Pinochet, los gorilas argentinos, la cáfila de sargentones y validos cuya cauda de llantos y cementerios marca siglo y medio de historia, no muestran otra cosa que vergajos, garrotes, grillos, torniquetes, cepos, tortoles, garfios, vidrio molido, calabozos de olvido, rines, armas varias, muertes submarinas, helicópteros letales, picanas eléctricas, motosierras, animales terríficos, otros instrumentos horrendos, más tortura psicológica y desapariciones
Freddy J. Melo
Aunque el caso de la señora Hergueta estremece y tensa hasta las más hondas fibras, no es ni puede ser motivo de sorpresa. La ruta del horror ha venido siendo recorrida por los desaforados de la contra casi a lo largo del proceso fundado por el egregio presidente Chávez y como continuidad de lo que hicieron ellos y sus mandantes y antecesores durante la época prechavista. Y es que la mano que mece la cuna ya la conocemos hasta la saciedad.
Pinochet, los gorilas argentinos, la cáfila de sargentones y validos cuya cauda de llantos y cementerios marca siglo y medio de historia, no muestran otra cosa que vergajos, garrotes, grillos, torniquetes, cepos, tortoles, garfios, vidrio molido, calabozos de olvido, rines, armas varias, muertes submarinas, helicópteros letales, picanas eléctricas, motosierras, animales terríficos, otros instrumentos horrendos, más tortura psicológica y desapariciones.
Buena parte de estas lindezas las hemos padecido en Venezuela y todas en el continente.
Y eso ha sido alimentado, o inventado y enseñado, por las escuelas de los diversos imperios que se han turnado en la empresa de convertir nuestras patrias en colonias o semicolonias.
Y cuán aprovechadas alumnas han sido las oligarquías de estas latitudes.
¿Hay algún extremo de crueldad que no hayan alcanzado? ¿Algún abismo
de vileza al que no hayan descendido?
Los maestros, desde luego, son especialistas insuperables en destruir países u ocuparlos, robarles sus recursos, aherrojar y hambrear a sus pueblos y asesinarles a sus luchadores preclaros y a sus excluidos vistos como prescindibles. Hoy lo continúan haciendo tanto el imperio sucesor de todos como los ahora subimperios vasallos.
¡Ah la vieja Europa hipócrita, tan arrogante aún, sin percatarse de su vasallaje!
Todo lo aquí recordado es una orgía del horror. De modo que, aunque nos escueza el alma cada vez que algo de eso ocurre, ya no tenemos capacidad de asombro.