Miguel Pérez Abad
La principal fortuna de mirar las dos caras de una misma moneda es que nos permite una mayor aproximación a la realidad. Lamentablemente nos han (y nos hemos) acostumbrado a hacer lo contrario: enfocarnos, según nuestro modo de ver el mundo, en una sola cara. De ambas caras de una misma moneda se pueden aprovechar ventajas y desechar la grasa. Esto aplica en los criterios para establecer las fuentes de financiamiento del emprendimiento empresarial o los planes de inversiones para fortalecer las pequeñas y medianas empresas.
Existen dos escuelas. La primera es la que señala que el financiamiento debe venir solo de capital propio y de las ganancias que vaya generando el negocio. Existe una tentación romántica de mirar esta alternativa como la más pura e inmaculada. Creo que es importante el aporte de capital propio del o los accionistas de una empresa. Este hecho demuestra cuánta confianza tenemos en nuestro proyecto y nos impulsa a evaluar responsablemente su factibilidad, amén del amor y cuidado que debemos poner cuando estamos arriesgando nuestro patrimonio.
Pero el financiamiento externo a la empresa, bien sea por la vía bancaria o por el mercado de valores constituye un apasionante ejercicio de transparencia de las operaciones de una empresa en todos sus ámbitos. Cuando una empresa tiene que pedir prestado debe mostrar sus libros, sus activos, su rentabilidad, debe demostrar que sus procesos cumplen normas de calidad, igual sus productos, debe tener clientes satisfechos, debe cumplir con las leyes, porque el prestamista (banco o inversionista) va exigir esa información como garantía de repago (caso de préstamo) o rentabilidad (caso inversionistas). También el Estado participa como un regulador en estas relaciones a fin de proteger el sistema económico.
Adicionalmente, cuando una pyme debe emprender de manera natural un proceso de expansión y requiere exigir mayores montos de apoyo financiero, si ya se ha apalancado, va a contar con un historial financiero auditable y escrutable por los potenciales inversionistas o financistas.
En Venezuela, una de las críticas que se hace de este sistema (apalancar la inversión de las pymes con financiamiento bancario, sobre todo con los créditos preferenciales que otorga el Estado) es que los empresarios siempre trabajan con el dinero de los demás y no quieren invertir. Incluso, hay casos más dramáticos en los que no honran sus compromisos.
En mi opinión, este tipo de productores no representan el grueso del sector, pero indudablemente existen. Una vez más recurro a la analogía inicial. El hecho de que algunas individualidades hagan un mal uso del financiamiento público, no significa que la política sea mala “per se”. Es necesario el establecimiento de controles, garantías y castigos ejemplares para quienes incumplan sus compromisos. Y los productores de este país debemos seguir apostando con capital propio y apoyo financiero público y privado.