La prensa internacional ha subrayado – y no sin razón- que lamentablemente Francisco no pudo verse cara a cara con la disidencia cubana. Sin embargo, estamos seguros de que el Papa los tiene presentes, y mucho más allá de las menciones que les hizo en el marco de un lenguaje diplomático, en el cual habló de “todas esas personas que, por diversos motivos, no podré encontrar”
La reciente visita del Papa Francisco a Cuba, ha levantado tanto expectativas como polémicas. Los más optimistas, lo ven como un paso definitivo en la superación de una era para la historia cubana; mientras otros tantos consideran que fue más bien un evento protocolar y cosmético, en medio de cambios epidérmicos que no van al fondo de las desventuras que padece la isla.
Nos anotamos entre los del primer grupo. Y no se trata de un optimismo a ultranza, ni tiene que ver con un asunto de fe sin condición, aunque involucre la religión que profesamos. Se trata más bien de observar una sumatoria de hechos que va mucho más allá de la circunstancia que nos ocupa en estas líneas.
Como alguna vez lo comentáramos, mucha gente pasa por alto el observar con lupa que el Vaticano no es solamente el vértice de nuestra iglesia católica, sino también un Estado. Y como tal, dispone de musculatura y resortes diplomáticos. Una diplomacia que, por cierto, sabe hilar muy fino, con paciencia y visión de largo aliento y es, en definitiva, una de las más eficientes del mundo.
Por ello, la iglesia sabe moverse en circunstancias como la que hoy abordamos. Y sabe accionar en función de que las cosas se modifiquen. Lo hace con “mano izquierda”, por utilizar un término de arraigo popular. Pero lo hace, y bien.
Hay que ver, por ejemplo, el impacto que tiene esta visita en los ciudadanos de una república que abolió la religión hace más de cinco décadas, por lo cual la mayoría no tiene prácticamente ninguna referencia al respecto.
La visita de Francisco deja pues, a nuestros ojos, una apertura a la curiosidad, a la inquietud, que debe unirse a los vestigios de catolicismo –relativamente escasos, pero existentes- que quedan en la isla.
Hace más de medio siglo, los católicos optaron por esconder sus convicciones. Era un asunto de supervivencia. Y las abuelas llevaban discretamente entre sus ropas las medallas de los santos en quienes creían.
Los cambios en Cuba han sido lentos, es verdad. Demasiado lentos, dolorosamente lentos. La caída del Muro de Berlín fue el primer episodio histórico que trajo vientos renovadores y de esperanza. En 1992 el Estado cubano pasó de ser ateo a secular.
Desde entonces, la gente retornó a las iglesias, e incluso se celebraron oficios religiosos en casa de familia, ante la falta de espacios para la creciente ola de devoción y fe. Finalmente, en 1998, Juan Pablo II visitó la isla, solicitando apertura.
Se trató de otro Papa con gran conciencia política, que debió vivir en carne propia el nazismo y los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Aquella visita del llamado “Papa viajero” devolvió a los cubanos la Navidad, algo que puede sonar a cuento de hadas; pero que en realidad fue una victoria política importante.
Por todo ello podemos esperar progreso de la nueva visita de un pontífice a tierras cubanas. Más aún en este momento, cuando el entendimiento entre el presidente de Estados Unidos, Barack Obama y el gobierno de Raúl Castro ha dado pasos gigantescos en cosa de meses. Por cierto, que al respecto, el representante del Vaticano, comentó que «es signo de la victoria de la cultura del encuentro, del diálogo».
La prensa internacional ha subrayado – y no sin razón- que lamentablemente Francisco no pudo verse cara a cara con la disidencia cubana. Sin embargo, estamos seguros de que el Papa los tiene presentes, y mucho más allá de las menciones que les hizo en el marco de un lenguaje diplomático, en el cual habló de “todas esas personas que, por diversos motivos, no podré encontrar”. También hizo mención “a todos los cubanos dispersos por el mundo».
Lo que al final del día interesa es el bienestar del pueblo cubano, que se incorporen de una vez y para siempre al siglo XXI, que haya libertad de culto, de empresa, que puedan entrar y salir libremente de su país y que puedan ponerse al frente de las modificaciones que consideren necesarias para decidir el futuro de su país.
El proceso ha sido largo y complejo, es verdad que aún falta mucho; pero reivindicamos el avance de la visita papal. Así como hoy podemos a la distancia medir el valor de la contribución de Juan Pablo II, estamos seguros de que, más pronto que tarde, podremos ponderar en hechos concretos la huella que habrá dejado el paso de Francisco por la isla antillana.
Inmigrantes y Europa
La Comisión Europea propuso movilizar 1.700 millones de euros adicionales de la Unión Europea para hacer frente a la crisis de los migrantes. Con estos fondos, los montos destinados de las arcas de la UE para hacer frente a la crisis ascienden a 9.200 millones de euros para los próximos dos años, según la comisaria europea para el Presupuesto, Kristalina Georgieva.
Una parte de estos fondos está destinada a incrementar los recursos de la agencia europea de fronteras Frontex, de la Oficina Europea de Apoyo al Asilo y de Europol. Otros 300 millones estarían destinados a incrementar en 2016 la ayuda humanitaria a los refugiados, en medio de la grave crisis que vive la eurozona de cara al incesante flujo de migrantes.
En Contacto
David Uzcátegui