Leopoldo Puchi
Durante años, el Vaticano consideró al comunismo como su principal adversario, no tanto por el autoritarismo, con el cual sabía convivir, sino por otras razones como la resistencia a los cambios sociales muy arraigada en la curia. Pero también hay que apuntar otro elemento más consistente y válido: los sistemas comunistas aplicaron una versión extrema del republicanismo laico, al establecer el ateísmo de Estado.
La situación del mundo de hoy ya no es esa, el tipo de ateísmo propio de la versión ideológica que imperó en países como Albania o la Unión Soviética ya no es una amenaza, sino un asunto del pasado. De hecho, las diferentes corrientes socialistas en la actualidad, radicales o moderadas, no son ateas ni se plantean restricciones a la libertad de culto. Al contrario, sus proyectos de sociedad hunden sus raíces doctrinarias en el cristianismo.
En este momento, la amenaza de la fe se encuentra visiblemente en otro campo, el del materialismo capitalista, que somete al ser humano a la lógica única de la búsqueda de ganancias. El Papa Francisco ha mostrado con su prédica que las claves del presente siglo no se encuentran en las pautas de la lucha entre ateísmo comunista y el Vaticano durante el siglo XX, ni de la racionalidad de la guerra fría. Que la amenaza a Dios proviene del sistema social vigente en el planeta, en el que priva una “concepción economicista de la sociedad que busca el beneficio egoísta más allá de los parámetros de la justicia social”.
Se trata de un modelo que, al decir del Papa, “instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas”, y en el que “el afán de poder y de tener no conoce límites”. Los grupos neoliberales y de derecha obviamente no están de acuerdo con el Papa. De este modo, representantes de esas corrientes como Ricardo Haussman, de la universidad de Harvard, han contratacado señalando que el sufrimiento de los pobres no es consecuencia del “desenfreno del capitalismo” sino de los intentos por modificarlo o controlarlo.
A parecer, una parte importante de los dirigentes de la Conferencia Episcopal Venezolana tampoco está de acuerdo con la visión de Francisco. Tal vez no les agrada que haya dicho: “¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!”. En todo caso es raro escuchar aquí, en capillas o catedrales, una voz de aliento al mensaje del Papa, y las pocas referencias que se hacen asumen sólo una forma de ambientalismo sin conexión con la crítica al culto de la economía de mercado. Se acata, pero no se cumple.