanes, de Turquía a Grecia por mar, hacia el norte hasta Macedonia a pie o en autobús, en tren a través de Serbia y a pie los últimos kilómetros para entrar a Hungría, miembro de la UE. De esa manera evitan la peligrosa ruta de migración que implica cruzar el Mediterráneo del norte de África a Italia. El miércoles aparecieron 50 cadáveres en la bodega de un bote de contrabandistas frente a la costa norte de Libia.
AP